El 10 de diciembre es un día especial para Chile. Ocurrieron hechos que no podemos dejar de recordar: la entrega del premio Nobel de Literatura a Gabriela Mistral, en 1945, hace 71 años, máximo reconocimiento literario que por primera vez en la historia era entregado a un latinoamericano y la adopción por parte de Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Gabriela Mistral, ya poetisa reconocida con el Nobel dirá ante la Asamblea General de Naciones Unidas palabras que hoy resuenan con mucha actualidad: “En ninguna página sagrada hay algo que se parezca al privilegio y aún menos a la discriminación: dos cosas que rebajan, y ofenden al hijo del hombre.Yo sería feliz si nuestro noble esfuerzo por obtener los derechos Humanos fuese adoptado con toda lealtad por todas las naciones del mundo. Este triunfo será el mayor entre los alcanzados en nuestra época”.
El Nobel fue un enorme reconocimiento, que vino también a aliviar en alguna medida la tristeza irremediable que dejó la trágica partida de Yin Yin dos años antes; pero deberíamos saber que para un autor literario el mayor honor no son los premios sino saber que hay lectores que se consagran a la lectura de sus textos, que se emocionan, que aprenden, que reflexionan, que crean a partir de ellos. Una de esas lectoras, justamente, ha sido la artista chileno catalana Roser Bru.
Literatura y pintura han ido de la mano de Roser Bru a lo largo de toda una vida. Figuras como Gabriela Mistral, César Vallejo, Arthur Rimbaud, Enrique Lihn, Anna Frank, Raúl Zurita, Miguel Hernández, Diamela Eltit, Federico García Lorca, Pablo Neruda y sobre todo Franz Kafka son presencias obsesivamente expectantes a partir de los años 70 en su pintura.
Nacida en Barcelona el 15 de febrero de 1923 llegó a Chile a bordo del emblemático naviero francés embarcado por Neruda, el Winnipeg, en 1939, junto a otros jóvenes que se convertirían en figuras fundamentales de la escena cultural chilena como José Balmes o Leopoldo Castedo.
Bru, ingresa a la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile donde fue alumna de del maestro Pablo Burchard y se une a los miembros de la brillante generación del arte contemporáneo integrada por Gracia Barros, Guillermo Núñez, José Balmes. Años más tarde, en 1957 se integrará al Taller 99 bajo la conducción de Nemesio Antúnez, donde se especializó en las técnicas del grabado.
Roser Bru ha sido reconocida en el ámbito internacional y chileno. Sus obras figuran en las colecciones de museos como el MOMA, el Brooklyn y el Metropolitan de Nueva York, el Bellas Artes de Chile, además de museos en Alemania y Brasil. Ha sido premiada con el Premio Nacional de Artes 2015 y Comendadora de la Orden de Isabel la Católica en España.
La trayectoria artística de Bru reconoce dos etapas marcadas. En sus inicios, y tras un viaje a Barcelona, conoce el trabajo de Antoni Tapies y se vincula al Informalismo abstracto utilizando técnicas mixtas y relacionando el dibujo, la pintura, el grabado haciendo gala de una gran libertad expresiva. Tras los sucesos en Chile en 1973, se produce un giro e incorpora fotografías, frases y números en una obra más influenciada por los trágicos acontecimientos del país de acogida, que le recuerda su dolorosa experiencia en la España de la Guerra Civil. Sus referencias literarias empiezan a jugar un papel cada vez más relevante.
La obra de Bru es una invitación a hacer conexiones. Lo común de sus preferidos, si lo tienen, es, como ha dicho Adriana Valdés, las modulaciones del dolor humano, la presencia de la muerte, la mirada absorta y penetrante de sus figuras.
Gabriela Mistral ocupa ciertamente un lugar de privilegio en este mundo imaginario de Roser Bru, como mujer y como poetisa. Prueba de ello son las varias obras que la evocan y que forman parte de diferentes colecciones.
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