Violeta Parra sin mitos

Interesante la opinión de Eduardo Carrasco sobre Violeta Parra y el fenómeno de la mitología que por lo general circunda la vida de los artistas.

¿Qué más decir?

Es algo recurrente que se acrecienta con la fama que estos personajes fuera de serie van cultivando en el tiempo. Fama que responde al impacto insoslayable que la obra de un artista trascendental provoca en quienes sucumben ante el genio artístico.

Hemos empezado a hablar de Violeta y reconocer su genialidad de forma tardía y compleja, como solemos hacer en Chile.

Por otra parte es formidable que esté sucediendo; después de todo lo que ella habló, comentó y gritó de nosotros y por nosotros en sus canciones. Así las cosas, es propicio el momento para seguir hablando de ella, ahondando aspectos que la reflexión de Eduardo deja abiertos.

No creo que estemos frente a una suplantación peligrosa de lo que verdaderamente fue la vida de Violeta Parra, artista que reconozco decisiva en la estructuración de mi sensibilidad y gusto frente al fenómeno del folclore y la creación musical a partir de esta tradición, y que siento como la personalidad de mayor trascendencia en la historia de la música y el canto de este país, para no mencionar el eco mundial de su obra.

Alguien dijo: en verdad, postulemos a la Violeta al Nobel... Casi como un artefacto de su hermano Nicanor.

También sucede que lo exótico, extravagante e inverosímil de la vida de la gente se da por aquí y por allá de forma mucho más normal de cuanto nos pudiéramos imaginar, sólo que nos impacta cuando vemos esos rasgos extraños en personas que nos importan porque algo de su creación nos ha conmovido en lo profundo y eso no responde a lo sublime y delicado con que asociamos el fenómeno del arte.

Pero, ¿existe mitificación de algún aspecto de la vida de Violeta? No me parece, en la forma que nos da a entender Eduardo.

Creo que la mirada de todos frente a lo portentoso de su obra y la tragedia de su vida es bastante equilibrada y cautelosa.

En silencio, seguramente, nos imaginamos lo volcánico e inconmensurable de sus pasiones y deseos más allá de toda medida, así como lo insondable de quizá cuántos dolores antiguos que finalmente la atraparon lanzándola en una fuga terrible de la vida. Sin embargo, lo público en Violeta no es la imagen de una dama dócil y de finos modales, y eso está bien y en nada falsea lo que fue cierto.

¿Su temperamento y carácter disparatado, su caótica vida gitana, la violencia intrafamiliar?

Claro, aspectos rudos e insensatos que aparecen como información postrera, que ayudan a delinear el porqué de su vida pero que sólo nos conmueve al desnudar cuanta fragilidad y dolor acompañó su vida. Pero creo que nadie se había imaginado antes a la Violeta como Santa Teresa de Calcuta.

Estos momentos de su vida, delineados tímida y fragmentariamente en la película de Andrés Wood, son un aspecto menor de algo más trascendente: su obra musical y poética. Y en esto no hay mito, hay solo algo tremendamente real y hermoso que todos apreciamos conmovidos: las más bellas y variadas canciones creadas por una artista chilena.

Cierto que el film de Wood, junto a momentos notables y a una narración difícil por la profundidad del tema, peca de información trunca, como es la ausencia de Isabel y la no mención de otros personajes.

Así y todo, no me parece exagerado que Alberto Zapicán no venga subrayado pues su espesor en la vida afectiva de la Viola tuvo mucho de circunstancia que ni siquiera quienes lo conocimos sabemos aquilatar, como, en cambio, sí sucedió con Gilbert Fabre.

Hay algo extraño en el razonamiento de Eduardo Carrasco que no se condice con lo sucedido verdaderamente cuando hace mención a su condición de folclorista.

¿Fue Violeta Parra gratuitamente quejumbrosa?

¿Corresponde su obra a un lamento destemplado o a un alegato extemporáneo?

Para nada. Al contrario.No olvidemos cuando Nicanor recita: pero los secretarios no te quieren/y te cierran la puerta de tu casa..., dice en el poema Defensa de Violeta Parra.

Pero, algo más serio todavía: no es cierto que fue ayudada como corresponde, o hubiera correspondido por la Universidad o el Conservatorio. Reconocido es el alegato que hiciera, y que la volvió seguramente furibunda, cuando pidió una grabadora a la Universidad de Chile para registrar sus recopilaciones y entonces hubo oídos sordos.

Parte importante de las grabaciones que conocemos hoy se deben a la sensibilidad de productores discográficos de los sellos de entonces, como Rubén Nouzeilles, así como a la casualidad.

Quienes estudiamos en el Conservatorio podemos dar fe de cuán ajeno al interés de ese centro académico estaba la música de raíz folclórica en ese período, como para decir que gracias a esa institución conocemos a Violeta. Salvo la ayuda de Letelier en la transcripción de obras como El gavilán.

La verdad es distinta: Violeta y la música de raíz folclórica chilena y latinoamericana han vivido y se han desarrollado pese al Conservatorio Nacional de Música o en la irresponsable y distraída ignorancia de estas instituciones acerca del valor y significado de estudiar nuestras raíces.

Estas instituciones, como el Conservatorio, nacieron con una fuerte nostalgia hacia la Academia europea y lejos del afecto necesario para entender el sentido de pertenencia al continente latinoamericano de los músicos que allí se forman.

El resultado muchas veces es un divorcio o una débil cercanía al mundo que culturalmente nos cobija y que palpita precisamente en aquel que sí nos muestra la música de Violeta Parra y aquella latinoamericana.

Quienes han dictado cátedra en materia musical no supieron apreciar la enorme novedad de la obra de Violeta Parra. En esto hay razones culturales profundas ligadas al fenómeno clasista también presente en la estructura de las instituciones del Arte.

Violeta correspondía a un exabrupto indigerible para las elites del arte y de organismos que dictaminan qué es lo bello y qué va en el sentido de las buenas costumbres.

De este modo y en consecuencia, fue relegada y despreciada con sutileza y buenos modales, no cabe duda, pero elegantemente ignorada.

Para decirlo con música: esa ha sido la tónica y la dominante. Escaso afecto por lo popular. ¿Cuántas y cuántas veces no hemos hecho la debida comparación con los argentinos y su clara postura de respeto y consideración hacia el arte popular y sus importantes figuras?

No es que los folcloristas anden llorando, y tampoco que se les regale casas y teatros. No creo que se trate de cosas materiales, por lo demás importantes. Es algo más inmaterial. Es consideración y cariño. Aprecio y respeto. Amor.

Finalmente, querernos más entre todos y descubrir con orgullo nacional que creamos cosas muy bellas. Ya se ve, ¿cuánto Violeta ha cantado por todos los chilenos y más en todo el mundo?¿Acaso no se enteran los otros lejanos de cómo somos los chilenos escuchando Gracias a la vida, RunRun se fue pa’l norte o Volver a los 17?

Contrariando a mi amigo Eduardo, no somos todos inocentes.

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