Estuve de viaje la semana pasada y, cuando arrastraba mi pesada maleta, pensé: qué difícil era cuando no tenían ruedas y recordé las maletas de cuero antiguas. Rápidamente me transporté a la visión del montón de maletas en los campos de concentración, imagen que me perturbó especialmente cuando los visité, pues había varias con el apellido de mi madre: Weisz.
Entonces pensé ¿qué habrán metido a esas maletas? ¿Qué pones en una maleta cuando sabes que estás dejando todo atrás para siempre, cuándo vas camino a un lugar y futuro que desconoces?
Me imagino que fotografías, algo de abrigo. Cuando visité el Campo de Concentración de Auschwitz recuerdo haber visto muchos cepillos de pelo y navajas de afeitar en las pilas de objetos.
Hoy sabemos que nada de eso les sirvió. No pienso sólo en los millones que murieron, sino también en los pocos que sobrevivieron y que lo hicieron gracias a la esperanza, al espíritu inquebrantable, a la fuerza que sacaron desde el alma, a su inteligencia y creatividad para superar lo inimaginable y que caminaron hacia la libertad sólo con eso, con su espíritu. No necesitaban nada, realmente nada material.
Estamos conmemorando Iom Hashoa, el Día del Recuerdo del Holocausto (Shoá), del exterminio -durante la Segunda Guerra Mundial- de seis millones de judíos, víctimas del régimen nazi.
Por eso, junto con revivir la tragedia, el sufrimiento y el asesinato de millones de seres humanos, judíos y no judíos, recordamos la valentía, el coraje y la fortaleza que tuvieron durante aquellos tiempos oscuros.
Hace 80 años, en abril de 1943, tuvo lugar uno de los eventos más significativos del Holocausto: el levantamiento del gueto de Varsovia, organizado por un grupo de jóvenes, encabezados por Mordechai Anilewicz. Resistieron por 3 semanas al ejército nazi, aunque sabían que no podían ganar ni sobrevivir. Pero no peleaban por sus vidas, peleaban por su dignidad.
Como ellos, muchos resistieron, de diversas maneras: los partisanos peleando en los bosques, organizaciones destinadas a enviar familias lejos de Europa o a instalar niños en casas u orfanatos. Otros promovieron rebeliones en distintos campos de concentración, rechazando la opresión y la humillación.
Hombres, mujeres y niños se negaron a renunciar a su identidad cultural y religiosa, se establecieron escuelas clandestinas y respetaron las tradiciones y obligaciones religiosas en condiciones infrahumanas. Aquellos que preservaron sus creencias y su sentido de pertenencia, así como aquellos que lucharon físicamente, son un testimonio de entereza. Demostraron que, incluso en los momentos más oscuros, en los que no era fácil vislumbrar esperanza, nuestro pueblo encontró la fuerza para sobreponerse a la adversidad.
Esa determinación que guio a nuestros antepasados, inspira hoy a nuestras generaciones. Somos herederos de la resistencia y tenemos la obligación de oponernos a cualquier tipo de discriminación. La discriminación y el odio no deben tener cabida en nuestra sociedad y nosotros como judíos tenemos la obligación de combatirlos.
Como dijo Elie Wiesel -sobreviviente de la Shoá- en 1986, al recibir el Premio Nobel de la Paz: "Cuando quiera y donde quiera que los seres humanos padecen sufrimiento, toma partido. La neutralidad ayuda al opresor, nunca a la víctima. El silencio alienta al torturador, nunca al torturado".
Que este día de conmemoración nos inspire a continuar luchando por la justicia, la igualdad y la libertad y que nunca olvidemos la importancia de la resistencia y la resiliencia en los momentos más difíciles.
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