Escribo estos recuerdos embargada por la emoción al enterarme de la muerte de Gonzalo Martínez C.
Gonzalo Martínez Corbalá y su mujer María Teresa eran los embajadores que tenía México en Chile, en 1972, en el período del Gobierno de la Unidad Popular. Había una relación bastante cercana dado que mi padre tenía una relación muy estrecha con el Presidente Luis Echeverría y su esposa María Ester Zuno. Ellos estuvieron en Chile y mis padres estuvieron en México, en una visita muy comentada, destacando su discurso de Guadalajara.
México fue muy solidario con Chile. En algún momento, incluso, nos enviaron petróleo cuando tuvimos problemas de abastecimiento de combustible, y a su vez, mi padre nos envío a mi madre y a mí, junto a su edecán, para que fuéramos a México que había tenido unas inundaciones. De hecho, regresamos a Chile el domingo 9 de septiembre, dos días antes del Golpe.
Hay muchas cosas que decir y que muestran cómo era Gonzalo Martínez. El día 11, después de salir de La Moneda, con mi hermana Beatriz, Frida Modak, Secretaria de Prensa del Presidente Allende y Nancy Julian, cubana, esposa del Gerente General del Banco Central, Jaime Barrios, asesinado, llegamos a la casa de una persona conocida mía. Ahí nos acogieron y nos enteramos de la muerte de mi padre.
Al día siguiente, no pudimos ir al traslado de sus restos, y solo lo hizo mi madre, acompañada de Laura Allende y de un sobrino. Finalmente, en la tarde del día 12, llegó Luis Fernández, esposo de Beatriz y Ministro Consejero de la Embajada Cubana, en un jeep militar a buscar a mi hermana, porque había orden de expulsión de los cubanos, como ocurrió esa misma noche.
Antes de irse, Beatriz me dice “llama a Gonzalo Martínez, porque no te puedes quedar aquí”.
Se notaba que estaba esperando esa llamada, y me dice “¿dónde estás?”, le doy la dirección y me dice “quédate ahí y te voy a buscar”. Pasó un rato, y aparece Gonzalo Martínez Corbalá, en un auto negro, largo y con la bandera de México, y venía con un papel que decía “Autorizado para retirar a Isabel Allende e hijos menores”, y nos sube al auto a las tres. Recordemos que era el día 12 de septiembre y estaba prohibido circular.
Nos detuvieron al menos unas 8 veces en controles militares, pero Gonzalo Martínez, que era además un hombre muy elegante y buenmozo, bajaba el vidrio y con una voz muy segura decía “soy el Embajador de México y estoy autorizado a circular” y les pasaba el papel por la nariz, que a nadie se le ocurrió leer, hasta que finalmente logramos llegar a la Embajada de México, y ahí dejamos a Nancy Julian y a Frida Modak.
Inmediatamente me subo al auto con Gonzalo y nos fuimos a la casa de Felipe Herrera, a buscar a Tencha, que había salido en pleno bombardeo de Tomás Moro y se había refugiado allí y nos encontramos con la sorpresa que Tencha nos dice “no, yo no me muevo, por qué no me voy a ir de Chile, este es mi país, no salgo”.
Ahí comenzó la diplomacia de Gonzalo diciéndole a mi madre “yo lo que quiero hacer es tenerla como invitada en la Embajada” y en esa forma logramos que Tencha aceptara, y pudimos llegar nuevamente a la Embajada de México. Allí estuvimos desde el 12 en la tarde, hasta el día 15 de septiembre, cuando dan los salvoconductos.
Por cierto, Gonzalo me ayudó a buscar a mis hijos Gonzalo y Marcia, que estaban en otra casa, y eso fue el día 13. De hecho, Gonzalo se llevaba muy bien con mi hijo Gonzalo y siempre le decía “tocayo juguemos ajedrez”. También llegó mi hermana Carmen Paz con sus hijos.
En la Embajada de México hubo momentos en que llegaron a haber más de 800 asilados. El más gracioso era el cineasta Álvaro Covacevich, que imitaba la voz del Embajador, llamaba y hacia pedidos a su nombre, y esa era la parte lúdica, dentro de tanta tragedia.
Nunca me voy a olvidar del trayecto entre la Embajada y el aeropuerto, el día 15, porque fue un viaje lleno de controles, en una noche oscura y lúgubre. Fueron si, varios embajadores que nos acompañaron en una caravana de buses y autos, porque querían tener la certeza que salíamos en las mejores condiciones, dentro de lo que sucedía en esos momentos en Chile. Ahí íbamos no sólo la familia Allende, sino los primeros exiliados como la familia del doctor Oscar Soto y otros mexicanos y chilenos.
Aterrizamos en México un 16 de septiembre, que es el Día Nacional de México, y nos estaba esperando el Presidente de México, Luis Echeverría, su esposa, María Esther Zuno, con el gabinete completo. Nosotras veníamos con lo puesto, y ellos estaban en el más riguroso luto: todos los hombres de trajes y corbatas negras, todas las mujeres vestidas de negro, y mi madre con un traje color lúcuma, cada una con lo que había podido salir. Fue muy fuerte y Gonzalo siempre con nosotros apoyándonos.
Ese mismo día, Gonzalo se entrevistó con el Presidente Echeverría y él le pidió que regresara a Chile esa misma noche, con el objetivo de traer a los chilenos que iban ingresando a la Embajada, y eso lo hizo no una, sino varias veces.
Asimismo, él tenía como misión llevarse a Pablo Neruda y Matilde Urrutia a México. Tenían todo listo para llevarlo en un avión acondicionado, para que no tuviera problemas, porque ya estaba resentido de salud. Pero lamentablemente no lo logró.
Gonzalo continuó haciendo estos viajes entre México y Chile, para salvar a la mayor cantidad de chilenos, hasta que México cierra la Embajada y corta las relaciones con nuestro país.
Son muchos los chilenos que le debemos la vida a Gonzalo Martínez Corbalá, protegidos por él, que logramos rehacer nuestra vida en México, y por eso tenemos una eterna gratitud hacia su persona, con una relación muy afectiva, personal y cercana, durante nuestro exilio que duró más de 16 años.
Fue un gran señor, muy jugado, un personaje entrañable, y particularmente, nosotros como familia Allende tendremos siempre un eterno agradecimiento hacia él y su esposa.
Todo nuestro cariño a sus hijos Gonzalo, Cristi y Eniak.
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