Cuando supo que había sido postulado al Premio Nacional de Derechos Humanos, no le pareció bien. Hace dos años, en su última participación en el Vía Crucis que organizaciones de derechos humanos realizan todos los años en Villa Grimaldi, al llegar el espacio central colmado por cientos de peregrinos, el locutor mencionó su presencia. Los presentes se pusieron de pie y dieron un largo aplauso. Él estaba incomodo, me decía: “no me parece, no me parece”.
Lo que no le parecía a este jesuita de 99 años, era que lo reconocieran de esa forma. Lo que él había hecho a lo largo de su vida estaba motivado por su fe en Dios, la convicción de la defensa y promoción de los derechos humanos, y la lucha por la dignidad de los más humildes, no la búsqueda de premios o reconocimientos. Simple, era su deber como cristiano, ser fiel a las bienaventuranzas.
Su sólida formación intelectual y académica, como haber sido convocado por Alberto Hurtado a colaborar en la formación del sindicalismo cristiano y la Revista Mensaje. O su opción de vivir como obrero, su adhesión y entusiasmo al soplo de cambios transformadores en la iglesia que el Concilio Vaticano II impulsó fueron la antesala de lo que sería su etapa más vital a lo largo de su vida.
Así como la defensa de los perseguidos, acompañar a los familiares de las víctimas, y la convocatoria a organizar un movimiento que desafiara el miedo imperante en una acción de lucha pacífica, no pasiva, pacífica y no violenta. El Movimiento contra la Tortura Sebastián Acevedo.
Al retorno de la democracia, sin dejar de acompañar al movimiento de derechos humanos en su lucha por impedir la impunidad y lograr verdad y justicia, orienta su acción a denunciar la inmoralidad de un sistema económico social injusto.
La carta de los Provinciales Jesuitas que criticaba el neoliberalismo sirve para que desde distintas partes lo inviten a exponer. Junto a ello, en el Chile de la transición, comienza a tomar forma el debate de carácter valórico, donde Pepe no tiene razones para omitir su opinión, dejando claramente establecido su apoyo a aquellas opciones que han sido víctimas de la discriminación, como es el caso de la diversidad sexual.
El hilo conductor de su vida ha sido, dicho en sus propias palabras, su opción profunda por Dios, materializada en su familia de toda la vida, La Compañía de Jesús.
Este lunes, José Aldunate, será nombrado oficialmente como Premio Nacional de Derechos Humanos. Soy un convencido que este reconocimiento, debe ser entendido, así se lo comenté a él, como un regalo para Chile.
Sobre todo para las nuevas generaciones de nuestra patria. Que conozcan que el miedo ante el oprobio puede ser vencido con las armas de la paz. Que la vida puede ser vivida en coherencia entre el decir y el hacer.
Son muchas las imágenes de la vida de Pepe que vienen a mi memoria, pero las de las acciones del “Sebastián Acevedo” se imponen, e inevitablemente al ver su figura delgada y con esa mirada de paz que transmitía frente a la represión, me hizo ver que acá hemos tenido la oportunidad de tener a un verdadero Gandhi latinoamericano.
Sin duda, quien nos enseñó que, “no los que dicen, sino los que hacen son los que cambian el mundo” es nuestro Gandhi…nuestro Gandhi del fin del mundo.
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