La fractura de Chile

                                                                                                                                                              

Transcurridos cerca de medio siglo de los acontecimientos, el día del Golpe cívico-militar en Chile no amaina en el debate, ni en la Memoria. 

Demasiados testimonios perduran aún para contar como si fuera ayer, ese día martes once y su extensión a una dictadura de 17 años. Lo conocido convive en vecindad con lo oculto y silenciado. Al menos dos generaciones han nacido con posterioridad y ese acontecimiento continúa produciendo muy definidas posturas, junto a incómodos silencios. Es difícil la neutralidad ante esa, la fractura de Chile. 

Aunque falte mucho por conocer, el cúmulo reunido continúa aumentando año por año. Investigaciones periodísticas e históricas, tesis académicas, procesos judiciales, testimonios recientes y un sinnúmero de nuevas pruebas y antecedentes continúan configurando un caleidoscopio del drama de ese día y de esos años. 

Cada víctima, tiene tras suyo una historia de vida, opciones y luchas que contar. Fijar a cada ejecutado y detenido desaparecido a la investigación judicial y a las circunstancias de muerte, es dejarlo incompleto de tiempos y proyectos. Hay que completar esas memorias para reivindicarlos, para reconstruirlos como una nueva y necesaria vuelta de tuerca en la construcción de Memoria. 

A 45 años, hay muy poco de nuevo en nuestra derecha cavernaria. Les molesta la Memoria porque los interpela. Pese al tiempo transcurrido y a todas las evidencias, los protagonistas y sus cómplices activos y pasivos continúan refugiándose en los años de Salvador Allende, en el ritmo de los procesos transformadores, en suma en los contextos para explicar la barbarie desatada. Aún no reconocen que el Plan Zeta y todas las máscaras fueron operaciones justificativas del Terrorismo de Estado. 

Lo que permanece en silencio y que a lo más se ha escuchado como un tibio susurro es que el régimen de fuerza y censura les fue necesario para el deshuesado del Estado y la privatización de las empresas públicas. Porque la tortura y el crimen crearon las condiciones que demandaba el gran capital.

Después del 90, los escasos intentos por investigar estos negocios resultaron infructuosos. Ahora, ya sabemos que fueron las conexiones entre negocios y política las que hicieron el resto, como luego lo evidenciaría la planilla de aportes de SOQUIMICH. La huella del dinero, de las fortunas pos dictadura huelen casi siempre a complicidad y acomodo con el terror de esos años. 

El Museo de la Memoria y los sitios de memorias a lo largo del país, reflejan y recuerdan la magnitud del terror. Pero, a pesar de la curaduría, ahí no está todo el horror, como en Punta Peuco, tampoco están todos los genocidas. 

La memoria activa en sus variadas formas es hoy el único muro disponible frente a los intentos negacionistas. Puede ser que casi no existan estatuas del dictador o calles con su nombre, pero las placas recordatorias están y a veces afloran entre algunos furibundos parlamentarios, animadoras de televisión, militares en retiro y gente agradecida. No hay que engañarse.  

Tenemos muchos otros museos de memoria con nosotros. Esos recuerdos que al mirar el Palacio de La Moneda reconstruido, pintado y rodeado de vallas, porfiadamente lo vemos también en llamas y bombardeado. Lo mismo que a Salvador Allende junto a sus leales compañeros asumiendo defenderse ese último día. Y así con cientos de lugares y fechas que nos recuerdan cada año y cada día a nuestros muertos. 

Los museos y la piedra, las placas y los sitios son las evidencias públicas. Pero, a la vez tanto en Chile y el exterior, hay pequeños museos personales y familiares que atesoran cartas, algún documento, escasas fotografías e incluso voces que se traspasan y custodian en cientos de miles de sobres, cajitas y carpetas. Hoy, los hijos son mayores que sus padres y madres desaparecidas y ejecutados. Los nietos y nietas preguntan, ¿cómo era el abuelo?, mientras observan esa foto de viejo carnet, donde el abuelo será joven por siempre. 

Seguramente la pregunta más difícil de hacer a un chileno o chilena de más de 55 años es, ¿qué recuerdas del día del golpe? Y otra aún más compleja aún, ¿qué hacías en dictadura? 

Finalicemos estas líneas con el poeta José Ángel Cuevas que en su texto "Desgraciados países", ha escrito.

Nadie quiere ahora que le digan la palabra dictadura

que le refrieguen el dedo acusándolo de

Auschwitz o Puchuncaví. 

Nota del autor. Dedicado a Gastón Fernando Vidaurrázaga Manríquez, a 62 años de su nacimiento.

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