El Golpe de Estado del 11 de eptiembre de 1973 derribó el gobierno constitucional del Presidente Allende, cerró el Congreso Nacional, eliminó las libertades democráticas, reprimió brutalmente a los Partidos de la izquierda, prohibió a la Democracia Cristiana, clausuró el movimiento sindical y las organizaciones sociales, salvo las de sus aduladores más groseros y vergonzosos.
Este contexto en que fueron derribadas instituciones republicanas forjadas en décadas de avances culturales, económicos y sociales, el Partido Socialista se vio ante una grave crisis organizacional por la dura persecución dictatorial como por las agudas diferencias ante las causas de la derrota, al punto que su existencia como fuerza política representativa de vastos sectores populares, en particular, de la clase trabajadora, estuvo seriamente comprometida.
Ante ello, brotó la resistencia de la Juventud Socialista, de jóvenes militantes con la mística del llamado de Allende a construir una nueva sociedad, en democracia, pluralismo y libertad. De ellos emanó una potente voluntad de lucha frente al boicot de los planes imperialistas que recurrieron a la desestabilización del país hasta alcanzar su objetivo, el Golpe de Estado.
Esa mañana, la del “once”, medio millar de secundarios socialistas nos reunimos en el liceo de “Artes Gráficas”, a la altura del paradero 8, entre la Gran Avenida y la “Panamericana”. Allí estaba Carlos Lorca, nuestro Secretario General y Ariel Mancilla, Subsecretario General de Frente de Masas. Éramos muchos, cundía el nerviosismo, pero había que resistir la embestida del fascismo.
En medio de la agitación y los rumores el tiempo pasó, así que el ruido de los aviones que bombardearon La Moneda pronto llegó. Poco después se conocía la muerte de Allende, el Presidente que nunca se entregó.
Empezó el miedo. Decidimos que se fueran los que tenían menos de quince años. Eran más de cien. Quedamos unos 300. Partimos a la Población La Legua donde se luchaba. La gente por las calles se apuraba. El ultimátum de los golpistas era claro: el que resistiera sufriría las consecuencias.
En la Universidad Técnica, hoy USACH, las tropas golpistas rodearon el campus y no dejaron entrar ni salir, nada ni nadie. Una tensa espera comenzó. Los helicópteros sobrevolaban. La izquierda universitaria quedó allí encerrada. Las consignas fueron acalladas por las ametralladoras. Allí, en Valparaíso y Concepción y en todo Chile.
Los jóvenes socialistas incorporados en la escolta presidencial, el GAP, apresados luego de hacer todo lo que estaba a su alcance para defender el gobierno en La Moneda, fueron llevados al regimiento Tacna, allí salvajemente torturados y asesinados. Se declaró el toque de queda.
En las fábricas y las poblaciones comenzó el terror. El joven socialista Jorge Aravena que resistía en una barricada, fue acribillado en La Victoria. Las ejecuciones sembraron la muerte y tiñeron de rojo la patria chilena.
Con un despliegue furioso y aplastante las fuerzas militares en la población La Legua tomaron el control total. Cerca de allí valerosos pobladores nos cobijaron después de buscar en las calles la resistencia que ya no había. En un hogar fraterno pasamos la noche.
Se decía que el general Prats, Comandante en Jefe del Ejército hasta el entonces cercano 23 de agosto, avanzaba con soldados constitucionalistas a dar vuelta la situación y doblegar el golpe fascista. Era una esperanza que entibiaba el corazón.
Ayudados por la penumbra de la madrugada nos reunimos con Ariel Mancilla, era la voz de la conducción política de la Juventud Socialista, una dirección joven y madura a la vez, sin titubear fue “al hueso”: el golpe de Estado era definitivo, no había sublevación de ningún sector militar, y el bombardeo de La Moneda una señal de lo que venía, era el inicio de un amargo periodo que no se podía saber cuanto duraría, habría que tener valor, resistir y soportar lo que nunca la izquierda chilena había sufrido para lograr sobrevivir.
El Estadio Chile y el Nacional, la base aérea El Bosque y tantos recintos más se llenaron de presos políticos, de lamentos y gritos de horror. Los más sádicos saciaron su crueldad en víctimas indefensas. Lo más terrible que se oculta en el alma humana salió a la superficie en el grupo que tomó el control de las fuerzas castrenses e impuso la opresión en el país. Al capturar el poder hicieron lo que quisieron sin control alguno.
Esa conducta genocida fue la que practicó Pinochet con la Caravana de la Muerte que sembró el terror con fusilamientos masivos de presos políticos indefensos, entre ellos, los jóvenes socialistas Pablo Vera, Claudio Lavín, Miguel Muñoz y Manuel Plaza en la ciudad de Cauquenes.
En Chillán, el líder juvenil socialista Patricio Alarcón fue detenido y acribillado en el puente Ñuble, Víctor Carreño en Valdivia, en Los Ángeles Héctor Moreno, Freddy Taberna en Iquique, Luis Solar en Arica, José Tapia detenido en Conchali y acribillado en Colina.
En Punta Arenas, el poeta Aristóteles España junto a un grupo de estudiantes secundarios eran brutalmente torturados, así fue formándose en los meses siguientes una lista interminable, hasta sumar miles de víctimas del odio y la irracionalidad del fascismo.
Aún así no se sometieron a la opresión. El valor para resistir y defender la dignidad y la libertad fue más fuerte. Hubo que rehacer lo que fue destruido. Como un collar que se rompe hubo que juntar las piedras de nuevo, una a una. A esa brega se incorporaron los militantes de la Juventud de Carlos Lorca, al esfuerzo de restaurar un Partido Socialista abrumado por la derrota, diezmado por la represión y por las pugnas internas.
Hacia ellos no hubo compasión. El joven diputado Carlos Lorca resistió hasta junio de 1975, siendo apresado por la DINA y de su verdadero paradero no se supo más.
En el Informe que el Ejército entregó a la “Mesa de Diálogo”, el año 2001, frente a su nombre en una casilla está el término “mar”, la abreviación sn y la palabra Antonio.
Otros jóvenes dirigentes como Ricardo Lagos Salinas y Ariel Mancilla recibieron el mismo trato inhumano. Debía deducirse que fueron asesinados y lanzados al mar. Se ensañaron con ellos, porque no se doblegaron y tenían pensamiento político estratégico. Ahora son un ejemplo imborrable de lealtad socialista.
Durante el gobierno de Allende, Carlos Lorca advirtió lo que vendría si el fascismo se llegaba a imponer. Pero no hubo capacidad para medir la dimensión histórica de lo que estaba en juego. En forma lamentable, se impuso una retórica confrontacional que desoyó las advertencias.
En la DC al no reconocerse el peligro de quiebre inminente de la institucionalidad y el carácter fascista del golpe militar, y en la ultra izquierda con la idea de la toma “total” del poder, que contradecía en su esencia el sentido libertario y el pluralismo de la vía chilena, fundamental para la estabilidad del país.
Así, los golpistas se abrieron paso en medio de una ceguera política espantosa. Ocurrida la tragedia, hubo que reorganizarse y tejer la red de la resistencia clandestina a un alto costo, como en el caso del joven socialista, Eduardo Muñoz, al que le sacaron los ojos y no delató a la dirección clandestina del PS, su cuerpo apareció ultrajado en las rocas de Santo Domingo.
La represión se extendió más allá de las fronteras y los jóvenes socialistas Juan Hernández, Luis Muñoz y Manuel Tamayo fueron detenidos y hechos desaparecer en Argentina.
Luego del Tercer Pleno Clandestino de 1978, se formó la Comisión Nacional Juvenil para reponer las raíces socialistas en la juventud chilena, creció hasta que en 1980 un golpe represivo la desarticuló, pero se volvió a reconstituir y en 1987, al calor de la lucha de masas antidictatorial se repuso la autonomía orgánica de la Juventud Socialista.
En el exilio la tarea fue prepararse para el retorno a la patria. Como lo hizo el joven socialista Carlos Godoy Echegoyen que detenido en la comuna de Quinteros en 1985, fue asesinado por la Dicomcar, los mismos que ejecutaron el atroz crimen de tres militantes comunistas.
A comienzos de 1979 se formó el contingente Carlos Lorca, en el que se integró Carlos Godoy junto a centenares de jóvenes socialistas que no olvidaron su patria y entregaron su potente energía al proceso de retorno a Chile.
En las diversas facetas de la brega libertaria estuvo presente la voluntad de lucha de los jóvenes socialistas que se sustentó en el valor de la lealtad socialista que hoy tantas veces se trasgrede.
Sin embargo, fue una auténtica lealtad militante la que permitió salir adelante en la más difícil etapa de la historia del socialismo chileno y luchar para restablecer el Estado de derecho y el respeto a la dignidad del ser humano en el país.
Al cumplirse un año más de la fundación del PS no hay que olvidar la historia.
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