Recordando al cardenal Raúl Silva Henríquez

Este viernes 27 de septiembre conmemoramos el 112 aniversario del natalicio del querido y recordado Cardenal del Pueblo, Raúl Silva Henríquez.

¿Por qué recordar con devoción y recogimiento al Cardenal Silva?

Porque fue un pastor de diálogo y de paz. Porque fue capaz de defender la dignidad de las personas.

Porque no temió la incomprensión ni las amenazas militares en su valiente defensa de los derechos humanos.

Porque la caridad de Cristo lo urgía (lema de su escudo episcopal).

Porque siempre estuvo al lado de las víctimas, así lo hizo cuando la sociedad no respetaba los derechos de los campesinos o de los inmigrantes, o de los sin casa, o de los trabajadores, o de los niños, porque condujo a la Iglesia por el camino de Jesús, por el camino del amor a su rebaño sin preguntar nada y sin exigir nada a cambio.

Porque siempre denunció a los victimarios que oprimían o despreciaban los derechos del pueblo a él confiado.

Porque pensaba y actuaba para mitigar los dolores de la gente.

Porque impulsó una Iglesia que fue capaz de entender los sufrimientos y alegrías del pueblo.

Porque permitió que los niños se le acercaran con confianza y sin temor a ser abusados.

Porque en los difíciles momentos de la dictadura creó vicarías bajo su especial dirección para defender a los trabajadores oprimidos o los que eran violentados, torturados, exiliados, encarcelados o asesinados por el terrorismo de Estado.

Porque dejó el legado de una Iglesia respetada, querida y creíble. Porque con su actitud de pastor regaló a los chilenos una Iglesia que le pertenecía a todos, fueran o no creyentes.

Ese fue el hermoso legado que entregó a sus sucesores a partir del 10 de junio 1983, cuando debió presentar su renuncia por motivos de edad.

Hoy, 36 años después, ese hermoso legado ha sido destruido por algunos arzobispos y cardenales que adoptaron el camino torcido del ocultamiento y la defensa de la maldad. Cardenales y arzobispos que usaron su poder para engañar y mentir.

Destruyeron la confiabilidad en la Iglesia que con tanto esfuerzo y valentía fue capaz de iluminar a Chile la acción del querido Cardenal Raúl.

Cardenales que usaron todo su poder y sus influencias para estar al lado de los victimarios, de quienes causaron tanto dolor y daño al rebaño a ellos confiado, porque guardaron silencio cómplice ante los reiterados abusos que habiendo sido por ellos conocidos, optaron por callar, porque se lavaron las manos a sabiendas del mal causado, porque promovían trasladar a los culpables de lugar, o que los enviaran al extranjero para ocultar su maldad, porque guardaron silencio y permitieron que los sacerdotes impuros se mantuviesen en sus cargos sin denunciarlos a la justicia, porque crearon una red de protección que permitiera la impunidad, porque optaron por negarlo todo, ocultarlo todo, demorarlo todo.

No les importaba el enorme daño causado, protegían a los sacerdotes delincuentes, aun cuando hubiesen provocado suicidios de sus víctimas, porque convirtieron la imagen de Iglesia en un referente de apetitos sexuales desenfrenados y torcidos, porque no fueron capaces de denunciar los delitos cometidos por unos pocos desalmados a los cuales sí se le brindaba ayuda económica y legal.

No fueron capaces de denunciar los atropellos con verdad y vehemencia, no fueron capaces de sancionar las acciones abusivas, delictuales y destructoras a la dignidad de humana, porque con su actitud menospreciaron el esfuerzo que día a día llevan a cabo millones de auténticos discípulos de Dios, sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos entregados al servicio de la palabra de Jesús mediante tantas acciones nobles, honestas y esforzadas de amor al pobre, de amor al prójimo.

Algunos de los últimos cardenales y arzobispos lograron destruir ese hermoso legado que nos dejó el Cardenal Silva el 10 de junio de 1983, destruyeron esa Iglesia Católica respetada, querida y creíble, esa Iglesia que se manifestó servidora y protectora de todos los chilenos y chilenas, compartieran o no la fe católica.

Conducidos hoy por el Administrador Apostólico obispo Celestino Aos, todos, la jerarquía y el pueblo de Dios, tenemos que saber proyectar con fe y esperanza el enorme legado de don Raúl y que este trago amargo sea tan solo un paréntesis de una senda equivocada, para que en la Iglesia de Chile podamos decir con fuerza “¡Nunca más!”.

¡Gracias don Raúl y muy Feliz Cumpleaños en el cielo junto a Jesús, el amor de su vida!

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