Dice la hermosa canción del autor argentino Víctor Heredia, cuyo padre y su hermana son detenidos desaparecidos de la dictadura de su país, además de un sobrino nacido en cautivero y cuya identidad desconoce. Hace poco hizo público su llamado para “Que nos devuelvan la mitad del dolor ” a propósito de la siniestra maniobra de la Corte Suprema de su país que quiso imponer el llamado “2x 1” como forma de computar los años de presidio de los criminales. En estricto rigor, eso era un indulto total y general disfrazado.
La respuesta de la sociedad argentina fue ejemplar. Medio millón de personas, mayoritariamente mujeres, repletaron las más grandes avenidas de Buenos Aires. Quienes encabezaban la inmensa manifestación llegaron hasta la plaza de Mayo el miércoles 10 de este mes con sus blancos pañuelos al aire, sus banderas y los carteles que exigían que ningún criminal quede libre.
En paralelo la Cámara de Diputados y el Senado aprobaron en pocas horas una ley que dejó sin efecto la artera decisión de los jueces supremos que fue impulsada por la derecha de su país con el apoyo de los grandes medios de comunicación.
Histórica victoria del pueblo argentino. Es que, a diferencia de Chile, allá se asume que la lucha por verdad y justicia es responsabilidad de todos y no sólo de familiares, jueces y abogados. Y por eso logran triunfos de fondo como éste.
Es la sociedad en su conjunto la que fue dañada a fondo por el genocidio provocado en varios países latinoamericanos, en tiempos de la llamada “guerra fría”, por los enemigos de los cambios. Y por tanto es la sociedad toda y no sólo las víctimas específicas y sus familiares los llamados a asumir la tarea de la justicia plena como modo de asegurar que tragedias similares no se repitan jamás.
Desgraciadamente, esto no ocurre en nuestro país en donde las organizaciones sociales, sindicales y políticas no se involucran en esta enorme tarea como si no fuera problema suyo. Lo que restringe el proceso sólo al plano judicial, que es en efecto su escenario natural, pero que no justifica la indiferencia o apatía del colectivo.
Indiferencia aprovechada por los mismos sectores que abrieron paso al quebrantamiento constitucional del 73 para presentar la situación como la de simples delincuentes comunes y no como lo que son realmente, esto es autores de crímenes de lesa humanidad cuyo tratamiento legal es tan excepcional como fueron sus crímenes.
La constatación de la soledad en que se libra en Chile el enfrentamiento jurídico procesal hace todavía más meritorios los progresos judiciales, pero sin duda avanzaríamos más si se entendiera de una vez que de la adecuada realización de todo el proceso depende también en buena medida el futuro democrático del país.
Es sin duda un logro, a vía de ejemplo, que los tribunales hayan acusado hace pocos días como cómplice en el caso “Caravana de la muerte” al ex comandante en jefe del ejército Emilio Cheyre por más que haya tratado de ocultar la verdad de su actuación. Sin embargo, el hoy procesado y acusado fue en su momento defendido por buena parte de los sectores políticos y sociales incluso por muchos y muchas que han posado siempre de consecuentes anti pinochetistas.
También ha sido importante que Corte Suprema haya confirmado la detención y procesamiento en uno de sus delitos del ex oficial de ejército Cristian Labbé quien alguna vez fuera elegido por los suyos como autoridad legal en Providencia demostrando así lo poco o nada que el país asume los horrores de la dictadura. En este fallo reciente, Labbé obtuvo un voto en favor de sus pretensiones de alguien que fue funcionario de la dictadura.
Son hechos que prueban de modo irrefutable que la sociedad no asume su pasado reciente. ¿O es que había elementos serios para creer en la inocencia del oficial Cheyre? Y si alguien no conocía la investigación judicial previa ¿ tampoco fue testigo de aquel enfrentamiento en televisión del personaje cara a cara con Ernesto Lejderman, hijo de sus padres fusilados cuando él era un pequeño de meses y lo tenían a pocos metros del crimen?
Y en el otro ejemplo ¿acaso alguien no sabía que Labbé había sido partícipe de la represión ya desde Tejas Verdes? Es hora de terminar con hipocresías y complicidades y entender que hablamos de un problema de caracter nacional, colectivo.
El texto de Victor Heredia que cité al comienzo de esta nota, y con ello concluyo, dice.
“¿Dos por uno? Estoy de acuerdo pero quiero lo mismo para los míos, mis queridos. Esa conmutación de pena, de dolores, de picana, de disparo fatal y feroz escalofrío.
Quiero la mitad del recorrido de la bala que los asesinó, que el cañón con que violaron a Cristina se quede a mitad de camino, que la trompada no llegue a destino, que la dejen amamantar a su hijo un poco más, para que esa ternura tape el olor a carne quemada que percibo cuando entro a Capucha o Capuchita. Quiero exactamente la mitad de todo lo que padecieron. Es decir que de tanto conmutar padecimientos al fin me los devuelvan con vida.
Quiero al nieto de mi madre, a mi sobrino nacido en cautiverio, ese que por razones inconmutables nunca pudimos abrazar. Sí, quiero a mi hermana y a mi padre, los quiero aquí de nuevo como hace cuarenta años. ¿No les parece justo?
Un dos por uno que retire ese océano de llanto que nos ahogó día a día en la desesperada espera. ¡Quiero ahora mismo la mitad de mi dolor, de mis temores, de mi exilio! ¿No pueden? ¿Cómo que no pueden? ¿Acaso no son capaces de torcer nuestra memoria? ¿De pretender que un asesino ya no lo es más porque se puso viejo? ¿Los devuelven a casa? Muy bien. ¿Dónde están mis amigos? ¿Dónde están nuestros hijos, nuestros padres y hermanos? Y les recuerdo una cosa. Todavía cantamos. Todavía pedimos. Todavía soñamos. ¡Todavía esperamos!”
Esa canción del argentino decía que pedimos, soñamos y esperamos, a pesar de los golpes que asestó en nuestras vidas el ingenio del odio desterrando al olvido a nuestros seres queridos.
Y agregaba que esperamos que nos digan adónde han escondido las flores que aromaron las calles persiguiendo un destino.
Al menos en el mundo de los derechos humanos seguiremos en el empeño de la verdad y la justicia para que “el jardín se ilumine con las risas y el canto de los que amamos tanto”.
Así será hasta el final, hasta que no quede ni un genocida sin un justo proceso. Ojalá alguna vez la sociedad entienda y asuma que buena parte de su futuro depende de estos asuntos.
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