Un Winnipeg para Palestina

La actual ofensiva Israelí sobre la Franja de Gaza, iniciada con ataques aéreos el 8 de julio y continuada en forma de ofensiva terrestre nueve días después, está provocando consecuencias que hieren la conciencia de la humanidad.

Los palestinos muertos bordean las 800 personas, de las cuales más de 100 son niños.Sólo como resultado de los ataques del 21 de julio murieron 34 niños y 21 mujeres palestinas, en cifras consideradas provisorias mientras continuaba la búsqueda de cuerpos.

Según el recuento de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) –consignado por el diario Público de España el 22 de julio- desde el inicio de la operación “Margen Protector” en la Franja de Gaza, 3.700 personas han resultado heridas; 10.903 casas han sido destruidas, casi 10 mil parcialmente demolidas y otras 18.075 han sufrido daños, mientras que las escuelas afectadas son 856.

La última embestida militar israelí ha provocado –al menos- el cierre de cinco hospitales, seis clínicas y trece centros de salud y daños de diversa índole en ocho ministerios.Además, han sido destruidas tres mezquitas y otras 64 han tenido daños de consideración. Asimismo, la campaña de las Fuerzas de Defensa israelíes ha originado el desplazamiento de cerca de 150 mil personas y ha dejado a 1,2 millones sin electricidad, agua o infraestructura de saneamiento.

Es dable señalar que cada muerto, herido, refugiado es una historia valiosa y compleja en sí misma, que es inabarcable por las cifras. Y es bueno saber que uno de cada tres refugiados en el mundo son palestinos, por lo que los actuales ataques no hacen más que agrandar un drama humanitario que es necesario resolver.

Los sucesos comenzaron tras el secuestro y asesinato –el 12 de junio- de tres jóvenes israelíes. El gobierno de Benjamín Netanyahu culpó al movimiento Hamás, pese que estaba al tanto que los autores del crimen pertenecían al clan Qawasmeh, el que se ha dedicado por varios lustros a boicotear la paz.

Las autoridades israelíes supieron desde un principio que los jóvenes israelíes habían sido asesinados apenas secuestrados, pero sembraron la esperanza que estaban vivos lo que generó desesperación en la población.

Cuando el 30 de junio fueron hallados los cadáveres de estos tres jóvenes –lamentablemente asesinados- los ánimos se enardecieron y, como consecuencia de ello, un grupo de extremistas judíos torturó y quemó vivo a un joven palestino en Jerusalén. La ira hirvió ahora en el bando contrario. Y el enojo palestino derivó en lanzamiento de cohetes –que tienen escasa potencia y precisión- los que a su vez fueron contrarrestados con feroces ataques aéreos y terrestres, que han tenido las consecuencias antes reseñadas.

La diferencia de fuerzas entre lado y lado se expresa en que por cada israelita muerto han perecido 30 palestinos.Seamos claros: en Gaza lo que hay no es fuego cruzado. ¡Aquí lo que hay es una masacre! ¡Lo que hay es una campaña sistemática de aniquilación del pueblo palestino. Y eso no puede continuar!

Israel ha justificado el inhumano castigo a la población civil, con la excusa que esta es usada como “escudos humanos” por los “terroristas”. Sin embargo, la comunidad internacional ha sido clara en rechazar los ataques a población civil. Ni siquiera se han respetados escuelas, mezquitas ni refugios de la ONU.

El miércoles 23 el Consejo de Derechos Humanos de la ONU aprobó una resolución que condena “las violaciones generalizadas, sistemáticas y flagrantes de los derechos humanos” cometidas por Israel, “en particular la última ofensiva militar (…) en la franja de Gaza”. Resulta decidor el resultado de la votación: 29 votos a favor, 17 abstenciones (países europeos) y sólo un voto en contra: Estados Unidos.

Pero la presión ha resultado infructuosa: Israel ha hecho caso omiso e incluso ha aumentado la ferocidad de sus ataques. El jueves 24 bombardeó una escuela de la ONU en la localidad de Beit Janún, en el norte de Gaza. Al menos 17 civiles palestinos murieron -entre ellos varios niños- y más de 200 resultaron heridos como resultado de esta acción.Este ataque se dio en el contexto de desesperadas gestiones internacionales que buscan un cese al fuego.

La situación se avizora crítica puesto que poderosos sectores ultraderechistas de Israel, presionan por una salida aún más opresiva que la hasta ahora implementada por Netanyahu. Buscan que su país se siga expandiendo y se niegan a negociar con los palestinos, tal como han hecho desde la Guerra de los Seis Días (1967). Desde entonces Israel ha rechazado el diálogo y “ha preferido confiar en sucesivas muestras de fuerza militar”, como señaló Immanuel Wallerstein en su artículo ¿Qué puede conseguir Israel? (2006).

Recientemente el corresponsal de The Independent en Oriente Medio, Robert Fisk, abordó el tema de la negativa al diálogo israelí, en su nota La verdadera historia oculta de Gaza que los israelíes no están contando: “Al principio Netanyahu dijo que no podía hablar con el ‘Presidente’ palestino Mahmoud Abbas porque no representaba también a Hamas. Luego, cuando Abbas formó un gobierno de unidad con Hamas, Netanyahu dijo que no podía hablar con Abbas porque se había aliado con la ‘terrorista’ Hamas. Ahora dice que sólo se puede hablar con Abbas si rompe con Hamas, aunque si lo hace dejará de representar a Hamas”.

Fisk se pregunta: “¿Cómo es que todos esos palestinos —millón y medio en total— han acabado hacinados en Gaza? Bueno, pues resulta que sus familias vivieron una vez en lo que ahora se llama Israel. Y que fueron expulsados —o huyeron para salvar la vida— cuando se creó el Estado de Israel”.

Este corresponsal inglés sitúa bien el actual conflicto al señalar: “Todo esto no tiene que ver solamente con el vil asesinato de tres israelíes en la Cisjordania ocupada o con el vil asesinato de un palestino en la Jerusalén Este ocupada. Tampoco con la detención de numerosos militantes y políticos de Hamas en Cisjordania. Tampoco con los cohetes.Como de costumbre, el meollo del asunto es la tierra”.

Netanyahu, intentando ganarse el apoyo de la ultraderecha para aferrarse al poder, ha manifestado que los ataques contra Gaza continuarán hasta restaurar la paz. Y ha asegurado que “el Ejército israelí está progresando en el terreno de acuerdo a lo programado”. Pero la estrategia de masacrar a todo un pueblo para castigar un crimen –absolutamente repudiable, hay que decirlo- ya no convence a nadie.

Resulta decidor –en este sentido- que el propio secretario de Estado norteamericano, John Kerry, haya calificado la operación “Margen Protector” como “infernal”. Hizo esto mientras hablaba telefónicamente sin percatarse que estaba siendo grabado. “Vaya infierno de operación milimétrica. Tenemos que ir allí (…) Es una locura estar sentados”.Este comentario no es menor si se considera que Estados Unidos es el principal sostén político y militar que tiene Israel.

El actual ciclo de violencia ha tenido como respuesta una movilización mundial por la paz.Y Chile no ha permanecido al margen de este anhelo. Y no lo puede estar, entre otras razones, porque en nuestro país habita la comunidad palestina más grande fuera del mundo árabe: entre 450 y 500 mil palestinos.

Ya son decenas las manifestaciones que se han producido en numerosas ciudades, en las que se ha exigido poner “¡fin a la masacre!”. El Gobierno también ha reaccionado, aunque no con la intensidad que la situación amerita. El domingo 20 de julio el canciller Heraldo Muñoz expresó que el ataque de Israel a Gaza “es francamente deleznable”. Relaciones Exteriores comprometió la entrega de 150 mil dólares a la ONU, con la finalidad que sean destinados a los refugiados que quedaron tras la ofensiva israelí.

El Senado, por su parte, ha pedido en forma unánime al Gobierno que condene “la ofensiva militar que Israel despliega contra territorio palestino”; que promueva en el Consejo de Seguridad de la ONU iniciativas que pongan fin “al abuso de la posición militarmente dominante que ostenta la fuerza ocupante de los territorios palestinos” y que “instruya el inmediato retorno al país del Embajador de Chile en Israel, Jorge Montero Figueroa”.

Es urgente que estas medidas se concreten a la brevedad. No podemos seguir esperando.¿Cuántos muertos espera nuestro gobierno que haya para llamar a nuestro embajador a consulta en una señal concreta de condena a estos crímenes?

Pero el tema no se debe acabar ahí. ¡Debemos tomar otras determinaciones que muestren cual es el ánimo que existe en nuestro país en esta materia! Una medida concreta –en el sentido de rechazar la masacre contra los palestinos- sería quitar la ciudadanía chilena a los conciudadanos que cursen el servicio militar en Israel. Son muchos los jóvenes chileno-judíos que hacen su servicio militar en Israel y nosotros hemos argumentado -en proyecto recién presentado junto a otros senadores- que si alguien hace el servicio militar en un país distinto a Chile, debe perder la nacionalidad, salvo que haya convenios o tratados internacionales, o que exista una doble nacionalidad.

Además de esto, es necesario que aumentemos nuestra ayuda a Gaza y nos abramos a la posibilidad de recibir en Chile –temporalmente y por razones humanitarias- a algunos de los miles de palestinos y palestinas que se han quedado sin hogar y requieren ayuda.

Así como en 1939 Pablo Neruda gestionó un barco, el Winnipeg, para ir en ayuda de refugiados de la Guerra Civil en España, ahora es necesario que nuestro país –con la ayuda de la comunidad árabe residente- gestione el rescate de hermanos y hermanas palestinos que están sufriendo y que requieran ayuda. Sería un gesto de humanidad que se entroncaría con lo mejor de nuestra historia.

Esta ayuda en ningún caso intentaría suplir la demanda principal de los 5 millones de refugiados palestinos, que es retornar a su tierra. Esa es la demanda principal de este pueblo, la que seguiremos respaldando con fuerza y decisión.

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