Crisis en la educación y en las PyME

¿Qué tienen que ver la educación y las PyME? La tesis que sustenta esta columna es que tienen más en común que lo que se piensa.

¿Por qué estamos viviendo una profunda crisis en educación? Es cierto que hay varios colegios, institutos profesionales y universidades que no parecen estar sufriendo ninguna crisis, pero desgraciadamente atienden a una minoría de estudiantes.

Esta opinión se centra en la gran mayoría de ciudadanos de nuestro país que están adscritos a la educación pública o mayoritariamente financiada con recursos públicos.

En forma similar uno se podría hacer la pregunta ¿Por qué están en crisis las empresas?

La respuesta es parecida, existe un reducido número de empresas que no parecen sufrir ningún tipo de crisis, no obstante el 99% de ellas son PyME que generan, el 70% de los empleos y viven una crisis que se profundiza año a año.

En ambos temas los gobiernos han tomado importantes medidas, pero la enfermedad no remite: la educación pública y las PyME se encuentran en estado agónico.

Si seguimos hablando de educación como si fuese un todo homogéneo de realidades va a pasar en el país lo mismo que ha pasado con la PyME en los últimos años, NADA.

Hay una gran cantidad de realidades en educación, así como distintos tipos de PyME, los que no se pueden abordar con una única política pública.

¿Cuáles son los principales problemas de la educación y de las PyME?

En primer lugar, se debe reconocer que ambos son problemas muy complejos, con múltiples aristas. La educación afecta la competitividad del país en el mediano plazo.

Sin buena educación, ¿cómo podemos aspirar al capital humano que el país necesita para su desarrollo integral?

Dada la complejidad del problema, las soluciones simples no existen, son una quimera o están teñidas de oportunismo político.

Sobre todo cuando los distintos actores ven una parte del problema e intentan crearse posiciones desde donde condicionar soluciones ventajosas para su óptica.

Lo hicieron quienes diseñaron un modelo educacional basado en el chorreo y en la iniciativa privada como ingenuo pilar para confiar que un mismo subsidio sería igualmente efectivo para personas vulnerables que para personas acomodadas.

Así mismo, quienes, obsecuentes desde el parlamento, evitaron durante años cualquier modificación al diseño original.

Por otra parte, lo hizo durante varios años el gremio de profesores que, parapetados desde el estatuto docente, impidieron cualquier fórmula para medir la calidad.

Lo utilizaron los pingüinos, en un movimiento hermoso, que fue más largo que lo que se necesitaba para dejar un mensaje testimonial y más corto que lo que se requería para lograr transformaciones de fondo.

Lo hace la CONFECH dándole prioridad a la educación superior, en un país donde ésta atiende esencialmente a las clases más acomodadas, por ende cuyas soluciones, si son financiadas por el Estado, hacen que nuestra ya vergonzante mala distribución del ingreso empeore.

También los hay quienes no están movidos por la calidad en educación, sino que ven en el fin del lucro de la educación la hebra de la madeja del colapso de un sistema económico en el que no creen, ni quieren.

El problema de la educación requiere de una profunda voluntad política, no para juntar el financiamiento que permita que esta sea gratis para todos, sino para hacer las transformaciones institucionales que permitan que hasta el más vulnerable de nuestros conciudadanos tenga acceso a una educación de calidad. (Cualquiera sea la definición de calidad que acordemos).

Ningún país desarrollado se ha apoyado en la utopía de “universidad para todos” para su progreso. La universidad o es meritocrática, o deja de ser universidad.

¿Basta eliminar el lucro para asegurar la calidad en educación? No se ha probado ninguna co-relación entre ambos conceptos, afirmar lo contrario es pueril.

No pretendamos agotar en una discusión o mesa todas las variables a que intervienen en una industria compleja con tantos productos y actores tan diversos como es la educación.

Un viejo estudio de la UNESCO demostraba que si no se invertía un peso en educación pre-escolar en años futuros había que invertir dos pesos en educación básica para recuperar lo no avanzado, y así sucesivamente hasta llegar a 8 pesos en educación superior.

Es claro que el liderazgo no es solo para conseguir los recursos necesarios, sino para ponernos de acuerdo en las prioridades. Partir desde la educación superior para resolver los problemas de la educación es solamente aumentar la desigualdad en el corto y mediano plazo.

Por su lado, si las PyME chilenas siguen disminuyendo su participación en el PIB (han disminuido a la tercera parte en los últimos años hasta menos del 10%), mantienen su casi nula presencia en las exportaciones y a la vez siguen siendo la fuente mayoritaria de empleo (cercana al 70%) estamos construyendo las bases para una economía totalmente dual y concentrada en pocos actores peligrosamente poderosos, con eventuales riesgos sistémicos si alguno de ellos falla, y a la vez creando un trampolín para el empeoramiento de nuestra paupérrima distribución del ingreso.

Qué lejos está Chile de los países desarrollados donde las PyME aportan guarismos similares para el empleo, el PIB y las exportaciones.

Igualmente que en el caso de la educación, más que mayor financiamiento para las PyME lo que falta es liderazgo para ponernos de acuerdo en un diagnóstico común y para tomar el riesgo de una sola estrategia gradual de desarrollo y no miles de pedazos aislados de estrategias y herramientas mal copiadas de países distintos al nuestro y ajenos a nuestra realidad.

Educación y PyME, dos crisis profundas unidas por la carencia de liderazgos.

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