La cultura del canapé

En la antesala de una nueva definición de candidatos presidenciales, a diferencia de hace cuatro años, la mayoría está indecisa y los pocos decididos parecen volcarse por figuras que no sólo representan, si no que ofrecen, una continuidad con el proyecto país que primaba antes de la arremetida refundacional de la Nueva Mayoría y la segunda Bachelet. Hoy existe nostalgia por la “democracia de los acuerdos” y el estado subsidiario concertacionista, incluso dentro de la derecha.

El enorme apoyo al movimiento estudiantil se ha esfumado ante las expresiones más vandalizadas, pero quizá tanto o más ante los costos que la población ha vivenciado por las reformas tributaria y educativa: el pago de IVA por las ya infladas viviendas, el menor crecimiento de empleos y salarios; hacer colas de cuadras desde la madrugada para obtener un cupo en los colegios con “Ley de Inclusión”, la prometida gratuidad universitaria que llega a otros, los colegios que cerrarán o pasarán a particulares.

Probablemente pase lo mismo con las pensiones si se concreta el 5% de alza en cotización, muchos dirán “quiero subir mis pensiones, pero sin bajar mi sueldo”

Si el 2011 preguntabas a alguien si apoyaba que hubiera educación gratuita y de calidad, que tuviera una pensión más alta, un Estado más solidario, mayor poder de negociación de su sindicato, etc., seguramente habría respondido que sí a todas las preguntas. Aquí la ciudadanía sólo pensó en los resultados, en la dulce meta alcanzada, pero no en los sacrificios.

Y cuando comenzaron a ver los sacrificios que había que hacer en su propia cara -cuando ya no podían restarse del proceso- parecieron despertarse de un mal sueño, el gobierno refundacional obtuvo la peor evaluación desde el retorno a la democracia y aparece la nostalgia por los ahora dulces años de la era Concertación-Piñera.

Hace un par de años un medio chileno publicó una nota sobre la educación y salarios en Dinamarca -puesto de moda nuevamente por las pensiones- preguntando al público “¿estarías dispuesto a pagar 40% de impuestos si ganas ese alto (cifra) sueldo?” y la respuesta con más likes en la nota subida a página de facebook era “sólo si gano esa cantidad de plata feliz pago esos impuestos, pero con los sueldos que hay en Chile de ninguna manera”. O sea, primero obtener el premio y después pagar el sacrificio ¿qué sistema funciona así?

Parece que los chilenos recién están comenzando a tomar conciencia de los costos que implica asumir cierto proyecto de país, que todo anverso tiene un reverso. Hasta ahora, parece que prima la cultura de la degustación o del canapé: se le ofrece un bocado en bandeja, tan tentador que es tomar y comer, pero sin saber que igual lo está pagando alguien, generalmente el mismo que lo consume, o peor, otro que nada ha disfrutado, aunque de manera subrepticia. Recién se está dando cuenta que el “regalo por la compra de” no es un regalo, y las reformas tampoco, que la educación gratis, nunca será gratis.

Una ex superintendenta de pensiones comentaba que en una reunión de educación previsional con ciudadanos de a pie, una pobladora, al no entender sus explicaciones,  le dijo “¡Ay, no le entiendo nada de esas cosas que dice usted, sólo quiero una pensión justa y punto! Ustedes son expertos, ¿cómo no van a conseguir una fórmula para dar buenas pensiones?” Así, el actuar del Estado y sus expertos aparece como una nebulosa, como esas máquinas de ciencia ficción en que de manera misteriosa para el espectador salía cualquier cosa, aunque desafiara la lógica.

Falta conciencia que el presupuesto de la Nación no es esencialmente distinto al presupuesto de una casa, cuando la situación no da para comprar el deseo o la necesidad, no queda más que decir a los padres “no se puede nomás”. Esto es clave ahora en el debate de pensiones, pues al ser cualquier reforma de pensiones extremadamente cara, hoy la mitad del gasto social en Chile son pensiones, bonos y montepíos, una mejora en esa área necesariamente exige un sacrificio fuerte en otras: lo siento, o trabajamos más, aportamos más o retrocedemos en educación, salud y vivienda.

Muchas personas se sienten ajenas aún a los costos que las reformas (necesarias o no) implican, aduciendo a “que lo paguen los empresarios” como si el dinero de los empresarios fuera maná caído del cielo, y nosotros no les compráramos. Quizá porque en Chile el 85% de la población no paga impuesto a la renta, pero queremos ser como Dinamarca, donde TODOS -incluso las personas de más bajos ingresos- pagan al menos un 37% (y hasta un 75%).

Es hora que si como ciudadanos apostamos a un Chile más solidario -como yo adhiero-, tengamos conciencia y disposición no sólo para estirar la mano para recibir los beneficios o regalos de ese Estado más fuerte y solidario, sino también a llevarla al bolsillo para alimentarlo. Como dijo cierta política británica que no obstante no me simpatiza “el Estado no tiene dinero suyo, el dinero que maneja es el que le aportan los contribuyentes”

Los suizos entendieron cuando este año en plebiscito votaron mayoritariamente en contra de una iniciativa legal de entregar un ingreso mínimo garantizado de 2.300 euros a todo ciudadano, por los tremendos recortes y alzas de impuestos que esto implicarían: comprendían que toda iniciativa bonita con un fin noble tiene costos inevitables y no estuvieron dispuestos a transarlo.

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