Coescrita con Fernando de Laire, doctor en Sociología Universidad Católica de Lovaina, especialista en temas laborales
La reciente elección del nuevo pontífice de la Iglesia Católica, que adoptó para sí el nombre de León XIV, trajo consigo múltiples resonancias de quien le precediera en esa estirpe: el papa León XIII, considerado el padre de la doctrina social de la esta iglesia. En tal contexto, resulta pertinente analizar la convergencia de esta última con el cuerpo doctrinario y normativo de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). A lo largo de más de un siglo, como dos anchos ríos, ambas tradiciones han fluido estableciendo un diálogo fecundo en cuyo centro se ubica un valor compartido: la defensa de la dignidad del trabajo humano.
En 1891, el papa León XIII publica un documento fundante, la encíclica Rerum Novarum, con el subtítulo "Sobre la cuestión obrera". En esta llama a los empleadores a respetar la dignidad de la persona en cada trabajador, critica los excesos del desarrollo capitalista en curso y la concentración de la riqueza. Además, delinea el papel del Estado en la promoción de la justicia social, promueve el derecho a organizarse de los obreros católicos y aboga por un salario justo.
Esta encíclica es hija de su tiempo, una época signada por tensiones sociales y ascenso del movimiento obrero en Europa y América Latina. Se arraiga en una época de cambios y a la vez los dinamiza.
La OIT, su constitución y los primeros seis convenios internacionales también son hijos de tiempos convulsos. En efecto, esta organización de carácter tripartito fue creada en 1919 como parte del Tratado de Versalles que puso fin a la Primera Guerra Mundial.
La piedra angular del Preámbulo de la Constitución de la OIT es la idea que la paz universal y permanente "no puede fundarse sino sobre la base de la justicia social"(1). Y, considerando que "existen condiciones de trabajo que implican para un gran número de personas la injusticia, la miseria y las privaciones, lo cual engendra tal descontento que la paz y la armonía universales están en peligro", realiza una interpelación a la acción. Así, puede afirmarse que tras dicha interpelación -y, por cierto, del motor que han representado las luchas ascendentes de las y los trabajadores por mejores condiciones de trabajo y de vida- se iría configurando progresivamente el moderno Derecho internacional del Trabajo y de la Seguridad Social.
El principio subyacente, enarbolado de manera permanente por la OIT y presente a su vez en la doctrina social de la Iglesia Católica, es de carácter paradigmático: el trabajo humano no es una mercancía. Se comprende así la profunda sintonía entre el pensamiento socialcristiano y los instrumentos normativos de la OIT.
En tiempos más recientes, son indudables los paralelos en la búsqueda de una globalización con rostro humano: el "Informe del Foro de la OIT sobre el Trabajo Decente para una globalización justa" (2007) está en estrecha sintonía con las encíclicas Caritas in Veritate (2009) y Laudato Si (2015). A esto se suma una común preocupación por los efectos sociales del cambio climático.
La elección del papa León XIV augura la profundización de este diálogo permanente y fecundación recíproca. En efecto, en su primer discurso ante el Colegio Cardenalicio, el sumo pontífice subrayó su filiación con una línea de continuidad que remitió a León XIII y la encíclica Rerum Novarum, pasando por el Concilio Vaticano II y la revigorización de su mensaje por parte del papa Francisco.
En cuanto al futuro, dijo sentirse llamado a proseguir ese camino, enfatizando lo siguiente: "Hoy la iglesia ofrece a todos su patrimonio de doctrina social para responder a otra revolución industrial y a los desarrollos de la inteligencia artificial, que comportan nuevos desafíos en la defensa de la dignidad humana, de la justicia y el trabajo".
Desde el punto de vista práctico, en la actualidad, la Coalición Mundial para la Justicia Social impulsada por la OIT ofrece una plataforma común para la acción multilateral y la convergencia de las distintas vertientes del humanismo. En ese marco, resulta fundamental el compromiso de redoblar los esfuerzos para garantizar el acceso al trabajo decente, como fuente de dignidad y camino para que se desplieguen el talento y las capacidades de todas y todos los miembros de la comunidad global.
(1) Años más tarde, las encíclicas Quadragesimo Anno (1931) y Laborem Exercens (1981) postularían el concepto de justicia social como principio estructurante de la vida económica
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