Con los avances de las campañas de vacunación en Chile y en el mundo desarrollado, la recuperación de los mercados internacionales y los altos precios de commodities, las perspectivas de una recuperación de la actividad económica en Chile parecen representar una luz al final del túnel para nuestras empresas.
Pero aún subsisten nubarrones oscuros en el cielo empresarial nacional. Con gran parte de la población mundial aún sin vacunar, la posibilidad de que surja una nueva cepa más agresiva del virus que prolongue la pandemia continuará siendo una amenaza latente. En Chile, el debilitamiento de las instituciones políticas, un marco jurídico cada vez menos cierto, la incertidumbre del proceso constitucional y una inminente reforma tributaria ad portas, hacen que el panorama se vea cada vez más incierto y desafiante.
En este contexto, mantener empresas saludables y competitivas, con propuestas de valor atractivas para sus clientes, que generen empleos de calidad y aporten para construir una mejor sociedad, y que al mismo tiempo logren rentabilidades atractivas para el capital, se torna cada vez más difícil. La búsqueda de la productividad, por lo tanto, es hoy un imperativo estratégico para todas las compañías y un deber moral que tenemos como país, clave para recuperar el crecimiento de nuestra economía y solventar los costos de esta pandemia y de una agenda social progresivamente más ambiciosa.
Pero esto, que parece evidente, desde hace un buen tiempo ha demostrado ser sumamente esquivo para los chilenos. Según los datos oficiales reportados por la Comisión Nacional de Productividad, en el último quinquenio (2015-2020) la productividad agregada en Chile cayó en el rango de 0,1% y 0,3%, situación similar a los quinquenios 2010-2015 (rango 0,1% y 0,3%) y 2005-2010 (rango 0,2% y 0,4%). Dicho en buen castellano, los chilenos llevamos casi dos décadas siendo cada vez menos productivos y, por lo tanto, menos competitivos. Como antecedente -reporta la CNP-, en la década de los '90 el crecimiento promedio anual de la productividad estuvo en torno a 2,3%.
Las restricciones impuestas por la pandemia sin duda están siendo un catalizador para acelerar estos cambios tan necesarios. La irrupción masiva del teletrabajo ha obligado a las empresas a replantear sus procesos de gestión y, en muchos casos, a "aprender a trabajar de nuevo", de manera más simple y productiva. La tan ansiada flexibilidad laboral ha ido ganando terreno a pasos agigantados.
Junto a esto, la incorporación de tecnología y digitalización en las compañías está introduciendo cambios estructurales en los procesos productivos en muchas industrias, y ha permitido el surgimiento de nuevos modelos de negocio más competitivos que desafían el statu quo.
Los cambios son difíciles y nos están afectando a todos en mayor o menor medida. Mientras buscamos la mejor manera de ajustarnos a estas nuevas formas de trabajar y de vivir, nos damos cuenta de que los efectos de esta pandemia probablemente se harán sentir por muchos años, en muchos ámbitos de nuestra sociedad y de nuestras vidas.
Pero los cambios a veces son para mejor. Y en lo que respecta a nuestras empresas, es probable que estemos asistiendo al mayor aumento en productividad en décadas, algo similar en escala a lo ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial, con los enormes progresos industriales y la masiva incorporación de la mujer a la fuerza laboral. Es de esperar que así ocurra, que de esta pandemia salgamos también con compañías más modernas, eficientes y competitivas, y que logremos como país dar el tan necesario salto en productividad. Para Chile, alcanzarlo dejó de ser una opción y se transformó en un imperativo moral.
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