Ahora que las urgencias sociales han aflorado como llagas enrabiadas en el tejido social de Chile, ahora que rostros del 0,01% más rico se han apresurado a hacer meas culpas públicas y anunciar aumentos de salarios en sus empresas, ahora que es cuando debe cambiar el país o atenerse a las consecuencias de no hacerlo.
Llegó el momento de que los súper ricos se pongan al día con una deuda inmoral que tienen: pagar impuestos por los US$ 335.000 millones en utilidades personales retenidas, según cifras oficiales del SII.
Se trata del Fondo de Utilidades Tributables (FUT), suprimido por la reforma tributaria de la presidenta Bachelet y que este gobierno, hasta el viernes 18 de octubre, insistía en reponer por la vía de la reintegración tributaria.
Según un reportaje en La Tercera, publicado en septiembre de 2017, el monto acumulado del FUT alcanzó 1,25 veces el PIB.
Lo que fue concebido en los años 80s como un instrumento para alentar el ahorro y la inversión en la entonces ruinosa economía gestionada por la dictadura, con el paso de las décadas se convirtió en un espacio para la evasión de impuestos de los dueños de las sociedades.
Es un ejemplo rotundo de extrema desigualdad, ningún trabajador asalariado puede diferir el impuesto de segunda categoría o ningún consumidor final puede postergar el pago del IVA y de cómo la ley ha sido instrumentalizada para saltársela y concentrar riqueza escandalosamente.
“Creado en 1984, el FUT es un registro en el que las empresas contabilizaron, hasta el 31 de diciembre de 2016, las utilidades no retiradas por los socios, que se destinarían a inversión de las propias compañías, y que por tanto quedarían transitoriamente pendientes del pago del impuesto global complementario”, decía entonces La Tercera.
Las cifras del Servicio de Impuestos Internos (SII) son categóricas: un 71,6% del saldo definitivo del FUT fue registrado por las grandes empresas, con ventas anuales sobre las 100.000 UF; el 11,26% está asociado a las medianas; el 9,51% a las pequeñas y el 4,54% a las microempresas.
Está claro entonces dónde está la plata, o teóricamente dónde debería estar, porque esa es otra parte de la historia, no hay ninguna certeza de que esos dineros hayan sido efectivamente reinvertidos en las empresas, sino que probablemente están fuera del país, la mayoría en paraísos tributarios.
Rodrigo Valdés, el ex ministro de Hacienda, planteaba entonces que “sabemos que existe aún un FUT muy grande, que nunca se va a sacar si no es con estos incentivos. Nunca se va a pagar”, justificando el impuesto sustitutivo del FUT que se creó en 2015 para “limpiar” el registro y que pudo recaudar US$ 2.316 millones entre 2015 y 2017.
El impuesto sustitutivo de la reforma de Bachelet estimuló limpiar US$ 33.269 millones de FUT acumulado, o sea alrededor del 10% de lo que está apozado y por una simple regla de tres podría deducirse que de liquidarse todo lo pendiente, podrían recaudarse más de US$ 22.000 millones, una suma más que suficiente para pagar a lo menos las deudas sociales más urgentes: pensiones mínimas dignas y financiar urgentes gastos de salud, como las cirugías en espera y la entrega de medicamentos subsidiados.
Es cierto que son ingresos que se perciben sólo una vez, no son permanentes, pero muy pronto tendrá que venir la discusión de la verdadera reforma tributaria que suba sustancialmente la carga de impuestos a los súper ricos, que la saque del penúltimo lugar donde está ahora y la coloque en el promedio de la OECD, si es que de verdad están conmovidos y quieren seguir viviendo tranquilamente.
Y sobre todo, los más ricos de Chile que han estado haciendo gárgaras ahora que reconocieron las inequidades (que es distinto a decir que no las conocían) y están espantados con el estallido social y temen el derrumbe del modelo que les permitió ultra enriquecerse por la vía del abuso y de la expoliación de los más pobres (colusiones en el precio de los medicamentos, del papel higiénico, de los pañales, de los alimentos, etc.), podrían hacer algo que realmente les duela de verdad en el bolsillo y que haga más viable creerles.
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