Estábamos iniciando nuestras vacaciones cuando nos enteramos que en China, al otro lado del mundo, apareció un virus nuevo, “coronavirus” le llamaban… mucha importancia no le dimos y seguimos viviendo.
Un poco antes, nos dimos los abrazos de año nuevo deseándonos lo mejor para este 2020 y continuamos la vida que habíamos planificado. No fue hasta el 11 de marzo, cuando ya habían terminado nuestras vacaciones, que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaraba que ese virus, que veíamos tan lejano, era relevado a una pandemia mundial. Nuestras vidas cambiaban drásticamente, debíamos hacernos cargo, debíamos preocuparnos y ocuparnos.
Nuestro cerebro se demora aproximadamente tres segundos en generar emociones ante un evento o situación que nos ocurre, tres segundos nos demoramos en sentir miedo y rabia por esta pandemia que alteraba nuestras vidas, no sabíamos que ocurriría, no sabíamos que pasaría con este año que ya habíamos proyectado y que mutuamente en la celebración de un nuevo año nos habíamos deseado lo mejor.
La incertidumbre era la reina que rondaba nuestros pensamientos. ¿Qué hacer?, ¿Cómo seguir?, ¿Hasta cuándo duraría esta “pesadilla”?
Un grupo de trabajadores tenía las mismas emociones que nosotros, pero tenían una certeza, debían continuar trabajando, debían desarrollar su máximo potencial para cuidarnos, atendernos y protegernos, me refiero a los trabajadores de la salud, que día y noche, sin descanso, en sus diversos roles, con miedo, rabia e incertidumbre, no dudaron en seguir. Mis agradecimientos a todos ellos y ellas, que creo, es generalizado por toda la sociedad.
Pero otro grupo de trabajadores, también debían seguir, los trabajadores de la educación.
Los trabajadores de la educación no sabían cómo hacerlo y al miedo y rabia producidos por la pandemia, se les sumaron mas emociones negativas producto de otros eventos.
Un médico, ya en su séptima década, me comentó que cuando él vivió el terremoto de Valdivia, en mayo 1960, las escuelas y liceos de su ciudad, Concepción, habían sido destruidas, no quedaba nada, no había posibilidad de desarrollar el año académico, estaba perdido. Su familia lo envió a él y a sus hermanos al campo, donde con el abuelo, citando sus palabras, “vivieron el mejor año de sus vidas”. No tendrían la presión del estudio y tendrían todo un año de nuevos descubrimientos al alero de la naturaleza y la vida de campo.
Los estudiantes este año no querían estudiar, no por flojos, más bien por tener la posibilidad de parar la presión que el sistema educacional les genera año a año desde que cumplen tres.
Una familia trabajadora de clase media, que con esfuerzo tenía a sus tres hijos en un colegio subvencionado, sufrían la incertidumbre de si continuarían trabajando y recibiendo sus sueldos, visualizaron entonces en el no pago de las mensualidades del colegio, la oportunidad de disminuir sus egresos.
La y el ministro de Educación, por órdenes del gobierno, tenían la presión de generar, de la noche a la mañana, un nuevo sistema educacional para que el proceso de enseñanza, aprendizaje de los niños, adolescentes y jóvenes, no parara, presión que traspasaban a los sostenedores de los colegios públicos y privados.
A los trabajadores de la educación, además de las emociones antes descritas generadas por la pandemia, se les sumaron la pena, tristeza e impotencia generada por estudiantes que no querían estudiar, apoderados que no querían pagar y un sistema educacional que les exigía seguir.
A pesar de todo ello, siguieron, se adaptaron y lo lograron.
Gracias a cada uno de ustedes, gracias por vencer toda esa carga emocional y ser creativos e innovadores, gracias por seguir entregando a nuestros hijos e hijas, más que educación (que por cierto recibieron), una vida nueva en comunidad, virtual, pero en comunidad.
Quizás hubo errores, pero también muchos aciertos, seguro fue un aprendizaje mutuo para el trabajador de la educación como para las y los estudiantes. Ese aprendizaje sin duda es significativo y especial, hicieron del camino tormentoso, un espacio de desarrollo integral para todas y todos, a pesar de las presiones, prejuicios y dudas, construyeron una nueva forma de enfrentar la vida, nos demostraron que, con perseverancia y disciplina, la vida es más bella y se logran las metas.
Hoy, antes de terminar el año, están cansados, quizás estresados y aún con miedo.
Hoy, antes de terminar el año, la incertidumbre sigue reinando y las presiones sociales siguen cargando sus hombros, el gobierno y algunos políticos, siguen cuestionando sus roles sin hacerse cargo de los estudiantes que dudan estudiar, de los apoderados que no quieren pagar y de las metodologías nuevas que no han entregado.
¿Conoce usted algún programa de salud mental para los niños y adolescentes, que, por naturaleza, dudan de lo recibido?
¿Conoce usted algún programa de salud mental para los trabajadores de la educación, que por naturaleza están agotados emocionalmente, más no menos comprometidos con su rol social?
¿Conoce usted alguna política que redistribuya los recursos para la educación que permita aliviar a las familias, sin que ello signifique un deterioro en las finanzas de los colegios y escuelas, que mes a mes deben seguir pagando los sueldos de sus trabajadores que deben mantener a sus familias?
Sin duda agradezco los esfuerzos y decisiones de política pública que el gobierno ha tomado en cuanto a la pandemia, agradezco los esfuerzos y recursos destinados para el ámbito de la salud, con todos lo errores cometidos, los agradezco, pero no puedo callar la injusticia vivida por los trabajadores de la educación, que, pese a los riesgos, siguieron trabajando.
La Doctora Marisa Salanova, a propósito de la pandemia publicó lo siguiente: “El término resiliencia tiene su origen en el latín resilio que significa volver atrás, volver de un salto, resaltar, rebotar. Se empezó a utilizar en la Física, y expresa la cualidad de los materiales a resistir la presión, doblarse con flexibilidad, recobrar su forma original. Sin embargo, la resiliencia humana y social, no se limita a resistir, permite la reconstrucción y la superación a pesar de las dificultades. La resiliencia surge de la adversidad y es la capacidad de seguir funcionando bien en esas situaciones adversas, es algo positivo que es consecuencia de algo negativo, y puede desarrollarse en las organizaciones.”
Gracias a todas y todos los trabajadores de la educación y a los colegios y escuelas, que, a pesar de las emociones negativas, “rebotaron” y siguieron, es más, se reconstruyeron y se superaron a pesar de no recibir las condiciones humanas y técnicas para seguir.
Simplemente gracias y espero que la nueva Constitución que construiremos entre todos, dignifique el rol de estos tan importantes trabajadores de Chile.
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