Cuando el aula se vuelve trinchera, el profesorado siembra justicia

Cada mes de octubre, cada 16 de octubre, en el Día del Profesorado en Chile, se enciende una luz que no alumbra vitrinas ni titulares, pero sí los rincones más profundos de nuestra memoria republicana. Porque fue en las aulas públicas donde comenzó a gestarse el sueño de una nación justa y democrática. La escuela estatal, inspirada por el humanismo ilustrado que abrazaron figuras como Andrés Bello y Miguel Luis Amunátegui, fue mucho más que un espacio de instrucción: fue el lugar donde se formaron ciudadanos, donde la razón y la educación se alzaron como motores de progreso (Memoria Chilena, 1999; Serrano, 1994).

Pero ese sueño fue violentado. La dictadura militar, con sus políticas de municipalización, selección y segregación, fracturó el sistema educativo chileno. Las heridas de ese desfinanciamiento sistemático aún sangran en las salas de clases, donde la equidad se vuelve una batalla diaria (Universidad de Chile, 2023).

Hoy, en esta realidad fracturada, muchos padres optan por escuelas privadas o selectivas, a veces para evitar la convivencia con estudiantes de contextos marginales, migrantes o culturalmente diversos. Esa elección, aunque comprensible en lo individual, perpetúa la segregación social en las aulas. Y nos obliga a preguntarnos: ¿qué tipo de país estamos construyendo cuando educamos para excluir?

Y, sin embargo, allí están ellos, las profesoras y los profesores que, con vocación profunda, sostienen el alma de la educación pública. En medio de ese escenario, llegan temprano, antes que el sol se asome por completo, y abren las salas con manos cansadas pero decididas. Profesores/as que, aunque el sueldo no alcanza y el reconocimiento escasea, siguen preparando clases como quien afina un instrumento para tocar la melodía de la dignidad. En cada rincón del país, hay pedagogos/as, que enseñan más que contenidos: enseñan a resistir. A leer entre líneas lo que la historia calla. A escribir con voz propia lo que el sistema niega. A sumar sueños y restar miedos. A multiplicar oportunidades donde antes solo había carencias. Son quienes ven al niño y niña que llega sin desayuno y le ofrecen su desayuno, no como caridad, sino como acto político. Quienes escuchan a las y los jóvenes que dudan de su valor y le dicen, sin grandilocuencia, que su voz importa. Que su historia merece ser contada. Que su rabia también es semilla.

En territorios vulnerados, en escuelas olvidadas por los presupuestos, en liceos donde la violencia se cuela por las ventanas, hay profesorado chileno que transforma el aula en refugio. Que convierten el pizarrón en mural de esperanza. Que hacen del recreo un espacio de contención. Que enseña a pensar, a cuestionar, a imaginar futuros distintos. Y también están quienes, desde la universidad, luchan por cambiar estructuras. Que diseñan currículos con enfoque crítico. Que investigan sin descanso para visibilizar lo que otros prefieren ignorar. Que forman a nuevas generaciones con ética, con compromiso, con ternura radical.

Ser profesor, ser profesora, es abrazar la justicia social desde lo cotidiano. Es desafiar la indiferencia con cada clase. Es sembrar equidad en medio del desierto. Es creer, incluso cuando todo parece perdido, que la educación puede ser el lugar donde el mundo se rehace. Porque en cada gesto pedagógico hay una revolución silenciosa. Una promesa de que otro mundo es posible. Y esa promesa se escribe, día a día, con tiza, con voz, con mirada, con amor.

Por eso, hago un llamado claro a las y los candidatos presidenciales: definan sin ambigüedad una postura firme en favor del fortalecimiento de la educación pública. Dejen atrás los modelos segregadores y excluyentes. Avancen hacia una educación de calidad, inclusiva y democrática para todas y todos. Porque en cada aula pública se juega el futuro de Chile. Y porque, aunque muchas veces caminan solos, el profesorado chileno nunca ha dejado de ser arquitecto/a de la justicia social.

Que este día, se constituya en un espacio donde reafirmamos nuestra vocación profesional con fuerza intacta. Donde escogemos esta profesión por sobre otras. Porque educar es resistir, es cuidar, es construir país. Y en ese acto cotidiano, silencioso y profundo, las y los profesores seguimos sembrando dignidad.

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