Se acabó el mes de septiembre, complejo mes en nuestras vidas ciudadanas, en el cual se recordó como nunca el golpe militar, con todas sus tensiones, tristezas, resquemores, disensos, y aún mucho odio. Frente a todo ello, y a la casi ausencia de referentes valóricos actuales, volvió a surgir el pensamiento fuerte y claro del cardenal Raúl Silva Henríquez, quien se expresó en momentos muy difíciles - como fue el Te-Deum del 18 de septiembre de 1974- sobre los valores fundamentales de nuestra nación, los que "constituyen el acervo más rico de la nacionalidad, el alma de Chile".
Cuando el cardenal expresaba: "La patria no nace por accidente geográfico o por un operativo bélico. La comunión profundamente humana en valores que exigen deponer innatos egoísmos y merecen el sacrificio de la vida; la solidaridad en una misión y un destino que les concierne a todos y los distingue de entre los demás pueblos de la Tierra es lo que formal y decisivamente constituye a la patria", entonces, evidenciaba el fondo del tema.
Actualmente, las Fiestas Patrias parecen ser cada vez más una instancia de catarsis, entre comilonas, "terremotos" y otros, por sobre los valores patrios con todas las variantes que ello pudiese abarcar. Y lo más importante, pensar cómo avanzar para que esta "patria" crezca o cómo definir nuestros compromisos ciudadanos que cada día están más débiles, y actuar en función a ellos.
Y de allí surge la pregunta, ¿cómo podemos mejorar esta situación para aportar al alma de Chile? Aquí es donde la educación implementada por la familia y las instituciones educativas pueden y deben hacer sus aportes en un trabajo mancomunado, consistente y continuo.
Todo proyecto educativo debe basarse en una visión de la sociedad que se quiere. Ese "a qué aspiramos", que es central al definir el currículo escolar y el de la vida, entendiendo este concepto como "selección cultural", el que tiene que realizarse analizando las necesidades y desafíos de la sociedad en que se está viviendo. A partir de ello, surgen cuáles son los grandes propósitos y objetivos que se deben favorecer para aportar a avanzar en esos aspectos.
"Hacer patria" tiene que ver mucho con vida ciudadana y amor a nuestras culturas, espacios y naturaleza. Esa vida ciudadana que nos hace respetar al "otro" con sus diversidades, valorándolo en sus fortalezas para construir en conjunto un país de bienestar. También tiene que ver con hacer más habitables y humanos los ambientes en que vivimos, tan intoxicados actualmente en todos los aspectos. Son muchas las instancias que podríamos derivar, pero una es trascendental: lo valórico y dentro de ello, la ética.
Esta última, parece haber desaparecido en gran parte de la sociedad; el dinero ha corrompido almas, las ansias de poder, también. El materialismo y la indiferencia a los recursos comunes aportados por todos en función a "mis satisfacciones personales" que ya no son las básicas, están triunfando. La indiferencia por la vida del otro en todo sentido crece y crece.
Ya lo decía el cardenal: "Los pueblos que enajenan su tradición y por manía imitativa, violencia impositiva, imperdonable negligencia o apatía, toleran que se les arrebate el alma, pierden, junto con su fisonomía espiritual, su consistencia moral y finalmente su independencia ideológica, económica y política," y eso es lo que estamos perdiendo.
Esa es la independencia del siglo XXI que deberíamos cuidar y celebrar, y en lo cual se puede hacer tanto en el hogar como en la escuela. Estos objetivos y sus prácticas en experiencias educativas deberían estar llanas a formar esas actitudes "patrióticas" esenciales. Ojalá los currículos las enfaticen y aborden lo importante, un país sin alma no es nada, y no podemos llegar a ello. Nuestros niños y niñas no se lo merecen.
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