¿Es la solución eliminar la PSU?

Constantemente   se   están diseñando modificaciones  y reformas  a la  educación en  todos  sus niveles,  por cuanto  nadie discute  que  en  el logro de  una educación de  calidad reside  el  desarrollo de una nación.  Sin embargo, tales modificaciones, ajustes, cambios, renovaciones, reformas, etc., no  conseguirán  transformar  la  educación  mientras  no  se  modifique su  sentido; la escuela  sigue anclada  en  la misión de entregar  conocimientos  al alumno de secundaria  para  instalarse plenamente en el mundo laboral,  aun cuando  todas las evidencias muestran  que  poseer   conocimientos adquiridos en la escuela  no  hace mejor  al mundo y ni siquiera garantiza el acceso a estudios universitarios y luego a un trabajo digno.

Necesitamos una escuela que conduzca a todos los niños, de manera transversal, equitativa e igualitaria, a integrar  las  experiencias  desde  una  perspectiva espiritual,  de modo que  más tarde le sea  consustancial  a  su  naturaleza   entregar amor y  servicio  a  su país, a  su ámbito laboral, a  sus hijos,  a sus  amigos,  a  cada  quien se relacione  de modo  circunstancial o duradero  con  él. 

La educación actual no logra  mostrar  una imagen  integrada de  la humanidad  y,  en ese  sentido,  fracasa  en  formar  al  estudiante  como   persona   íntegra  e integral,   volcada  a  lo   comunitario, a lo  cooperativo,  a  verse  en todo momento  como una parte  significativa de  un todo  armonioso  y  frágil llamado humanidad, la que despliega su energía vital en armoniosa unidad con el planeta.

Un cambio  radical de nuestros  sistemas educativos   implica  echar por tierra  los actuales sistemas de  creencias acerca  del  sentido de  educar , y exige  una   renovación   interna del profesorado,  fortaleciendo sus  valores  espirituales  y debilitando esa  tácita - y pasiva -  aceptación   de  ser  esencialmente   transmisores  de   conocimientos. 

Sorprende comprobar   la   formidable impronta y la  fuerza  de identificación que  un maestro que enseña humanidad puede  dejar  en sus alumnos. 

Cuando  intentamos, décadas después de haber  finalizado la escuela,  evocar un  maestro que  fuera modelo  ejemplar  en nuestras vidas,  jamás  aparece el recuerdo  de  un profesor erudito  dedicado a  mostrarnos  el conocimiento;  invariablemente  evocamos  a  ese  profesor o profesora  que nos  marcó  con sus valores,  su  grandeza,   su bondad,  su nobleza, su sentido de justicia y  su  fino  humor incluso en la adversidad. 

Y muy especialmente  recordamos  aquel maestro o maestra  que  nos  consoló cuando  nos  ahogábamos en la aflicción o nos  dio esperanzas   en  medio  de  la incertidumbre. 

No estamos de acuerdo con los procedimientos de presión empleados por los estudiantes secundarios para abolir la PSU,  pero  sí sostenemos con energía que no es posible que en este momento crucial de la humanidad sigamos anclados en una concepción utilitaria de la educación, que lleva décadas manteniendo y profundizando las brechas sociales y la desigualdad.

Querer cambiar el mundo hoy es, simplemente, una cuestión de justicia.

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