Una mamá camina con su hija, pecosa niña de unos 5 años, a quien la lleva de la mano con liviandad, como jugando mientras mueven sus pasos melodiosos y tranquilos. Le pregunta qué quiere ser de grande. La niña de las pecas profundas le responde con honestidad reposada: "Quiero ser profesora", dibujando en su rostro infantil una sonrisa esperanzadora. Ante esto la madre con ternura implacable detiene la caminata, la mira afectuosamente y le dice: "No, ni se te ocurra, eso es para pasarlo mal y te pagarían muy poco, mejor ser doctora o abogada".
La niña pide disculpas por la respuesta que acaba de dar, como si hubiera hecho algo prohibido y hasta vergonzoso, algo que al parecer está mal. Con la inocencia propia de la infancia, guardará las palabras de su madre e instalará en sus recuerdos pueriles que ser profesora es algo nocivo, algo así como acercarte a la estufa prendida, tocar los enchufes, hablar con extraños, pelearse con sus hermanos o no comer las verduras.
¿Habrá más niños y niñas que han cambiando sus sueños profesionales por otros con mejores proyecciones económicas? ¿Cómo llegamos solo a considerar el aspecto economicista en la elección de la opción laboral de nuestras vidas? ¿Qué señal damos como sociedad al menospreciar el rol del profesor?
Según un estudio de Elige Educar, para el 2025 nos encontraríamos con un déficit de al menos 26 mil profesores, siendo la mayor escasez docente en la Enseñanza Media. Liderando esta carencia se encuentra la asignatura de Historia y Geografía, con un impactante 44%, seguido por Ciencia Naturales con 40%; y a nivel de regiones tendremos una insuficiencia que alcanzará al 30% en Tarapacá y 28% en Antofagasta.
Estas dolorosas, pero ciertas, cifras no se disminuyen con la atractiva oferta de becas para estudiar pedagogía, es necesario que se pueda visualizar y trabajar activamente en las políticas públicas que busquen una mejoría en la calidad de vida y condiciones de trabajo de los y las docentes en nuestro país. Que renueve y modernice la alianza entre educación, el Estado y las universidades.
Sabemos que en las salas de clases no sólo se entrega aprendizaje, también se refuerzan valores, se contiene desde la amabilidad, se escuchan inquietudes, se orienta a los apoderados, se trabaja en equipo, se construyen sueños... Así como también conocemos que hay violencia en los colegios, la Superintendencia de Educación en 2017 hacía referencia a la sala de clases como el lugar con mayores agresiones. Entre 2014 y 2017, esta superintendencia registró un aumento de 59% en las denuncias por maltrato hacia educadores, tanto de alumnos a docentes como de apoderados a profesores.
Yo quisiera que todos los niños y niñas logren en la adultez lo que fue la ilusión de la infancia, que el deseo de esta pecosa de melamina llegue a ser realidad. Y para eso hay que proteger y cuidar al profesorado, progresando en condiciones, expectativas y potencialidades. Que las vocaciones sean alcanzables en nuestra la realidad y no a una distancia utópica. Que en Antofagasta no falte un solo docente, que existan más profesores de Historia sino, ¿quién podrá contar lo que ha sucedido?
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