Son numerosos y recurrentes los diagnósticos que aluden a la necesidad de impulsar transformaciones profundas a la escuela, tal como la conocemos en nuestros días. Son coincidentes las voces de la academia y de la política pública que consideran que los establecimientos escolares requieren con urgencia avanzar en un proceso de restructuración orgánica y de renovación y resignificación de sus hábitos y prácticas institucionales.
La escuela contemporánea, en Chile y en América Latina, aún posee un conjunto significativo de los rasgos originarios que eran propios de las sociedades del siglo XIX y XX, rasgos que fueron transmitidos a los centros escolares, haciendo de ellas instituciones caracterizadas por hábitos y culturas autoritarias, sesgadas y excluyentes. La tarea de la escuela de aquel entonces fue principalmente la de disciplinar a una población que provenía del mundo rural, con el fin de prepararla para el trabajo en centros industriales. De ahí su arquitectura, la disposición de sus aulas y pupitres, la dinámica de sus relaciones e interacciones sociales.
No cabe duda que, a pesar de estas cualidades, la escuela jugó un rol inapelable respecto de la formación de trabajadores, de ciudadanos y ciudadanas y respecto de la integración de diversas clases y capas sociales. Esta visión crítica tampoco puede significar negar el reconocimiento de los aportes realizados por la escuela pública a la alfabetización y el acceso a la alimentación de la población infantil del país.
La sociedad del presente y del futuro, sin embargo, desafían con creciente urgencia a la escuela, debido a una serie diversa de procesos y fenómenos que se despliegan por el globo. La globalización, la revolución científico-técnica permanente, la robótica, la nanotecnología, la automatización, la digitalización y la virtualización del trabajo y de las relaciones sociales, la inteligencia artificial, por un lado. La creciente crisis demográfica y sus efectos sobre la producción de alimentos, el calentamiento global, la desertificación y la extinción de numerosas especies, por otro. El animalismo, el anti especismo, las divergencias sexo-genéricas, las demandas identitarias de todo tipo, las migraciones, la mundialización de la política, constituyen, todos ellos, fenómenos de los que la educación en general y la escuela en particular, deben hacerse cargo.
En síntesis, la escuela pública de nuestros días, se encuentra profundamente desafiada. Así como lo estuvo, hace poco más de 100 años, cuando, en 1920 en Chile se dictara la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria. Sabemos que la escuela demoró décadas en materializar dicha norma, gracias a la labor decidida del estado, de los movimientos docentes y de las comunidades que precisamente convergieron, en su definición y en su acción, en la configuración de un sistema de educación pública que logró alcanzar históricos niveles de alfabetización para un país latinoamericano.
Afortunadamente y, gracias de nuevo, a los incesantes movimientos de estudiantes y docentes, nuestro país ha dado algunos pasos relevantes en la dirección de transformar la escuela pública.
Asistimos, desde hace casi una década a la emergencia de un punto de inflexión que, potencialmente pueden permitir que la escuela pública pueda dar respuestas a estos y otros desafíos. Gracias a ello, Chile tiene la posibilidad de generar una nueva arquitectura para la educación pública, una que logre precisamente sintonizar con las necesidades actuales y futuras del país y sus pueblos.
La posibilidad de ser testigos del surgimiento de una nueva escuela pública, aunque aún solo posibilidad, ha de señalarse, se encuentra en una serie de reformas y normas legales que, como se dijera recién, configuran la posibilidad de un nuevo concepto de escuela. La Ley de Inclusión Escolar de 2015, Ley de Formación Ciudadana de 2016, la Ley de Nueva Educación Pública 2017, la ley que crea el Sistema de Desarrollo Profesional Docente de 2016, así como los programas de integración y de convivencias escolar, podrían significar las bases de una nueva escuela pública, fundada en la justicia social y la participación.
Una nueva escuela pública que promueve el desarrollo de habilidades cognitivas superiores en sus estudiantes, mediante la transformación de sus aulas, en aulas transversalmente ciudadanas, desde la cuales se aprende y ejerce de manera auténtica la ciudadanía, exige la transformación profunda de las interacciones pedagógicas y sociales de las salas de clases, lo que previamente requiere una propuesta pedagógico-didáctica significativamente distinta.
La escuela pública comprendida como un espacio de encuentro, basado en el diálogo y el reconocimiento pleno de sus integrantes como sujetos de derecho que, inspirada en los principios de la justicia social, estimula la alteridad, promueve la interculturalidad y la inclusión, estimula el debate y la participación, tiene la posibilidad cierta de dejar atrás el aula del silgo XIX que se resiste a morir. El uso de nuevas tecnologías, privilegiar el trabajo y el aprendizaje colaborativo entre estudiantes y docentes, implica precisamente pensar de modo sistémico y articulado la escuela pública. Es de esperar que esta posibilidad, logre materializarse con la urgencia que las nuevas generaciones reclaman.
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