Es uno de los debates que alimenta una de las dimensiones fundamentales de la pedagogía. Lo recoge mucho Paulo Freire en sus escritos y más recientemente Jacques Rancière o Gert Biesta. La pedagogía es asunto de la autonomía antes que del paternalismo. Supone actividad, creatividad, invención. Requiere del juego y la sorpresa, de la imaginación y la sonrisa compartida.
Todos podemos haber visto cómo se enseñan las letras mediante un punteado hecho por las profesoras, es un ejercicio que pronto llevará a los niños y niñas a no necesitar de ese dibujo. Con un tono más existencial, la misión profunda de la pedagogía es desaparecer para que la autonomía de los estudiantes se manifieste en plenitud. Resolver problemas, realizar investigaciones, plantearse preguntas, será siempre más positivo que la mera lección en la que sólo uno habla y el resto copia o toma apuntes.
El asistencialismo y el paternalismo no tienen lugar en las formas como se entiende la pedagogía hoy. ¿No estaremos muy influenciados por el modelo que psicologiza la experiencia escolar? La psicología debe tener su lugar en la escuela, pero la escuela no debemos transformarla en una institución para enfermos. ¿Qué podemos decir del modelo biomédico que tiene tuición directa sobre los medicamentos de los escolares? Sería lamentable que además de pensar en el modelo de una institución para enfermos pensáramos en una de enfermos medicados. Se hacen anuncios en la opinión pública que preocupan a quienes somos educadores y educadoras comprometidas con una educación para la libertad.
El educador Gert Biesta, a propósito de los 50 años del famoso Informe Faure de la Unesco, destacó el enfoque explícitamente humanista y democrático de la educación, enfoque a veces muy poco reconocible en las actuales discusiones sobre educación, pues hoy se confunde rápidamente el "derecho a la educación permanente" (en cuanto proceso autónomo de autorrealización) con el "deber de seguir capacitándome" para seguir encontrando trabajo.
Biesta piensa que esta distorsión está básicamente anclada en el hecho de que hoy se orienta a los individuos, fundamentalmente hacia el deber de mantenerse "empleables en mercados laborales que cambian rápidamente". La preocupación principal de Biesta es que la educación sea comprendida y orientada por los principios de la libertad y la democracia, antes que por dispositivos de control, agenciamiento y dirección externos. Su preocupación no va en la línea de promover una anarquía educacional, sino en la de recuperar un correcto equilibrio entre la autonomía moral y el aprendizaje (en su sentido más amplio) para enfrentar exitosamente la vida contemporánea, pero en el marco de una responsabilidad solidaria.
Esto implica comprender la educación mucho más allá de una interpretación funcional o instrumental. Esto requiere lo que el autor denomina el "salto de fe" del profesor o profesora en el estudiante, en su capacidad y deseos profundos de generar sus propios caminos de resolución de problemas, un camino de autonomía y superación de las tutelas, para pensar por sí mismo. Es proyectar el humanismo educacional que vemos en este Informe de la Unesco hacia nuestros actuales intentos por hacerle frente a nuestros desafíos de la educación.
Por ello siempre es bueno recordar que otra escuela no sólo es posible, sino necesaria y, muchísimo más allá de las metáforas externas que denominan a la escuela como una institución para enfermos, comenzar a practicar como diría Rancière, una educación emancipadora.
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