Cuando pensamos en éxito escolar, la mayoría lo relaciona inmediatamente con ranking y el resultado de las notas, un estudiante exitoso es un estudiante con un promedio lo más cercano a 7.0, un estudiante que se destaque en diversas asignaturas, que le vaya bien en inglés, that they speak and understand it very well, que sepan de compuestos químicos, de la relatividad de las leyes de la física, y por supuesto, con un excelente dominio del lenguaje, que identifique figuras literarias y maneje todos los recursos lingüísticos, además de los procesos matemáticos y las teorías asociadas.
Con cuántos meses aprendió a caminar; si quedó en la escuela que postuló; a qué edad aprendió a leer; la nota final; el Simce; de nuevo, postular al liceo top; el ranking, la PAES; postular a la universidad y más. Se suele pensar que los mejores colegios son aquellos que obtienen resultados superiores en Simce/DIA y PAES, y muchos apoderados postulan a sus hijos e hijas bajo este paradigma académico, esperando un desenlace auspicioso de fortuna venidera, dando por hecho que la victoria escolar es el preámbulo de la fortuna universitaria y esta a su vez, prefacio y preludio de una vida laboral exitosa.
Y la verdad es que hay parte de razón en todo eso, los colegios que preparan y evalúan con miras a estas pruebas estandarizadas suelen tener más ingresos a la educación superior que los que no lo hacen. Un análisis aparte sería si tras el ingreso en la carrera universitaria se mantiene y avanza o si, tras egresar, logra desenvolverse en la trayectoria laboral-profesional.
Convengamos que el perfil del "academicista" obtiene como palmarés el acceso a la educación superior. Sin embargo, la pregunta que cabe aquí es ¿dónde dejamos el aprendizaje emocional, en este camino pavimentado de puntajes-saberes?
No debemos olvidar que la inteligencia emocional es un pilar fundamental, en el aprendizaje escolar de los estudiantes, ya que permite entender, reconocer nuestras emociones y entrega la capacidad de gestionarlas de manera constructiva. Así mismo permite poder empatizar con otros desde la comprensión, la ayuda, el cariño y el respeto, logrando con esto entablar relaciones positivas con el entorno y que, entre más amable es el contexto y el ambiente se produce más aprendizaje, disminuye el riesgo de no entender y a la libertad de preguntar.
La certeza es que se necesita tanto el rendimiento escolar como el aprendizaje emocional. En Chile existen más de 3 millones de estudiantes matriculados, imaginemos que esos 3 millones reciben la mejor educación de calidad y esos mismos 3 millones de personas, obtienen aprendizaje para con sus habilidades socioemocionales, tendríamos niños, niñas y jóvenes de seguro más felices, más resilientes y más transformadores.
Y en este aspecto claro que se puede hacer algo, o más de algo. Si bien somos presas de las circunstancias, también somos los protagonistas de nuestros días.
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