¿Qué está pasando en los colegios en Chile?

Cada vez se hace más común ver videos de peleas en los pasillos escolares, escuchar testimonios de profesores agotados o padres angustiados porque su hijo no quiere volver a clases. La violencia se ha vuelto parte del paisaje en muchas escuelas: discusiones, golpes, amenazas... dentro y fuera de las aulas.

Según la Superintendencia de Educación, solo entre enero y marzo de 2025 se registraron 2.501 denuncias relacionadas con violencia escolar, 14,2% más que el año pasado. Y esto no es nuevo. Es una tendencia que crece y que no hemos sabido detener.

¿Qué hay detrás de todo esto? No se trata solo de "niños problemáticos" o "malos hábitos en la casa". Lo que pasa en las escuelas es el reflejo de lo que está pasando en toda la sociedad.

Hay varios factores que están golpeando fuerte.

  • Salud mental debilitada: la pandemia dejó una huella profunda. Muchos estudiantes volvieron a clases cargando ansiedad, tristeza o rabia... y sin el apoyo psicológico que necesitan
  • Desconexión social y familiar: hay menos tiempo para conversar, menos espacios seguros. Algunos niños y niñas se sienten solos incluso dentro de su propia casa
  • Falta de herramientas emocionales: ¿Quién les enseña a manejar la frustración, el enojo, la tristeza? Todavía no es parte real del currículo aprender a conocerse y convivir
  • Estado ausente o sobrepasado: aunque existen buenos programas, no siempre llegan a todos los colegios ni cuentan con los recursos o profesionales necesarios
  • Acceso a violencia y armas: que un joven entre armado a un colegio, aunque no sea común, es una señal de alarma que no podemos ignorar. Algo está fallando: en la casa, en la comunidad, en las políticas de protección

¿Y qué falta? ¿Falta que nos lo tomemos en serio. Que la formación en convivencia escolar y salud mental no sea una charla al año, sino parte del día a día. Que todos los colegios cuenten con equipos psicosociales estables, con tiempo y recursos para acompañar. Que los estudiantes tengan voz, espacios donde puedan expresarse sin miedo, sentirse escuchados y ser parte de las soluciones. Y sobre todo, falta cambiar la mirada: dejar de ver la violencia como algo puntual y empezar a entenderla como el síntoma de algo más grande.

Entonces, ¿qué estamos haciendo como sociedad? Poco. Reaccionamos cuando ocurre algo grave, pero no prevenimos a tiempo. Las políticas muchas veces se quedan en el papel. Y seguimos culpando al individuo, al niño, a la familia... sin mirar el entorno, la presión social, la falta de apoyo. Nos falta empatía, constancia y decisión política.

¿Y qué podemos hacer desde nuestras casas, desde la ciudadanía? No todo depende del sistema. También podemos hablar más con nuestros hijos e hijas, sin juzgar, escuchando de verdad. Participar en los espacios escolares, no solo cuando hay un problema. Exigir que se enseñe a vivir en comunidad, no solo a rendir pruebas. Estar atentos a las señales: el aislamiento, el enojo constante, los silencios también hablan.

Si queremos escuelas más seguras, necesitamos comunidades más conectadas. Lo que pasa en el aula no se queda ahí: es parte del tejido social. Y ese tejido lo tejemos entre todos. Invitamos a las comunidades educativas y a las familias a fortalecer la formación emocional de niñas, niños y jóvenes como base para prevenir la violencia y cuidar su salud mental.

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