Cada vez se hace más común ver videos de peleas en los pasillos escolares, escuchar testimonios de profesores agotados o padres angustiados porque su hijo no quiere volver a clases. La violencia se ha vuelto parte del paisaje en muchas escuelas: discusiones, golpes, amenazas... dentro y fuera de las aulas.
Según la Superintendencia de Educación, solo entre enero y marzo de 2025 se registraron 2.501 denuncias relacionadas con violencia escolar, 14,2% más que el año pasado. Y esto no es nuevo. Es una tendencia que crece y que no hemos sabido detener.
¿Qué hay detrás de todo esto? No se trata solo de "niños problemáticos" o "malos hábitos en la casa". Lo que pasa en las escuelas es el reflejo de lo que está pasando en toda la sociedad.
Hay varios factores que están golpeando fuerte.
¿Y qué falta? ¿Falta que nos lo tomemos en serio. Que la formación en convivencia escolar y salud mental no sea una charla al año, sino parte del día a día. Que todos los colegios cuenten con equipos psicosociales estables, con tiempo y recursos para acompañar. Que los estudiantes tengan voz, espacios donde puedan expresarse sin miedo, sentirse escuchados y ser parte de las soluciones. Y sobre todo, falta cambiar la mirada: dejar de ver la violencia como algo puntual y empezar a entenderla como el síntoma de algo más grande.
Entonces, ¿qué estamos haciendo como sociedad? Poco. Reaccionamos cuando ocurre algo grave, pero no prevenimos a tiempo. Las políticas muchas veces se quedan en el papel. Y seguimos culpando al individuo, al niño, a la familia... sin mirar el entorno, la presión social, la falta de apoyo. Nos falta empatía, constancia y decisión política.
¿Y qué podemos hacer desde nuestras casas, desde la ciudadanía? No todo depende del sistema. También podemos hablar más con nuestros hijos e hijas, sin juzgar, escuchando de verdad. Participar en los espacios escolares, no solo cuando hay un problema. Exigir que se enseñe a vivir en comunidad, no solo a rendir pruebas. Estar atentos a las señales: el aislamiento, el enojo constante, los silencios también hablan.
Si queremos escuelas más seguras, necesitamos comunidades más conectadas. Lo que pasa en el aula no se queda ahí: es parte del tejido social. Y ese tejido lo tejemos entre todos. Invitamos a las comunidades educativas y a las familias a fortalecer la formación emocional de niñas, niños y jóvenes como base para prevenir la violencia y cuidar su salud mental.
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