Querido Raoul
Perdona que te trate con tanta familiaridad, pero me gusta pensar que -de haberte conocido- hubiéramos sido amigos. Compartimos la misma profesión, la diplomacia, que para muchos es una actividad levemente frívola, llena de cócteles y diversiones.
Son muchos los diplomáticos famosos que han redactado e implementado importantes acuerdos internacionales, pero en la historia de la diplomacia, sin duda tú eres una estrella. Y lo fuiste por casualidad, ya que no te imagino buscando "las luces de la gran ciudad".
Lo tenías todo: juventud, riqueza y posición social, y sin embargo no vacilaste en arriesgarlo todo para proteger a personas que no conocías y con las cuales no tenías en común idioma, nacionalidad o religión. Eran personas desconocidas, extrañas, sin vinculación contigo o con tu país, Suecia.
¿A cuántos salvaste Raoul? No hay certeza. Aun cuando pudiéramos contarlos, uno por uno, no tendríamos idea. Pero están allí los hijos, los nietos y los bisnietos de aquellos a quienes diste amparo, a quienes ayudaste a escapar. Una fría estadística nunca será suficiente para dimensionar el valor de la vida humana.
Por lo anterior, es que el Holocausto fue uno de los episodios más oscuros de la historia. Sin embargo, apareces tú, deslumbrante, mostrando lo mejor del ser humano.
Querido Raoul, me enorgullece contarte que Chile alguien siguió tu ejemplo. Samuel del Campo es su nombre. Él arriesgó su vida por salvar a 1.200 refugiados polacos judíos en Rumania. Lo hizo en su calidad de Encargado de Negocios a.i. en dicho país.
Pero Samuel tuvo más suerte que tú, ya que solo fue destituido e ignorado por la Cancillería chilena de los años '40. En cambio, tú pagaste con tu vida la osadía de defender los derechos humanos de miles de judíos en Budapest, en una Hungría convulsionada por la Segunda Guerra Mundial.
Por eso no se entiende que cuando Hungría fue finalmente ocupada por el Ejército Rojo, fuiste detenido y enviado a una prisión soviética, sin que nadie hasta la fecha sepa de tu destino.
Solo me queda pensar que, en el último momento, tuviste claro por qué te habías sacrificado, simplemente por humanidad. Un abrazo Raoul, espero algún día, en la otra vida, tener el honor de darte la mano.
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