Un artículo de Anne Applebaum en el Washington Post (16/05) recordó que, en agosto del año pasado, 50 expertos de seguridad nacional republicanos, dieron a conocer un documento con los requisitos que debía cumplir el Presidente de EE.UU. “En nuestra experiencia, un Presidente debe estar dispuesto a escuchar a sus asesores y jefes de departamento; debe fomentar la consideración de las opiniones diferentes; debe reconocer los errores y aprender de ellos. Debe ser disciplinado, controlar sus emociones y actuar sólo después de una reflexión y una deliberación cuidadosas. Debe mantener relaciones cordiales con los líderes de países de diferentes orígenes y tener su respeto y confianza. A nuestro juicio, el Sr. Trump no tiene ninguna de estas cualidades esenciales. Él es incapaz o no está dispuesto a separar la verdad de la falsedad. No acepta opiniones encontradas. Carece de autocontrol y actúa impetuosamente. Él no puede tolerar la crítica personal. Ha alarmado a nuestros aliados más cercanos con su comportamiento errático. Todas estas son características peligrosas en un individuo que aspira a ser Presidente y comandante en jefe, responsable del comando del arsenal nuclear de EE.UU.”.
Han transcurrido solo 4 meses desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, y se han confirmado todas las aprensiones de esos y otros expertos. Incluso han sido sobrepasadas por la realidad. El gobierno de Trump funciona caóticamente y él se comporta erráticamente.
Se trata de un hombre atrapado por el narcicismo y la megalomanía, ignorante de casi todo, caprichoso, autoritario, que creyó que podía gobernar del mismo modo que manejaba sus negocios, y que aún no se da cuenta de que la política es compleja y que el mundo no funciona en blanco y negro. Al cumplir 100 días como Presidente, la prensa le contabilizó más de 400 mentiras flagrantes en diversos ámbitos. Como era de esperar, su credibilidad ha caído por el tobogán.
Trump parece haber cruzado la línea roja al despedir hace pocos días al director del FBI. Quedó en evidencia que la razón del despido fue el hecho de que ese organismo avanzara peligrosamente en la investigación de “la trama rusa”, esto es, la ya comprobada intromisión del gobierno de Putin en la campaña electoral estadounidense con vistas a favorecer a Trump.
La investigación apunta a los nexos establecidos por Rusia con gente del círculo de confianza del magnate y miembros de su comando de campaña. La comunidad de inteligencia de EEUU no tiene dudas del ataque ruso y solo falta acopiar las pruebas suficientes para incriminar a sus aliados estadounidenses.
Por si fuera poco, el Washington Post publicó esta semana que Trump reveló información clasificada al ministro de Relaciones Exteriores y el embajador de Rusia, de visita en la Casa Blanca, acerca de los métodos terroristas del Estado Islámico, información que ni siquiera había sido compartida con los aliados de EEUU.
Los observadores señalan que Trump se muestra inseguro, paranoico y frágil, con dificultades para comprender cómo fue que se degradó tan rápido su poder y cómo fue que surgieron tantos enemigos. Sus desatinos cubren otras áreas, como querer eliminar el plan de salud que impulsó Obama sin tener nada para reemplazarlo, pero es indudable que la herida sangrante de su gobierno son los oscuros nexos con los rusos, cuyo alcance Trump desea ocultar a cualquier precio. Y allí se mezclan los negocios y la política.
Aunque todavía cuenta con el apoyo del Partido Republicano, ya se escuchan voces críticas en su seno, y los senadores y miembros de la Cámara de Representantes tendrán que sopesar seriamente si, con la seguridad nacional en juego, están dispuestos a pagar el precio del repudio nacional y, consiguientemente, a hundirse junto a un gobernante que ya los avergüenza.
Han abundado en estos días las referencias al caso Watergate, en 1974, que significó la renuncia de Richard Nixon poco antes de que el Senado aprobara su destitución por haber mentido, violado la ley, destruido pruebas que lo inculpaban, etc.
Todo partió con la entrada de agentes del gobierno de Nixon a la sede central del Partido Demócrata con el objetivo de instalar micrófonos para espiar sus movimientos. Se podría decir que los problemas de Trump partieron con el ataque informático de la inteligencia rusa al Partido Demócrata para perjudicar a su candidata presidencial, Hillary Clinton.
En el escándalo de 1974, no hubo asociación del gobierno con una potencia extranjera ni riesgo visible para la seguridad nacional, pero hoy sí, por lo que se puede afirmar que Trump está superando a Nixon y representa una amenaza mayor para la democracia norteamericana.
Es válido entonces preguntarse si Trump conseguirá cumplir con su mandato de 4 años. En realidad, cuesta imaginarlo. Las encuestas muestran un acelerado deterioro del respaldo a su gestión. La ola de críticas crece cada día.
Lo que está en juego son, sin duda, los fundamentos en que se sostiene la República, y por lo tanto la eficacia de los procedimientos institucionales para defender la democracia.
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