El retiro de las tropas norteamericanas de Afganistán hace nuevamente recordar esa frase de Mark Twain afirmando que la historia "si bien no se repite, rima".
En este sentido, no es primera vez que el Talibán (palabra que viene del pastún que significa estudiantes), facción política-paramilitar fundamentalista islámica sunita, se hace del control de Kabul, estableciendo de facto un nuevo Emirato Islámico. Estos ya habían gobernado Afganistán, específicamente desde 1996 y hasta 2001, período que se vio interrumpido con el inicio de la misión estadounidense en territorio afgano, como consecuencia del ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001.
El nuevo gobierno del autodenominado Emirato Islámico de Afganistán está enfrentado una situación política y económica muy compleja. Según Naciones Unidas, habría más de un millón de niños con peligro de pasar hambre y 14 millones de personas no tendrían claridad donde obtener su próxima comida, sin considerar la crisis humanitaria derivada del desplazamiento de personas que buscan huir de ese país, entre otros serios problemas que aquejan a ese gobierno.
En este marco, y considerando el carácter cíclico del conflicto afgano, es menester recapitular y entender el contexto histórico que durante siglos ha resultado en sangrientos enfrentamientos en la zona.
Alejandro Magno, el Imperio Británico, la Unión Soviética y por último Estados Unidos son algunas de las fuerzas que han intentado dominar ese territorio. Especialmente dura fue la derrota que sufrieron los ingleses en 1842, con la masacre de 16.500 personas que intentaron escapar por los desfiladeros de las montañas, en medio de la nieve, desde Kabul hacia Jalalabad.
La marcha se inició un 6 de enero y una semana después sólo un sobreviviente llegó a su destino, el cirujano Brydon del cuerpo médico, montado en un poni.
La intervención británica en Afganistán fue resultado de la preocupación del imperio inglés por la eventual influencia del imperio ruso en dicho país, lo que los llevó a pensar que la mejor solución sería instalar en el trono de Kabul a un rey que se encontraba en el exilio, para asegurar así el poderío inglés. La invasión por parte de las tropas británicas fue considerada un éxito total por lo que la mayor parte de los soldados regresaron a India tras un corto tiempo, mientras los que permanecieron disfrutaban del polo y del patinaje en hielo.
Sin embargo, muy pronto conocieron la verdadera cara de Afganistán. El mismísimo duque de Wellington, vencedor de Napoleón, había prevenido que las dificultades comenzarían cuando los éxitos militares terminaran. Obviamente después de la masacre los ingleses volvieron y se vengaron, pero nada borró el horror de la peor derrota del imperio, poetas y pintores recrearon la huida del cirujano Brydon.
Con el paso de los años y mostrando ignorar lo ocurrido, potencias de nuestra época volvieron a intentar dominar Afganistán, pretendiendo obtener resultados diferentes frente a las mismas circunstancias. Es por lo anterior que la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviética (URSS) sufrió su propio Vietnam en esas lejanas tierras, costándole un enorme daño en su imagen internacional.
Por lo mismo, conviene recordar que la lucha de los afganos no solo es contra cualquier eventual invasor, sino además es intestina. Precisamente, en un artículo de Henry Kissinger sobre el fracaso de Estados Unidos en Afganistán, publicado recientemente en la Revista Realidad y Perspectiva del mes de agosto de este año, el político señala que la retirada estadounidense se habría debido a una falta de coordinación entre los objetivos políticos y militares (algo que también debe haber complicado a británicos y rusos, en su oportunidad), como también al hecho que Afganistán nunca ha sido un Estado moderno y democrático, ya que ese país exhibe un claro fraccionamiento, una inaccesibilidad y una ausencia de autoridad central. Además de lo mencionado, la existencia de distintas etnias en Afganistán obstaculizan aún más cualquier intento de mando y control por parte de una autoridad central.
Termino con el célebre cronista de viajes Jan Morris, quien escalara el Everest en 1953 junto a John Hunt, y quien quiso recorrer el camino entre Kabul y Jalalabad, emulando la huida inglesa. Era 1960, casi 120 años más tarde, y se sorprendió al verificar que los afganos recordaban la trayectoria junto con sus diferentes y sangrientas etapas. Intrigado le preguntó a un jefe tribal qué pasaría si un ejército extranjero invadiera el país. "Lo mismo", le respondió. Y así fue.
La historia volvió a repetirse, esta vez con la salida estadounidense.
Colaboraron en esta columna los estudiantes (pero no talibanes) doña Isidora Cofré y don Wladimir Gómez.
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