Con fecha 28 de noviembre de 2015, junto a otros parlamentarios, enviamos una carta a Luis Almagro, expresando nuestra más absoluta preocupación por el grado de intervención de la Organización de Estados Americanos ante la República Bolivariana de Venezuela.
Y lo hacíamos con las credenciales de haber luchado contra una de las dictaduras más feroces de América Latina: la del general Augusto Pinochet.
Pues bien, Luis Almagro, desde la misma ciudad que se planificó el Golpe de Estado de 1973 en Washington, y en los mismos años que Estados Unidos presionaba a la OEA para que expulsase a Chile de sus filas, tal como había sucedido con Cuba.
El intervencionismo en aquella etapa era tan explícito como brutal, salvo los que no querían ver las evidencias. Y muchos, en Chile recién han abierto los ojos hace sólo algunos años.
Consideramos que desde que asumió la secretaría general de la OEA, con el voto del propio gobierno venezolano, la posición de Almagro se fue radicalizando. Con tal virulencia, que ni la propia Casa Blanca se ha animado a asumir. Los halcones norteamericanos ya tienen un vocero para ejercer el hard power.
El cuestionamiento de Almagro al trabajo del Poder Electoral de un país soberano, argumentando con datos proporcionados por la derecha venezolana, asombró a muchos países. En una carta de dieciocho páginas que envió a Tibisay Lucena, Presidenta del Consejo Nacional Electoral, cuestionaba la democracia venezolana al afirmar que “las condiciones no están garantizadas al nivel de transparencia y justicia electoral…”.
Y luego, con el resultado de las elecciones a la vista, aceptó que no hubo ningún fraude electoral.
Por otra parte, la actitud que ha tenido Almagro al insultar constantemente al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, da muestra de la pérdida de profesionalidad y de objetividad que debiese tener para un cargo que representa a las distintas naciones.
¿Acaso Almagro ha escrito en esos términos a Temer o a Cunha en Brasil, cuando personalidades de todo el mundo concuerdan con el golpe blando contra Dilma?
Por supuesto que no, con Brasil hay que ser cauto. Tan solo un tímido apoyo a la institucionalidad democrática en las últimas semanas previas a la suspensión de Dilma Rousseff.
Contra viento y marea, este Secretario General, no se ha detenido. De poco ha servido el “adiós” que le dio Pepe Mujica. Tanto, asombró la postura de Almagro, que el propio Movimiento de Participación Popular, el MPP de Mujica, estudió su expulsión.
Y, finalmente, el pasado 22 de junio, la Dirección Nacional, planteó que Almagro se autoexcluyó de esta fuerza política, la mayor del Frente Amplio de Uruguay.
Ya hemos pasado de la sorpresa a la indignación con la actitud de Almagro, en plena coincidencia con Vargas Llosa padre e hijo, sumergidos en una campaña contra toda forma de progresismo. Y de una campaña mediática que convierte en luchadores por la libertad a algunos personajes en que la única libertad que los emociona es la libertad de mercado.
Almagro apuesta al golpe blando, un nuevo golpe blando a la democracia en nuestro continente, no muy distinto a lo ocurrido en Honduras, Paraguay y últimamente en Brasil.
Estos intentos no son otra cosa que subterfugios para detener y retrotraer los avances de los pueblos en asegurar los derechos del pueblo, de los trabajadores. Un nuevo intento por detener la historia, como muy bien lo señalara el Presidente Allende hace 43 años, durante el bombardeo a La Moneda. Esas mismas fuerzas reaccionarías, con otros rostros y otras vías, pretenden imponer la traición liderados por Almagro.
Pues bien, el propio Almagro justificaba en su presentación ante la OEA que “las empresas internacionales han cerrado sus puertas porque nadie puede pagar”. En Chile, se vivió el bloqueo impuesto por Estados Unidos a Allende. ¿Cree alguien que las empresas no ceden ahora a la presión de Washington?
Mientras celebramos la firma del acuerdo de paz para Colombia, asistimos a la obstinación, en las mismas horas del Secretario General de la OEA para activar la Carta Democrática.
Así es, la lucha para desactivar la guerra y el dolor por una parte y por otra, la búsqueda del conflicto interno en un país en crisis. Una crisis que sería ingenuo plantearse como propia de un gobierno. Más bien, de la forma de asfixiar a un gobierno democráticamente electo como el venezolano.
Si tuviese que activar la carta democrática en cada ocasión que existen situaciones de disputa en un país, pues Almagro y la OEA estarían en falta hace muchos años.
Sólo el diálogo entre los venezolanos permitirá encontrar una solución pacífica al momento que cruza Venezuela. Como lo viene demostrando Colombia después de cinco décadas.
Diálogo, diálogo y más diálogo.
Almagro afirmaba, “pero para que este diálogo sea eficaz, debe ir acompañado de acciones”.
El diálogo es un medio y es un fin, Sr. Almagro. Y las acciones surgen a partir del consenso, no por la imposición, menos por su imposición.
El gobierno de Bolivia y Nicaragua se sumaron a Venezuela, para solicitar la renuncia de Almagro. Ecuador ya ha advertido varias veces sobre su comportamiento.
¿Es esa la vía que promulga? ¿La división de los países latinoamericanos? ¿Ese es el diálogo que propone?
Claro, esos países no cuentan para él, un arrepentido de lo que ha afirmado tantos años en su vida diplomática.
El Gobierno de Chile debe apostar al diálogo y rechazar los intentos de un nuevo golpe blando. Así como la Presidenta asistió a la firma del acuerdo de paz de Colombia, así debería actuarse ante Venezuela.
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