La inapelable victoria de Claudia Sheinbaum, electa presidenta de México el domingo 2 de Junio, reivindica la vía de las reformas democráticas como un camino posible para los pueblos latinoamericanos en sus históricos anhelos de dignidad, prosperidad y justicia. En efecto, la vía electoral conlleva enormes desafíos para las fuerzas progresistas, hay que bregar en contra de la preponderancia mediática de los dueños del dinero que abusan sistemáticamente de esa muy ventajosa posición de poder, los que además financian abundantemente a las organizaciones de sus voceros o partidarios.
Asimismo, y en caso necesario, el poder mediático no se limita en las cuotas de terror que se vierten en el escenario electoral para amedrentar a sectores sociales indecisos, a fin que se resten y no respalden un proceso de cambios, también se usa y financia la cooptación de grupos minoritarios que se pasan a la vereda de los adversarios de un esfuerzo de progreso social que incluya al conjunto de las fuerzas populares.
También está el capítulo de las divisiones en el campo de la izquierda y la centroizquierda resulta propicio para ayudar directa o indirectamente al predominio de los sectores reaccionarios, que siendo minoritarios, revierten ese carácter, ayudados por las querellas internas o la dispersión de los sectores progresistas.
Ahora bien, la globalización neoliberal con sus conflictos estructurales colabora al descrédito de la política y el desencanto social al no dar respuesta a los problemas crónicos de injusticias, maltrato y penurias que sufren amplios sectores de la población, pero, paradójicamente, esos factores favorecen el alza de la ultraderecha, una agrupación de fuerzas unidas por el desprecio al Estado, a la democracia y el odio al movimiento popular.
La descalificación del Estado, y ahora incluso de los anhelos de justicia social, encuentra eco en personas excluidas por la debilidad que esa misma receta neoliberal impone a los esfuerzos del sector público debilitando sus facultades, y a la postre, incapacitándolo para atender el bien común de sus pueblos y naciones. Lo achican hasta inutilizarlo y luego pretenden liquidarlo por "ineficiente".
Esa multiplicidad de factores ha sido superada por Claudia Sheinbaum, ha sido proclamada presidenta con una alta participación y una mayoría abrumadora. La esencia de su propuesta es proseguir, con su propio sello, el camino de reformas iniciado por el actual presidente, Andrés Manuel López Obrador.
Será la primera vez en la historia de México que una mujer acceda a la presidencia. La incorporación de la mujer al ejercicio del poder político es el suceso más relevante de estas últimas décadas en América Latina. Su presencia en la conducción del Estado indica que las reformas son posibles, superando el egoísmo de las elites sociales dominantes que cuando se ataca la desigualdad imperante recurren a la violencia y el desgobierno.
Por la estabilidad democrática hay que unir una amplia mayoría social para afianzar la educación y la salud del sector público, hay que derrotar al crimen organizado y las patotas que se apoderan de los barrios, hay que garantizar el acceso a la justicia y evitar que sea un instrumento al servicio de los grandes intereses económicos. En esta brega, Claudia Sheinbaum logró doblar en votación a la candidatura de los partidos tradicionales, ayer rivales y hoy aliados, inexplicablemente, en la intención de mantener impermeable el sistema político frente a la necesidad de cambio.
No hay alternativa a la democracia. Con defectos, pero sin costos humanos y sociales aberrantes, la democracia está en el centro de la transformación social que se necesita. Las dictaduras conllevan el atropello de los Derechos Humanos, la negación de libertades y la persecución de las ideas diversas, han sido y son un camino de penurias para América Latina.
Con vistas a las nuevas demandas históricas el régimen democrático debe apurar el paso, evolucionar, abrirse a nuevos liderazgos y alternativas, ensanchar la participación social y revitalizar su capacidad de representación, el ejercicio del derecho a voto es un momento esencial, insustituible en el carácter democrático de un Estado, pero la tarea no concluye el día de las elecciones. Es lo que muchos olvidan cuando llegan al poder.
Por el contrario, la tarea recién comienza con la decisión de elegir que toman los pueblos, la voluntad de realizar los cambios sociales comprometidos es lo que afianza y repone las confianzas perdidas en tantas promesas olvidadas y disputas inconducentes. En medio de un proceso vertiginoso de transformaciones civilizacionales hasta hace poco impensadas, la institucionalidad democrática no puede quedar inmóvil, estática, como las estatuas en las plazas públicas, es la hora de un proceso necesario de reformas, cuya bandera enarbola en México la presidenta electa, Claudia Sheinbaum.
Ayer nuestras formaciones políticas hicieron proezas por la libertad y la democracia, ahora los nuevos desafíos se deben resolver en paz, derrotando la violencia y revitalizando el régimen democrático. Hoy, en México, Claudia Sheinbaum asume este reto inmenso en un país enormemente solidario con Chile, cuenta con el apoyo necesario para avanzar y lograr que los cambios que se lleven a cabo perduren por el bien de América Latina.
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