El Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, anunció su decisión de concluir el Tratado suscrito en 1987, entre su país y Rusia, sucesora de la ex Unión Soviética de acuerdo al Derecho Internacional, sobre la eliminación, prohibición y no proliferación de armas nucleares de mediano alcance.
Ese acuerdo, firmado por Ronald Reagan y Mijail Gorbachov, fue una decisión de suma importancia para la estabilidad internacional y contribuyó en grado decisivo a crear un nuevo clima en la tensa atmósfera política y estratégica de aquel periodo.
Por tanto, anularlo lleva en forma inevitable a recriminaciones entre los involucrados, aumentando la tensión global y la carrera armamentista en una situación saturada de focos de confrontación. Entre las mega potencias las amenazas irán y volverán y se vivirá subiendo y bajando la tensión con vértigo y temor. El valor de la paz se ha devaluado muy severamente.
Pero, a diferencia del periodo de la “guerra fría” en que las superpotencias tenían bajo control sus respectivas “áreas de influencia”, ahora un mínimo recuento del escenario geoestratégico va a mostrar un desorden a escala global y una serie de conflictos sin control ni “míina racionalidad” que hace más peligrosa otra carrera de fabricación de armamento nuclear.
En el Oriente Medio y Lejano no hay como surja una solución, de Arabia Saudita hasta Turquía, incluyendo Irán, Siria e Irak, y la grave situación en la franja de Gaza, entre Israel y Palestina, se configura una extensa zona en que se entrecruzan disputas territoriales, luchas religiosas, demandas de las minorías étnicas y reivindicaciones nacionales, agudas contradicciones que detonan violentos choques armados, como ahora en Yemen. Recuperar la paz demorara un buen tiempo.
Con ese quemante telón de fondo, Trump envía emisarios y hace como que manda, los gobernantes interpelados simulan que le obedecen, pero cruentos enfrentamientos siguen segando miles de vidas y continúan sin solución.
El imperio ya no controla a muchas de las criaturas que apadrinó, armó y financió que ahora sin piedad y con poder defienden sus intereses, o lo que creen son esos intereses, en forma brutal.
Algunos islamistas integristas pretenden una nación teocrática, misógina, medieval. Más cerca de nosotros hay extremistas que se presentan como “evangélicos” y pretenden “reformar” la democracia en un régimen autoritario fascistoide que ponga término al pluralismo y los temas valóricos que los fanáticos estiman son un sacrilegio.
Otro rasgo distintivo de la conflictividad global es el resurgimiento de tendencias nacionalistas, de un conservadurismo medieval, debido a la irrupción de agresivas corrientes de ultraderecha, de raíces fascistas en países de significativa gravitación regional, como Alemania e Italia en Europa y Brasil en América Latina, cuya conducta final es imprevisible por su extremismo.
Resulta paradojal, pero después de tanto tiempo que la derecha tomó a los Estados Unidos como “el modelo” a seguir, hoy un significativo sector de ideas retrógradas se refugia y contraataca desde un discurso xenófobo y ultra nacionalista, desde ese nicho que reúne conservadurismo valórico y extremismo político, se lanza una alternativa autoritaria que pregona “restablecer el orden”, sin precisar que significado tiene sino que definiéndose por muchos “anti”, el más grave, un “anti” régimen democrático.
La grandeza imperial que quiere Trump no es la misma que está en la cabeza de Bolsonaro, pero ambos van a coincidir en que tienen que perseguir a alguien y esos serán los inmigrantes, los pueblos indígenas, las minorías sexuales, el movimiento feminista, como aquel que golpea todo lo que se mueve, el ultra nacionalista de derecha arremeterá contra todos aquellos que representan la diversidad democrática de este ciclo epocal que está cambiando a fondo la civilización humana.
También han entrado en la lista de los que deben ser hostigados, las personalidades y entidades que con mayor autenticidad representan el rechazo a la verborrea y la demagogia del autoritarismo populista, por eso, políticos, intelectuales y medios de prensa en Estados Unidos y Europa son presionados, atacados y reciben sobres con explosivos. Los nazis hicieron lo mismo.
El de más volumen busca rivales de mayor tamaño, por eso, Trump se confronta con Rusia que se levantó después del colapso soviético y con China que creció mucho más de lo deseable para Estados Unidos.
Ya no importa que acepten el mercado, antes eso era lo fundamental, al menos eso decían los discursos, ahora se les pide sujeción a la fuerza hegemónica del imperio norteamericano, y en una globalización tan convulsa difícil resulta instalar un criterio tan maximalista.
Además, las jerarquías estatales en China y Rusia son fuertemente nacionalistas, y el respaldo que reciben de sus respectivos sistemas políticos está sustentado en una piedra angular, la consolidación del rol de potencia global de esas naciones.
En consecuencia, la humanidad está en una contradicción esencial: la globalización se instaló, pero sus principales protagonistas están incómodos e irritados, más aún si el régimen político que crece es la democracia, no por nada Joe Biden, ex vicepresidente junto a Obama, acaba de señalar que Trump prefiere las autocracias. Y no se equivoca.
De modo que la gobernabilidad democrática de carácter pacífico e integrador a escala global está cuestionada, en esta etapa no hay actores decisivos jugándose por ella, cada uno busca su propia supremacía. Está más que claro que la demostración del poderío de cada potencia está por encima del acuerdo diplomático.
En suma, la humanidad retoma el diálogo y la tolerancia o el dilema civilizacional se resolverá por la vía de la fuerza, y eso si que sería trágico y lamentable.
Ante ello, es necesaria la potencia de la ciudadanía organizada, la amplitud de las fuerzas políticas representativas, la lucidez de los liderazgos, se trata del rescate de un propósito civilizador, de otorgar un sentido humanista a la acción política que reemplace y contraste con el impulso primario y fascistoide del nuevo “gurú” autoritario, Jaír Bolsonaro.
El 8 de octubre fue el natalicio de Willy Brandt, luchador antifascista y estadista alemán, que en la guerra fría impulsó la distensión, una visión política y diplomática que aportó en forma decisiva a la paz y la estabilidad internacional de los años 70 al 80, hacen falta líderes como él, y que otro periodo de distensión frene la confrontación, en bien de la civilización humana.
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