Imagina por un momento estar en tu casa en la mañana de un sábado. Es muy temprano, vives en un lugar silencioso, normalmente te despiertas con el sonido de los pájaros. Visualiza la alegría de compartir con amigos en un festival lleno de risas, música y bailes. De pronto, suenan las alarmas a las que lamentablemente te has acostumbrado, pues en esa zona suelen atacar con cohetes, pero notas que esta vez es distinto, algo extraño está pasando, no entiendes bien, la alarma no cesa, se escuchan gritos, ráfagas de ametralladoras, y entonces ves hombres con armamento pesado que van de un lugar a otro asesinando a todo el que ven, ves que toman a una joven, la violan y luego la acuchilla. Tu mente no logra dimensionar lo que ocurre, pero entiendes que tus probabilidades son mínimas y el terror se apodera de ti.
Te alcanzan y te fuerzan a subir a una camioneta hasta la boca de un túnel, te empujan escaleras abajo, metros y metros hasta estrechos y húmedos túneles. Has sido arrancado de tu hogar, de tu mundo, alejado de tus seres queridos. Sientes hambre, miedo y de un minuto a otro dejas de ser un humano para convertirte en moneda de cambio o en una cáscara de lo que solías ser. Sufres el dolor de las heridas físicas y emocionales infligidas por tus captores sin piedad, quienes además se regocijan y le muestran al mundo tu sufrimiento.
Luego, visualiza que tu hijo o hija te llama, grita al teléfono, dice que está siendo atacado o atacada, que le hacen daño y luego, la comunicación se corta y no tienes forma de saber qué pasó y cómo está.
Aunque suene como una pesadilla, la realidad es que no lo es. El 7 de octubre, hace seis meses, muchos israelíes estaban preparándose para un día festivo, lo que significa que las familias planeaban pasar tiempo juntas en casa o en la sinagoga, y los amigos se reunirían. Pero al amanecer, una lluvia de cohetes marcó el comienzo de un ataque sin precedentes por su escala, crueldad y coordinación.
Quizá ya están cansados de escuchar esta historia mil veces. Sin embargo, me veo en la obligación de recordarla, se lo debo a Pablo del kibutz Nir Oz con quien estuve hace dos días y cuya mamá Ofelia -argentina- estuvo secuestrada. Se lo debo a Dany con quien estuve hoy en la plaza de los secuestrados en Tel Aviv, donde día a día se les recuerda y se apoya a sus familias y amigos. El hijo de Dani, Omri, está secuestrado en Gaza, probablemente en esos horribles túneles húmedos, oscuros y estrechos. Dany nos dice con lágrimas en sus ojos que Omri se está perdiendo momentos esenciales de la vida de su hijita que acaba de cumplir un año. Los primeros pasos, la primera vez que comió sola, sus primeros dientes.
Luego de escuchar su historia y su dolor, le dije casi avergonzada, que sea fuerte, que hay que creer. Sé que es mucho pedir, soy madre y me hiere el sólo imaginar que algún hijo o hija mía estuviera pasando por eso. ¿Quién puede soportarlo?
Por Dany, por los 134 hombres, mujeres y niños que siguen secuestrados y sus familias, no podemos olvidar. No podemos dejar de clamar por su regreso.
Es fácil perder de vista los detalles importantes cuando se repiten las mismas narrativas una y otra vez, pero a seis meses del ataque de Hamás, el panorama de la guerra en Medio Oriente, cuenta con hechos y verdades inquebrantables; Hamás, Gobierno de Gaza y grupo terrorista, comenzó el conflicto, a pesar que desde el año 2005 Israel no tenía presencia en ese territorio. Desde hace 19 años no vive un solo judío en Gaza, mientras que en Israel viven más de 2.000.000 de árabes con absoluta tranquilidad. En cambio, durante décadas territorios israelíes han recibido diariamente cientos de misiles que se han podido neutralizar gracias a la "cúpula de hierro" y a los refugios que existen en cada casa y lugar público del Sur de Israel, país que pacientemente se centró por años en proteger lo mejor posible a su población.
Por otro lado, la guerra ha revelado también verdades que nos han sorprendido. Hamás se quejó por años de la falta de recursos de los ciudadanos de Gaza, pero de pronto vimos que tenían una red de túneles del tamaño de toda la línea del metro de Londres, que tenían 37 hospitales, que cientos de camiones con alimentos, medicinas y todo tipo de productos ingresaban día a día. Casi 20.000 palestinos de Gaza cruzaban día a día a trabajar a Israel. Todo esto nos dice hoy, que claramente podrían haber hecho de Gaza un lugar maravilloso frente al mar mediterráneo, pero decidieron que el camino era el fundamentalismo, el yihadismo, el odio, el terror. ¿Y a dónde condujo a vecinos de un lado y de otro? A la tragedia.
Hoy, a seis meses de ese fatídico sábado, queremos alzar la voz por aquellos que llevan meses en el infierno de un sufrimiento indescriptible. Por aquellos que aún están en cautiverio, por aquellos que esperan, por aquellos que han sido liberados y que llevan las cicatrices de su tormento y por aquellos que nunca regresarán. No serán olvidados y no dejaremos de luchar por ustedes.
Está en nuestras manos hacer todo lo posible por evitar que más personas caigan en las garras del terrorismo fundamentalista, que más guerras se inicien por su causa. Debemos entender lo que está pasando y las consecuencias de ceder ante la oscuridad del odio irracional, de la glorificación de la muerte por sobre el valor de la vida, de la democracia y de la libertad. Eso es lo que está en juego.
Exijamos que devuelvan a los secuestrados, que devuelvan a todos ahora, y logremos así que la guerra termine.
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