Con profundo pesar constatamos, nuevamente, que nuestra sociedad no entiende la importancia de abordar la violencia hacia la mujer de manera enfática y con perspectiva de género. Las mujeres, en Chile y el mundo, siguen siendo asesinadas por su género. El año 2018 la Red Chilena contra la Violencia registró un total de 57 femicidios.
En lo que va del año 2019, ya se registran 32. Esta situación merece toda nuestra atención, ya que las medidas que se están tomando han sido y siguen siendo insuficientes.
Las campañas y políticas que se han generado en contra de la violencia a la mujer no han sido del todo eficaces ni suficientes para generar la conciencia necesaria sobre el respeto hacia la vida e integridad de las mujeres. Las intervenciones que requerimos son a todo nivel y aún estamos a la espera de ellas: en educación, cultura, política, medios de comunicación, etc. Necesitamos una intervención profunda, un cambio estructural en nuestra concepción de sociedad. Y para eso, los esfuerzos distan mucho de lo que necesitamos.
En Chile, las mujeres sufren violencia física, sexual, institucional, económica y psicológica; son maltratadas, torturadas y asesinadas con ensañamiento. Pero, aún no le queda claro a parte importante de la ciudadanía por qué hablamos de violencia de género.
Aún no se entiende por qué el asesinato femicida se distingue de otros asesinatos, ni porqué conlleva mayores penas.
Aún no queda claro que es, no solo un deleznable crimen a otro ser humano, sino que tiene el agravante de ser un acto de odio que se sostiene única y exclusivamente en la discriminación hacia las mujeres arraigados y sostenidos en la cultura.
Ya el caso de Nabila Riffo enrostró a la sociedad la necesidad profunda de tomar conciencia de esto. Nabila Riffo, recordemos, fue expuesta por todos los medios y de todas las formas, al escrutinio público y a los prejuicios sociales.
Algunas pensamos que como sociedad algo habíamos aprendido. Pero no aprendimos demasiado.
Estamos asistiendo, nuevamente, al tratamiento que están haciendo algunos medios de comunicación sobre este nuevo caso de femicidio.
Vemos cómo este tratamiento dista de educar y crear conciencia en estas temáticas, vulnera a la víctima y a su entorno, y perpetúa prejuicios que confunden a la opinión pública, atribuyendo a los actos femicidas causas y justificaciones que no corresponden.
Inaceptable es que, en el canal nacional, por ejemplo, se haya realizado un reportaje donde, en el marco de la pregunta “Qué tanto conocemos a Fernanda”, se revelen aspectos de su intimidad y de informes periciales, que en nada contribuyen ni aportan al caso.
Exponen a la víctima y generan un manto de duda sobre la responsabilidad de ella de ser golpeada, violada, asesinada y enterrada bajo un manto de cal. Esto ya lo hemos visto demasiadas veces.
Es poner en duda a la víctima, responsabilizarla en alguna medida, o restar responsabilidad al agresor, estableciéndose observaciones sobre su supuesta estabilidad emocional, su personalidad, su conducta sexual, su consumo de sustancias, etc.
Con preocupación veo, además, la participación de profesionales de la psicología que se prestan en estos contextos para hablar sin incorporar una perspectiva de género y permitiéndose, incluso, esgrimir de manera muy cuestionable, observaciones respecto a la víctima emanados de los informes periciales - que sin ética alguna han sido difundidos -, como si eso fuese un elemento a considerar para sancionar el femicidio.
Como profesionales debemos resguardar la ética y creo que, en algunos casos, está al límite de ser traspasada.
Nos está resultando demasiado difícil combatir los prejuicios de género y restituir a las mujeres su lugar en la sociedad como ciudadanas en plena dignidad, igualdad y derechos. Necesitamos generar conciencia colectiva sobre los crímenes de género. Mientras no relevemos ese aspecto, seguiremos reproduciendo, justificando y naturalizando la violencia hacia la mujer, que sigue siendo una de las mayores pandemias en Chile y el mundo entero.
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