Identidad, legitimidad y credibilidad en estado crítico

Todo o casi todo está siendo ampliamente cuestionado en estos días en Chile: el Gobierno, los partidos políticos, el Poder judicial, las empresas, el Parlamento. Los personeros públicos están siendo funados. La autoridad gubernamental está siendo el hazmerreir. Los sacerdotes están perdiendo autoridad moral. Ciertos políticos no pueden incorporarse libremente a las marchas ciudadanas pues son repudiados.

Con el caso de La Polar el desprestigio de los empresarios supera todo margen. Se dicen muchas cosas. Por ejemplo: que esta es la hora de la “oposición social”; es el minuto de los movimientos sociales pero…siempre el pero.

Se dice que no son los movimientos sociales los que impulsan los cambios. Eso lo hace la política. Y ya llegará la “hora de la política”…

La Concertación de partidos por la democracia, otrora señera y líder, ahora pasa por el momento más difícil de su historia, con un menguado 23% de aceptación (y una muy altísima tasa de rechazo). Sus líderes no logran dar con el nudo del problema. Para unos es el agotamiento de un ciclo histórico.

Después de 20 años hay un desgaste importante, aparejado con la carencia de renovación de sus liderazgos. Para otros/as la crisis de la Concertación tiene que ver con la dicotomía entre autocomplacientes y auto flagelantes. Los más osados ya están optando por poner a la Concertación en la UTI y asistir calmados (y resignados) a su deceso final.

Para unos, la crisis de la Concertación es irreversible.

Para otros, restablecer una forma de alianza interna, hegemónica, a la espera de la presidencial es una manera de sortear el momento crítico.

Los más oportunistas dicen que con la llegada del tiempo electoral y cuando se muevan las maquinarias electorales de los candidatos, todos se olvidarán de la crisis, y será la hora de los “ingenieros electorales” y de los candidatos. Estamos en el reinado de la especulación.

La Concertación podría superar su mala racha política. No es imposible, pero eso requiere re-crear su identidad o reconstituirla y renovarla. Las movilizaciones ciudadanas de estos días están dando una pauta, no para que los partidos políticos instrumentalicen su lucha sino para que sean audaces en su mirada y conducta de futuro. La identidad de la Concertación está agotada y la forma de resolverlo es recrearla. Esto no significa necesariamente un cambio de nombre, pero un resultado probable debiera considerarlo.

El problema de este proceso de reconstrucción de la identidad concertacionista es que ello no provendrá de sus actuales dirigentes, necesariamente. La gran mayoría de ellos/as está demasiado comprometida con los 20 años de cuatro gobiernos y con la administración cerrada de sus respectivos partidos políticos.

Y a esto debemos agregar la credibilidad que de ello deviene. Es natural no tener las mismas confianzas respecto de quienes, habiendo manejado el poder por casi dos décadas y tenido la responsabilidad y la oportunidad de haber efectuado cambios importantes (o al menos haberse jugado por ello sin condiciones), se presenten ahora como los críticos acérrimos de aquello que defendieron antes, entre otras cosas, el actual modelo desigual y el principio de que en nombre de la estabilidad política y económica del país, se sacrificó el protagonismo popular y se aplacaron las demandas sociales.

La sociedad de la campaña del No (1988) estuvo dispuesta a confiar en los liderazgos emergentes de fines de los 80 y accedió al requerimiento de resignar sus demandas, pero eso fue hace 23 años.

Hoy la situación es otra y la ciudadanía tiene memoria histórica y cuenta con su propia evaluación.

Gran parte de nuestra dirigencia actual, entonces no es suficientemente creíble, por sus actos, y ello toca su legitimidad y afecta a la reconstrucción de la identidad grupal.

En ese contexto, la Concertación tendría un horizonte muy limitado y mientras cuente con alguna cuota de poder (Alcaldes, Parlamentarios) y pueda “administrar la esperanza” de una victoria presidencial y con ello recuperar el Gobierno, se mantendrá de pié. Un poco raquítica y falta de calcio, pero de pié.

Y aquí radica un riesgo importante. La campaña presidencial puede brindarle un éxito a la actual Concertación en un escenario más amplio. Su principal carta podría ser Michelle Bachelet, pero si los partidos manejasen las actuales lógicas de poder y sus cuotas de hegemonía, las posibilidades de un programa presidencial innovador son limitadas, porque para unir e integrar las ideas de cambio estructural del actual modelo social y político se requiere una dirigencia política con voluntad real de impetrar tales cambios y sin compromisos con el pasado.

Pero, ¿qué sucedería si se impone, finalmente y de nuevo, la tesis conservadora de la política de acuerdos o la política de consensos?

¿Qué cambio es posible impulsar si a un sector de la concertación el actual esquema binominal les ayuda a mantener lo que se tiene?

¿Qué promesa es creíble ante el país si la concertación actual reclama para si misma el mejor derecho de imponer unilateralmente un candidato presidencial, por muy bien parado que esté en las encuestas?

Las respuestas a estas preguntas determinan la calidad de un acuerdo opositor.

De otro modo, la oposición tendrá, a lo menos, dos candidaturas presidenciales. Y en ese contexto, no habría victoria presidencial y la derecha podría continuar gobernando por un segundo período y se habrá desatado la etapa terminal de la Concertación.

Los tiempos ahora son demasiado breves. Y nada indica todavía que la dirigencia actual de la Concertación esté en condiciones de enfrentar estos dilemas.

En el caso del PPD se impone adelantar la elección interna (prevista para junio del 2012) y procurar instalar una nueva dirigencia que tenga la audacia de enfrentar estas preguntas y muchas otras, sin compromiso con la nostalgia; con total libertad respecto de las actuales cuotas poder e incluso de las “promesas esperanzadoras” de retorno al Gobierno, si ello es al precio de un vacío de identidad y un poco más de lo mismo aunque con una cáscara diferente.

Las movilizaciones sociales intensas de estas semanas están dando señales poderosas de que esto no será aceptado.

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