El déficit en educación ambiental se manifiesta en tres hechos muy distintos, pero con similares consecuencias. El primero, se ha olvidado compartir espacios; el segundo, la ausencia de criterios ambientales en la infraestructura; y el tercero, la desvalorización del abrigarse y desabrigarse. Esto último fue sustituido por una vida en burbujas climáticas individuales, en las que no hay más estaciones que la calefacción en invierno y el aire acondicionado en verano. Es la vida de mall individual, que niega la realidad climática y genera el calentamiento global por consumo de energía.
La falsedad climática tiende a reproducirse también en las universidades. Hace unos meses, una universidad pública propuso instalar domos, con cubierta de plástico, en especial para almorzar en invierno, en un acuerdo con la federación de estudiantes, con motivo de las peticiones de mejora en infraestructura para el invierno.
Los problemas de infraestructura no son responsabilidad de la actual rectoría de esa universidad, que asumió hace menos de un año y sufre las consecuencias del abandono de largo plazo en esa área. Por el abandono, edificios de gran calidad se volvieron decrépitos y las nuevas construcciones -a veces suma de contenedores– fueron colocadas sacrificando áreas verdes. Pero lo más grave es que incentivó que cada facultad tuviera sus salas "propias", en ocasiones vacías.
Muchos estudiantes quieren soluciones inmediatas, para este invierno, lo que resulta comprensible, pero imposible: no hay soluciones inmediatas en infraestructura. La universidad ofreció entonces los domos. Sin embargo, cuando se intentó instalar un domo en un área verde histórica de esa universidad, los estudiantes de Filosofía y las autoridades de su facultad lo rechazaron, porque entendieron que las áreas verdes no son zona de sacrificio, sino zonas donde simplemente no se debe construir, menos si son patrimoniales.
Hubo, en la propuesta de los domos, una confusión entre la necesidad y satisfactor. La necesidad es la mejora de infraestructura y la protección espacial. El satisfactor, en cambio, fue inapropiado. En primer lugar, los domos retienen el frío en invierno y el calor en verano: extreman las condiciones climáticas que se quiere anular. En segundo, algunos domos son instalados en áreas verdes, con lo cual se agrava el calor en verano y la demanda por aire acondicionado. Tercero, son instalados en lugares de fuerte valor patrimonial, como en los patios cuidadosamente diseñados hace siglo y medio, excelentes protectores del calor veraniego. Y, lo cuarto y peor, es que ya hay dos cafeterías a pocos metros, una en la Facultad de Arquitectura, que no es compartida; y otra, en un contenedor, inexplicablemente puesto contra la pared, por lo que ambas están subutilizadas. Los domos son fruto de que los espacios universitarios no son compartidos. Si única virtud fue su instalación inmediata.
La confusión entre necesidad y satisfactor es excusable entre los estudiantes. Muchos de ellos provienen de comunas donde no hay áreas verdes. Una universidad, sin embargo, no puede incrementar en sus campi la desigualdad verde que se vive en Chile. La pobreza comunal siempre va acompañada de pobreza de áreas verdes, de pobreza educacional y escaso compartir. Por eso, es común que una persona pobre se empobrezca al preferir un estacionamiento a un pequeño parque, un domo al simple abrigarse. La falta de áreas verdes genera calores extremos; las comunas pobres son también las más cálidas durante el verano. En el verano 2022, según Nature Medicine, murieron en Europa 61.672 personas por calor, tantas como por enfermedades cardiovasculares y cerebro vasculares, juntas. Una proporción equivalente de muertes se producirá en Chile el próximo verano en las comunas sin árboles.
Los estudiantes de Filosofía -que protestaron por el domo– son una minoría, sabia. No piden soluciones, las ofrecen, más baratas: compartir las cafeterías existentes; en lugar de calefacción y aire acondicionado, aislamiento térmico en las salas y abrigarse para el invierno; para el verano, aleros y almorzar bajo sombras de más árboles y pérgolas. Una universidad que elimina áreas verdes se empobrece, aunque sean sustituidas por domos de oro y de plata.
Ninguna universidad puede dejar de escuchar a una minoría sabia, porque ser minoría es común ante nuevas perspectivas; ninguna universidad puede renunciar a educar. Educar, hoy, es sacar la educación ambiental universitaria de una o dos aulas y convertirla en un aprendizaje por la vivencia diaria de un campus compartido y ambientalmente sustentable.
Desde Facebook:
Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado