Con máximas que han llegado a los 39 grados en Santiago, el aumento de las olas de calor en los veranos de la capital se ha ido transformando en una constante. Sin embargo, es interesante comprobar empíricamente que éstas afectan más a algunas personas que a otras incluso dentro de la misma ciudad.
Según datos del Centro de Inteligencia Territorial de la Universidad Adolfo Ibáñez, las temperaturas altas y bajas son mucho más extremas en las comunas del sector norponiente que en el sector oriente de Santiago.
Básicamente comunas como Renca, Quilicura o Conchalí, tienen inviernos y veranos más duros que comunas como Las Condes y Vitacura.
Esta diferencia es medida a través de la denominada amplitud térmica, que nos muestra la diferencia de temperatura superficial del suelo en invierno y verano.
Las razones para que esto ocurra son varias, pero podríamos agruparlas en dos.
Por un lado, geográficas y de emplazamiento, es decir, la presencia de vegetación natural, además de la cercanía a cerros y ríos, incide en la variación de temperatura de los distintos sectores.
Por otra parte, es absolutamente relevante la planificación urbana y la visión de qué ciudad queremos. Si una ciudad tiene al cemento como elemento característico es muy probable que genere islas de calor en verano y zonas mucho más frías en invierno.
En este sentido, parece evidente que la forma de enfrentar esta dolorosa realidad es cambiar gris por verde. Esto es parte esencial de la misión que nuestra Fundación desde hace 10 años, donde hemos recuperado más de 200 plazas en conjunto con los vecinos que les darán uso. Pero entendemos que eso no basta.
En una ciudad con tan importantes diferencias de temperatura se hace urgente la articulación de políticas e iniciativas que planifiquen y construyan áreas verdes en las distintas escalas que las ciudades requieren.
Necesitamos una política integral de áreas verdes que considere la planificación, construcción y mantención de parques urbanos, plazas de barrios, arbolado urbano, platabandas y todas las posibles formas de vegetación que enverdezcan nuestra ciudad. Esta planificación no puede seguir haciéndose de forma independiente y parcelada, sino que debe ser parte de un plan que nos permita vivir en una ciudad con menos desigualdades y con mejor calidad de vida.
Para eso se debe considerar el contexto de cambio climático en el que vivimos planificando áreas verdes con lógicas de sustentabilidad.
Santiago no tiene el clima de Londres ni de Bogotá, por lo que las grandes y pequeñas extensiones de áreas verdes no debieran considerar especies de alto requerimiento hídrico, no sólo porque son más caras de mantener, sino también porque hoy más que nunca tenemos que cuidar nuestros recursos naturales.
Además, la planificación integrada de áreas verdes necesita considerar cómo vamos a mantenerlas, entendiendo que este tema es una de las tantas funciones que recaen en los municipios, y que muchas veces no tienen recursos ni capacidad de gestión para manejar aún más áreas verdes o arbolado urbano.
Por último, tener una visión amplia de la planificación de áreas verdes implicaría dejar de considerar los metros cuadrados por habitante como el indicador central según el cual se orientan los recursos. Lo importante es apuntar a que las personas tengan acceso a estas y que sus beneficios medioambientales y sociales sean un aporte real para ciudades menos desiguales.
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