Aprobar para mejorar

Soy de los que aprobarán, eso debo decirlo al principio. Lo haré pues al Rechazo orquestado por la derecha y la élite santiaguina -el rechazo mediático, digamos- no le creo eso de "Rechazar para reformar". Para mi es claro que, una vez rechazada la propuesta, pondrán la pelota contra el piso, la esconderán y se la llevarán para el Santiago del barrio alto.

Incluso ya hay legisladores del Partido Republicano que llaman a la cautela en las promesas que se están haciendo. Habría que esperar el resultado. Por cierto, esto no lo harán todos en la derecha y la vieja Concertación, ahora unidos por el miedo, pero sí los grupos ultrones que siguen sin entender que ya no tenemos Carta Magna, que ésta se encuentra muerta desde hace varios años. Lo que quedan son las cenizas. Es mejor aprobar para mejorar. No hay que tener miedo a esto.

Ahora bien, dicho eso, no toda la responsabilidad es de la derecha y la simplificación de que quienes votarán rechazo son alienados, fascistas, fachos pobres y un largo etcétera; esa es una simplificación que sólo muestra una manifiesta debilidad comprensiva.

Esta podría ser una gran farra realmente. Sí, pues la izquierda -en su amplia gama de sensibilidades, en la cual incluyo (perdónenme los puristas) hasta la vieja Concertación inicial- nunca tuvo la oportunidad tan clara de hacer una Constitución que representara los intereses más sentidos del pueblo de Chile.

Quienes se quejan de que los medios, la derecha o el fascismo, sólo simplifican impotentemente el problema. Eso siempre ha existido y siempre será igual, vayan ustedes a ver lo que le sucedió al Presidente Allende, o con Bachelet y su fallido intento de Constitución. La cuestión política es cómo, en el marco de estas dificultades, se logra el propósito.

Los verdaderos problemas de la Constituyente, a mi juicio, fueron dos: el primero, pensar que allí se iniciaba todo, no es mentira que muchas y muchos constituyentes aún piensan que Chile se fundó en el momento en que se conformó la Convención. No conozco régimen que no se haya fraguado desde los cimientos ruinosos de lo que existió. Pensar en la lógica de pedir lo máximo para llegar a lo mínimo, no funciona, pues esto no es un pliego de peticiones.

El imaginario institucional persiste más allá de las coyunturas. Un ejemplo, como se pueden encontrar muchos otros: Chile siempre ha tenido un Senado, ¿para qué cambiarlo, si se lo puede mejorar? Obvio, para construir algo nuevo. Pero si lo nuevo no se aprueba entonces no hay nada. Lo segundo, no leer el contexto de inestabilidad que hay en el mundo, en el continente y, por cierto, en Chile. El mundo se estanca económicamente desde hace rato y muy pocos quieren arrojarse, al menos hoy, hacia una propuesta de país tan distinto.

Leer esto no es claudicar en las convicciones, sino proyectar para el futuro, pensar en lo que vendrá.

Finalmente, pienso que si el Gobierno, que ya tiene las patas metidas en el pantano desde hace rato en esta materia, no realiza compromisos de transformación de la propuesta constitucional, con la finalidad de salvar los muebles, está no será aprobada pues todo parece anunciar que el proceso fracasará.

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