Bachelet, ella y el progresismo al borde del abismo

Ismael Llona
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Su primer gobierno fue un gobierno de “sensibilidad social” que no apuntó claramente hacia un Estado de Bienestar pero terminó siendo muy querido por la mayoría de la gente, desengañada de la derecha y del centro PS-PDC, que dominaba a la Concertación.

Su segundo gobierno tuvo un primer año alentador. No era el gobierno de Piñera y otros gerentes, recibía el ataque despiadado de todas las derechas pero no se veían temores a intervenciones militares. Desde afuera el gobierno se veía bien y, algo excepcional, limpio.

Ella, Peñailillo y Arenas, con todos sus ripios, llevaron adelante una cierta reforma tributaria (a la que le pusieron “cocina” desde la misma alianza en el gobierno pero pasó); una importante reforma al sistema de elecciones; propusieron no penalizar el aborto en casos extremos; aprobaron el inicio de una reforma educacional profunda; entregaron apoyo legal a las parejas del mismo sexo;  iniciaron una reforma laboral, y  están ahora, en vaivén, empujando una reforma laboral, y anuncian una nueva Constitución.

Y de repente todo estuvo ardiendo.

El fuego que les estaba cayendo encima a los momios por arreglarse aún más en sus ilícitas ganancias a costa del Estado (es decir de todos los chilenos) embadurnó al conjunto de “la clase política” y varios insignes progresistas, miembros y no miembros de la Nueva Mayoría, fueron desnudados mostrando su irresponsabilidad y su afición desmedida por el dinero mal habido.

Primero fueron el hijo y la nuera de la Presidenta.

Luego alguno que otro señor congresista (no “parlamentario”, porque en Chile no hay Parlamento). También los candidatos a La Moneda del PRO y de Fuerza Pública.

Últimamente se sabe que el núcleo principal y más cercano a la Presidenta pidió dinero  a Angelini y, más, a la gran empresa del yerno de Pinochet, es decir plata, legal y éticamente mal habida.

La Presidenta, junto con enviar al Congreso, muy bien asesorada, proyectos para iniciar una nueva era menos delictual, se ha enredado diciendo que nada sabía de la operación de su hijo, que no viajó inmediatamente desde sus vacaciones a Santiago porque le recomendaron que no lo hiciera (¡) y que tampoco sabía de dónde sacaba plata su núcleo principal y le sería “doloroso” enterarse que ella provenía de los bolsillos del yerno del asesino de su padre y su propio carcelero. ¿Honestidad? sí. ¿Candidez? también. Una columna de Sebastián Edwards en La Tercera de 24 de junio (p.11) lo confirma.

Los cándidos pueden derrotar a los ávidos, como escribió mi hermano, pero cuando los ávidos te rodean eso puede ser mortal.

El proceso de reformas se ha frenado.

El hacerlo andar nuevamente no depende hoy ni de la Nueva Mayoría, ni del PRO ni de Fuerza Pública, ni de Revolución Democrática o Izquierda Autónoma (que han mostrado una incapacidad abismante para crecer) ni de los grupúsculos alternativos que brotaron en la última elección presidencial como callampas de pino y se deformaron o desaparecieron como todas las callampas de pino. Tampoco del movimiento social, que puede empujar y proponer pero no resolver.

Ahora el propio partido de la Presidenta levanta la extraña tesis conservadora de que no pueden mantenerse las mismas reformas programadas porque la situación económica no es buena.

¿Habrase visto semejante estulticia?

Los cambios se hacen precisamente porque las cosas andan mal, no porque las cosas anden bien. Si las cosas andan bien ¿para qué hacer cambios?

Si falta plata para reformar la educación como estaba previsto, la solución no puede ser rebajar o dilatar la reforma sino precisamente buscar más plata. Si no se atreven a hacer una nueva reforma que afecte a los más ricos para dar gratuidad a los alumnos y buenas condiciones a los profesores, entonces endéudense internacionalmente, hagan algo, saquen plata de otro lado.

La plata que se gaste, buenamente, en educación, no es gasto superfluo, es inversión: preparará a más y mejor gente para su aporte a la producción y el bienestar.

La plata que se gaste, buenamente, en salud (y ahí en prevención) a la larga ahorrará y ayudará al beneficiario mismo de las políticas públicas: la gente.

Recordemos nuestra historia. ¡Nadie de la DC le recomendó a Frei Montalva, en 1965, no hacer la Reforma Agraria porque el PGB agrícola estaba bajo y podía bajar más! Lo habrían sacado por momio o estúpido. Tampoco no chilenizar el cobre porque…bla-bla-bla ¡tampoco! La nacionalización del cobre se hizo, con Allende, en un inicio por unanimidad, a pesar de los análisis catastróficos de los enemigos externos. ¡Para qué seguir!

Estamos en el borde.

La Presidenta debe asumir su responsabilidad. Debe respaldar a la justicia para que los políticos facinerosos paguen sus delitos.

Debe obligar a su nuera y a su hijo  devolver la plata que, finalmente, ganen con Caval.

Debe obligar a los personeros del que fue su núcleo de dirección devolver, al menos, los dineros percibidos de Soquimich, los que pidió Rosenbluth, los que orientó Peñailillo, los que operó Martelli. Nadie va a adelgazar o enflaquecer ni a morir por eso. Se trata de unos pocos millones de pesos, para ellos fáciles de conseguir. Para que no sea doloroso para ella y para Chile.

Debe ordenar buscar más recursos para reimpulsar las reformas.

Es la última esperanza en este ciclo político que amenaza hundirse, sin que la fuerza de lo nuevo surja aún.

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