Cambio de juego: deliberación y democracia

Las reglas del diálogo han cambiado. Mientras en las últimas décadas, la democracia y sus valores han gobernado la deliberación en la esfera pública, la reciente alza en el apoyo a los populismos extremos ha significado que un grupo de personas que no creen en la democracia ni en la tolerancia, quieran entrar a la cancha de la deliberación, con sus propios valores.

Pensemos en el valor del periodismo libre, como espacio de control del poder relevado por la democracia. Y pongamos como ejemplo a un buen practicante, como Daniel Matamala.

Para un grupo de personas, principalmente coordinadas en torno a ideas de extrema derecha, el trabajo de Matamala (y otros) está siempre ideologizado. No están completamente equivocados, pues desde su punto de vista, la democracia en si misma es una ideología opuesta a la suya.

El problema entonces no es que el periodista sea más de derecha o de izquierda, aunque ellos lo planteen en parte así, sino que el problema es que utilice su tribuna como un espacio de análisis. Lo que parece esperable para ellos, es un periodismo que en realidad sea comunicación estratégica.

Luego, en su mundo de amigos y enemigos, ese mismo trabajo que para el juego democrático sería atingente y equilibrado, para ellos es una comunicación atribuible a la maniobra de un contrario. Para la lógica del extremismo, quienes participan del juego de la democracia, son enemigos.

En este contexto es donde el juego dialéctico de la democracia se quiebra, pues las legítimas diferencias que podríamos tener en un espacio tolerante de deliberación son contaminadas por quienes quieren usar ese mismo espacio, pero sin respetar las reglas elementales de el. Por lo mismo, numerosas discusiones, en diversos foros, no tienen posibilidad alguna de solucionarse y terminan en un intercambio de agresiones.

Si bien creíamos superada la etapa de discutir las reglas del juego, debemos entender que, en algunos márgenes, volvimos a ella. Ya no basta con pedirles que dejen de romper las reglas, pues los extremistas están en contra de que el juego continúe. No les interesa jugar, no entienden ni valoran el juego, solo quieren quedarse con la cancha.

Habrá que, nuevamente, reflexionar sobre la democracia. Quizás darla por sentada no fue tan buena idea después de todo.

Quizás el hecho de que una parte de la sociedad crea que la democracia es la simple elección de los gobernantes no es una buena señal.

Quizás que los representantes jueguen solo a ganar y retener el poder, sin banderas valóricas profundas, no es un buen camino.

La democracia y sus valores triunfaron y lo volverán a hacer, en la medida que seamos capaces de sacudirnos de las múltiples amarras que sobre ella se han tendido. Profundizar la participación, proteger efectivamente los derechos de las personas, buscar el desarrollo de la comunidad toda, cuidarnos y cuidar nuestro entorno. Recordar y renovar los valores de la democracia debiera ser la vía por la que volvamos a creer que el gobierno del pueblo por el pueblo, más que una técnica, es un fin en si mismo.

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