Durante el mes de mayo de 1968 se desarrolló en Francia, particularmente en la ciudad de Paris, lo que por una serie de intelectuales -encandilados con el vigor de los jóvenes estudiantes dirigidos por Daniel Cohn-Bendit- fue calificado como una nueva "revolución". Las calles se paralizaron y la ciudad se detuvo: una impugnación global al sistema se erguía como el preludio de un nuevo orden.
Pero no todos fueron arrasados por la ola que mezclaba la poesía política rayada en las calles con la posibilidad que vieron los partidos de izquierda de hacerse del poder. Raymond Aron fue un intelectual francés que nadó contra la corriente durante los meses de mayo y junio, tiempo en que escribió una serie de artículos donde señalaba que lo que estaba ocurriendo era cualquier cosa menos que una revolución: no era una revolución de tipo marxista, naturalmente, porque el conflicto de clase propiamente tal no existió; y tampoco era una revolución en el sentido laxo, porque no emergió ningún indicio de que la sociedad francesa fuera a dar un giro radical en su forma de vida.
Sufrió el desprecio de sus pares, los "clérigos", como irónicamente el propio Aron los llamaba, y que se habían sumado con entusiasmo al "momento" que prometía una nueva sociedad. Aunque nunca se lo perdonaron, la historia lo reivindicó: la "revolución de mayo del '68" inauguró o asentó un largo periodo de gobiernos de derecha comenzando con De Gaulle, pasando por Pompidou y terminando con Giscard, hasta Mitterrand que inaugura una nueva era.
Aunque las comparaciones con los franceses siempre son desproporcionadas, y en este caso pudiéramos hablar de un intelectual políticamente comprometido, a diferencia de Carlos Peña, se permitirá decir que este ha sido en Chile lo que fue Raymond Aron para los franceses: sus puntos de vista en el mismo mes de octubre de 2019, y lo que vino del 2020 hasta la pandemia, lo confirman. No fue seducido por el ambiente y mantuvo su quilla de forma regular. Desarrolló, punto a punto, lo que pareciera ser la explicación más plausible sobre el estallido social: una acumulación de malestar social que se produce por la "modernización capitalista" y que se explica por la "paradoja del bienestar", es decir, a mayor bienestar material, mayor es el malestar social acumulado porque la promesa de un valor posicional, que producía el "éxito personal", es defraudada cuando son muchos los que llegan a esa cima de la sociedad, a esa "tierra prometida" por el sistema.
El valor del punto de vista de Peña no solo radica en la profundidad de su respuesta, o de su hipótesis, si se prefiere; sino, y sobre todo, cómo en el caso de Aron, por la oportunidad en que es emitida. Es un hecho que quien piensa lo hace desde un contexto determinado, pero el valor radica en la capacidad de abstraerse al contexto mismo: cual Ulises atado al mástil para no ser seducido por los cantos de sirena.
Hoy, ante la ola republicana, que tuvo su mejor resultado el 7 de mayo, todo parece cuajar con la implacable lógica del péndulo que se mueve de forma acelerada hacia el orden restaurador, y quienes criticaron duramente a Peña hoy parecen sus mejores aliados. ¿La diferencia? Que el valor radica en decir lo que hay que decir, cuando el viento sopla en tu contra.
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