Ciencia, academia y cinismo

¿Se puede no ser cínico en la sociedad científica y académica actual? Esta es una de las preguntas que ronda en la comunidad científica y universitaria, aunque formulada de modos distintos y mediante estrategias de resistencia diversas.

Estas van desde evitar publicar en revistas presentes en bases de datos de indexación transnacional (WoS o Scopus, por ejemplo) a manifestaciones localizadas y críticas ante la vorágine de publicaciones que como hojas en otoño se esparcen sin más destino que volverse tierra y abonar la riqueza cognitiva de organismos económicos internacionales. 

Ha sido el filósofo alemán Peter Sloterdijk quien de mejor forma ha descrito esta condición del mundo moderno: se trata del cinismo que envuelve a buena parte de nuestros comportamientos cotidianos.

La progresiva presión por la individualización ha generado un clima de competencia en todos los niveles de la escala social: desde el mundo popular al “elevado” mundo de las grandes decisiones políticas, este verdadero espíritu global atraviesa como un cáncer a la gente.

En un mundo que persigue el reconocimiento, el desprecio, la ira y la frustración crecen de manera exponencial. Sendos bancos de ira hay en la sociedad contemporánea, y la educación y la ciencia no están exentas de este fenómeno.

El cínico moderno, agrega Sloterdijk, es un integrado antisocial que no concibe su accionar como algo malvado sino como un modo de ser colectivo y moderado por el realismo.

Uno de los problemas centrales a los que se enfrenta el trabajo científico en las Universidades y, por consiguiente, la presión que se ejerce sobre los académico/as se debe justamente a algunas de estas condiciones modernas.

La empresa universitaria, sitiada por los organismos económicos nacionales e internacionales, sufre los embates de la hiperinflación de seudo-conocimiento que quedará almacenado en bases de datos, ahora convertidas en flujos. Los sistemas de mejora de las condiciones académicas, también llamados procesos de jerarquización universitaria están vinculados a este modelo de gestión del conocimiento y por ello, la lucha es producir más y con mayor impacto. Esto hace que el conocimiento sea muchas veces superfluo y repetitivo. Lo que importa es más el número que la calidad.

La formación universitaria, acelerada también por los procesos de distinción y reconocimiento, se acerca a un preocupante estado de saturación.

Ya no basta ser doctor, es necesario producir mucho y ganar proyectos cada vez más competitivos. De no ser así, permanecerás en el “precariato”. De hacerlo, entrarás en la vorágine. De todos modos, estás ya en el huracán. Aquellos que están en la cumbre de la jerarquía universitaria, se convierten en críticos del sistema que ayudaron a construir. Todos quieren mejorar sus condiciones laborales y el camino parece sólo uno, por lo cual comprenden las palabras de los próceres, pero descreen de sus palabras.

Los cínicos modernos nos preguntamos ¿hay más camino  para mejorar mis condiciones laborales como científico y universitario? No lo hay en el mundo actualmente existente.

Los gobiernos se pelean las migajas del Banco Mundial; los rectores las migajas de los gobiernos de turno; los profesores y científicos luchan por crecer en la producción y así tener oportunidad en el competitivo mundo intelectual. El mundo de las ideas y del conocimiento se convierte en un campo de batalla de todos contra todos.

 

Más allá de la vieja estrategia de explotación tan estudiada durante el siglo XX, la nueva dinámica envuelve un conjunto de aspiraciones imaginarias de como se concibe el intelectual (como aquel que trabaja con su capital cognitivo y lo vende) en relación con la sociedad.

Se siente de otra clase y quiere llegar a la cúspide rápidamente. La escalera está llena de incongruencias. ¿Qué importa? El realismo se impone como único camino para lograr la inalcanzable tranquilidad. 

El mundo sombrío de los cínicos modernos se reproduce a si mismo. En algunas de esas vueltas algo de conocimiento se consigue.

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