Confianza y respeto entre personas e instituciones

En los momentos que vivimos la generación de confianza en las personas e instituciones públicas es fundamental. Sabemos que muchas no poseen hoy una evaluación positiva, por el contrario, predomina una opinión negativa de la ciudadanía, que se agrava cuando los propios conductores o integrantes de ellas se descalifican mutuamente, debilitando con ello un vínculo de cooperación que es imprescindible en las circunstancias que vivimos.

Hemos sido testigos de tratos destemplados entre miembros del poder ejecutivo y de los municipios, con un lenguaje propio de rencillas callejeras, a través de medios de comunicación tradicionales y que decir mediante las redes digitales.

El propio Jefe de Estado en busca de un impacto comunicacional coyuntural, a través de la televisión, hizo alusiones a los parlamentarios comparando costos de un arriendo de inmueble con la financiación de la función pública de éstos.

Es indudable que alusiones de dicha naturaleza tensionan y debilitan el adecuado clima de entendimiento y cooperación que en su relación requieren los órganos del Estado.

Ciertamente, en una sociedad democrática ni personas ni instituciones pueden quedar al margen del escrutinio crítico, pero no se debe confundir crítica con descalificación. Para ello las personas investidas de grados de autoridad deben ser especialmente rigurosas en el lenguaje, entre ellos en el uso de adjetivos.

Insistimos en el hecho que la colaboración entre los poderes del Estado y de ellos con otras instituciones relevantes del país es siempre necesaria, pero hay momentos en que ella es imprescindible y debiera darse en un clima de respeto y confianza, dentro del marco estricto de las atribuciones que nuestra institucionalidad asigna a cada órgano.

Hay que tener presente que este es un componente esencial para demandar las conductas de quienes integramos nuestra sociedad y enfrentar así adecuadamente las difíciles contingencias que vivimos.

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