En Chile, cada domingo somos bombardeados por cifras de encuestas que, en apariencia, nos revelan el pulso ciudadano. Los medios de comunicación las presentan con titulares dramáticos sobre "despegues" o "caídas", moldeando la percepción pública y, en muchos casos, conduciendo la política en lugar de sólo describirla. Sin embargo, detrás de estos porcentajes se esconde una industria con serias deficiencias que, de manera recurrente, nos toma por ingenuos.
No es casualidad que, según una medición de GPS Ciudadano, solo el 3,4% de los chilenos confíe plenamente en las encuestas. La desconfianza masiva tiene un fundamento técnico: la falta de representatividad, la opacidad metodológica y la vulnerabilidad ante la manipulación. Las encuestas son presentadas como verdades absolutas, cuando en realidad son, en el mejor de los casos, fotografías muy borrosas de un momento.
Para entender el problema, basta con mirar a las encuestadoras que dominan el debate público. Criteria y Cadem, por ejemplo, operan bajo metodologías que, aunque distintas, generan muy serios cuestionamientos.
Criteria basa sus mediciones en un panel online cerrado, lo que introduce un sesgo de auto-selección. Es decir, solo encuesta a personas que ya se han inscrito voluntariamente para participar. Esto crea una muestra que no es aleatoria y puede dejar fuera a vastos segmentos de la población que no tienen acceso a internet o que simplemente no están interesados en este tipo de ejercicios. Aunque la empresa ajusta sus datos por variables demográficas, la representatividad es, en el mejor de los casos, limitada.
Por su parte, Cadem utiliza un sistema de llamadas telefónicas aleatorias, pero sufre de un grave sesgo por rechazo. Quienes no contestan o cuelgan, que son la gran mayoría, pueden tener opiniones radicalmente distintas de quienes sí lo hacen. A esto se suma la opacidad de su base de datos y las dudas sobre si la redacción de sus preguntas es realmente neutral. Los posibles vínculos con líderes políticos o financistas también comprometen su objetividad.
Un fenómeno aún más problemático es la difusión de encuestas en X (antes Twitter), a menudo promovidas por medios como La Segunda. Estas no son encuestas. Son ejercicios informales y sin ningún rigor metodológico. Los participantes se auto-seleccionan, no existe ningún control demográfico y son extremadamente vulnerables a la manipulación por bots o votaciones coordinadas. Presentar los resultados de estas votaciones como un reflejo del "ánimo ciudadano" es una irresponsabilidad.
Para no caer en la trampa de los titulares, los ciudadanos debemos exigir transparencia y desarrollar una mirada crítica. Exija la ficha metodológica. Antes de creer un titular, revise los datos de la encuesta: quién la financió, cuántas personas participaron, en qué fechas y cuál fue el método de muestreo. Si no hay ficha, el dato no vale. Entienda el margen de error: las encuestas tienen un rango de incertidumbre. Si la diferencia entre dos candidaturas es menor al margen de error, no hay "despegue" ni "caída". Hay un empate estadístico. Recuerde que no son profecías: las encuestas son una fotografía de un momento. El clima de opinión es volátil y puede cambiar rápidamente.
La única encuesta que realmente importa no se publica en la prensa ni se viraliza en redes sociales. Esa encuesta se realiza en el anonimato de la urna, con votos contados uno a uno, el día de la elección. Solo en ese momento, la voz ciudadana se convierte en un dato inamovible.
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