El atentado contra don Bernardo Leighton Guzmán, figura insigne de la Democracia Cristiana, líder político consecuente, humanista cristiano y católico, hombre imprescindible para nuestra patria, y contra su señora Anita Fresno, fue absolutamente evitable. Cuando en nuestro país, a 52 años del golpe de Estado que dio paso a una larga y brutal dictadura, hay quienes afirman que las muertes eran inevitables, no queda más que declarar que ello es moral y éticamente inaceptable.
Este 6 de octubre se cumplen 50 años desde que, en Roma en 1975, la DINA -en coordinación con el grupo neofascista italiano Vanguardia Nacional- atentó contra la vida de don Bernardo y de Anita Fresno. No lograron asesinarlos, pero sí les dejaron secuelas permanentes e invalidantes, destrozando dos vidas.
Este vil intento de asesinato solo buscaba silenciar a quien, desde el mismo 11 de septiembre de 1973, mantuvo una sola posición: oponerse a la dictadura, adherir sin matices a la democracia, luchar por su restauración en el más breve plazo y respaldar (pese a haber sido un opositor declarado) al presidente Salvador Allende.
En esos años oscuros, no existían fronteras para callar voces disidentes. Se quiso acallar la libertad, la justicia, la democracia y la unidad a través del asesinato, la desaparición forzada y la tortura. Se intentó impedir, mediante el miedo, que las fuerzas opositoras se unieran para recuperar la democracia. Se quiso que líderes como don Bernardo Leighton desaparecieran, sin comprender que figuras de su talla moral, intelectual, política y humana no pueden ser extinguidas, porque viven en la memoria colectiva y su voz sigue resonando.
Hoy, en tiempos de polarización, confrontación, medias verdades, populismos y retrocesos en derechos, la figura de hombres y mujeres como Bernardo Leighton se engrandece. Ellos entregaron lo mejor de sí al servicio del país, fueron consecuentes con sus valores y jamás estuvieron dispuestos a renunciar a lo que defendieron por décadas.
Que el legado de don Bernardo inspire a las nuevas generaciones, para que la democracia, con sus principios inclaudicables, se defienda siempre con más democracia, como él lo creía. Y para que nunca más, en nuestra patria, alguien se atreva a sostener que las muertes en tiempos de crisis y quiebre político son inevitables.
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