James Carville, el famoso asesor de quien luego sería Presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, pegó en 1992 la famosa frase “es la economía, estúpido”, en las oficinas del comando de campaña, a fin de recordar que la estrategia debía enfocarse en los temas de importancia para la ciudadanía y no en problemas externos como la Guerra Fría o el Golfo Pérsico.
Mi intervención en el Foro Sao Paulo es lo que repito a menudo: jamás renegaré de mis convicciones o de mis amigos; creo en un mundo mejor y en el Proyecto Bolivariano, por lo que nadie en Chile debiera sorprenderse al escucharme entregar mi apoyo.
Por ello el título de esta columna, “Es la Constitución, ¡estúpidos!” Porqué, ¿cual es el verdadero motivo de la histérica reacción de la derecha ante mis últimas declaraciones al respecto?
Esa derecha que hoy amenaza con tomar medidas en mi contra, como sacarme de la presidencia de la Comisión de Derechos Humanos, tal como lo hicieran de la Vicepresidencia del Senado, cuando denuncié la corrupción de la Ley de Pesca y pedí transparentar los aportes privados.
Lo que ha pasado, es que he tocado su Constitución.
La que fue aprobada por Pinochet cuando en Chile se imponía el miedo, se restringía la libertad y a la gente se la perseguía por sus ideas.
La misma que impide la participación ciudadana en los asuntos de Estado.
La que permitió que se privatizara el agua, el mar y otros servicios públicos.
La que tiene 40 años y la usan siempre en tu contra: en tu trabajo, donde estudias y donde atiendes tu salud.
La que permite que nuestros adultos mayores se jubilen con pensiones de miseria, gracias a que eliminó el sistema de reparto y permitió la creación de las AFP, protegiéndolas a fin de que hasta el día de hoy, se nos impida cambiar y terminar con ellas, dado el alto quórum constitucional.
La única Constitución de toda América que no reconoce a sus pueblos originarios y la única de toda América donde los intendentes y gobernadores son hasta el día de hoy elegidos a dedo.
Una Constitución en cuya elaboración ningún chileno participó y que además, fue aprobada fraudulentamente.
Por ello la critiqué, tal como tantas veces.
Solo que ahora, el gobierno de Sebastián Piñera y la derecha chilena tratan por todos los medios de distraer a la opinión pública, en momentos en que el Presidente de la República posee los índices más bajos de aprobación, mientras la economía está estancada, cuando la cesantía se acerca a los dos dígitos y La Moneda ha perdido por completo la brújula.
Tengo la convicción que la Constitución de Pinochet debe ser reemplazada. Y espero, trabajo y lucho para que aquello ocurra más temprano que tarde.
Porque nuestros ciudadanos ya no admiten más abusos ni atropellos a su dignidad. Es preciso volver a colocar el cambio constitucional en el centro del debate político nacional, junto con el fin de las AFP y otras muy sentidas reivindicaciones ciudadanas.
Ya basta de escamotear el debate sobre esta realidad ineludible. Chile necesita urgentemente una Constitución nacida de su gente, y debemos ser capaces de dársela. De una buena vez.
No pienso claudicar en mi deber de colocar este debate para la acción en la agenda política nacional. Considero mi deber hacerlo y para eso, además, fui elegido Senador de la República.
Que la derecha ladre todo cuanto quiera. Ellos allá y yo acá con mis principios y convicciones. Pues todos quienes me conocen saben que puedo decir con orgullo que conté con la amistad y el aprecio del fallecido presidente Hugo Chávez. También, conocen perfectamente de mi amistad y aprecio con el presidente Nicolás Maduro.
Por lo tanto, ¿que puede haber de nuevo en mi respaldo, motivado por convicciones muy profundas, a la Revolución Bolivariana? Absolutamente nada.
Desvían la atención, pues tienen pavor a que se debata una Nueva Constitución. A perder sus privilegios. A que la riqueza no se siga acumulando en manos de unos pocos, y que ha significado que Chile sea el país de la mayor desigualdad de la OCDE.
Por eso es que Eduardo Frei Montalva pagó con su vida el haberse opuesto a la Constitución espuria de Pinochet, hace 40 años.
Pero nosotros seguiremos luchando, con la fuerza de la gente, con el impulso de la ciudadanía, de la gran mayoría de los 17 millones de chilenos y chilenas que piden a gritos un cambio, una Nueva Constitución, que cambie este modelo de sociedad que solo beneficia a unos pocos en desmedro de muchos.
Es la Constitución, ¡estúpidos!
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