(*) Extracto del discurso inaugural de la Feria Internacional del Libro y las Ciencias Sociales en Recoleta
Hace poco más de medio siglo los sectores populares de nuestro país alcanzaron -por primera vez en la historia- el gobierno de la nación, de la mano de un proyecto profundamente democrático y de marcado carácter transformador, liderado por el Presidente Salvador Allende.
El proyecto de la Unidad Popular fue fruto de un largo proceso de incorporación y ascenso de las capas populares en la participación social y política, de acumulación de fuerzas, de ensayo y error, de maduración en torno al desarrollo de la fuerza propia y la construcción de la necesaria unidad de todos los sectores populares, tanto del campo como de la ciudad.
Y muy a pesar de toda la propaganda desatada en su contra, los mil días de Allende son recordados hasta el día de hoy como los más felices y plenos que hayan vivido las y los más pobres del pueblo de Chile.
En su corto gobierno se produjeron transformaciones, largamente esperadas, que apuntaban a consolidar una vida digna para las grandes mayorías que habían sido maltratadas por años. La vivienda, la salud y la educación, así como el trabajo, fueron elevadas a categoría de derecho social y la participación cultural desbordó la sociedad a lo largo y ancho de la patria, como característica esencial de un tejido social altamente organizado y plenamente consciente. Se nacionalizaron los recursos naturales, se construyeron las mejores viviendas sociales que la historia del país recuerde y se promovió la integración social como base de una sociedad libre, fraterna e igualitaria.
En este proceso tuvo una importancia capital el desarrollo de un pensamiento crítico y transformador que se asentó en la base de la sociedad y que fue impulsado por un desarrollo de las ciencias sociales, que venían plasmando en el imaginario colectivo un pensamiento capaz de discutirlo todo, de dudar de todo y de poner en jaque las verdades absolutas y las certezas impuestas desde la clase dominante.
Pero este anhelo no podía concretarse sin poner en discusión las tradiciones aberrantes y los privilegios de que había gozado la clase dominante desde el inicio de la República. La ira y la borrachera de poder, tomaron una vez más el lugar de la política y de la democracia y la respuesta no se hizo esperar. Los partidos representantes de quienes hasta hoy se creen dueños de Chile se pusieron a disposición del imperio norteamericano para derrocar a su propio gobierno a cambio de dinero y de la promesa de administrar, en el futuro, las migajas de poder que quienes se creen dueños del mundo dejarían para sus representantes nacionales.
Se concretó así el golpe de Estado y con ello se inició un proceso de destrucción de todo lo existente, para construir un país en donde nunca más el pueblo osara levantarse. La lección debía ser definitiva, puesto que la secuencia interminable entre períodos dirigidos por elites supuestamente virtuosas y republicanas, interrumpido cada cierto tiempo por instancias violentas y abruptas de movilización social, y contragolpes conservadores que ponen a los movilizados de vuelta en "su lugar", a pesar de ser un clásico de nuestra historia, debía parar para satisfacer el hambre insaciable de acumulación infinita del capital.
Había que erradicar de la sociedad cualquier atisbo de pensamiento crítico y transformador. Había que arrancar de raíz la sola posibilidad de que el pueblo volviera a pensar que otro Chile era posible. Había que instalar el terror como el poder detrás del poder y había que destruir todo el tejido social que había osado apostar por una transformación profunda de su propia realidad.
Por lo mismo es que junto con la aplicación de la más cruenta política de exterminio físico y político de los partidos que en ese entonces eran de izquierda y de sus periferias; junto con quemar todo los libros que hablaran de libertad, de igualdad y de fraternidad, de socialismo, de feminismo de clase y de abolición del patriarcado, de transformación y de justicia social, de emancipación del ser humano, libros como los que nos rodean hoy en la primera Feria Internacional del Libro y las Ciencias Sociales, una de las primeras medidas de la dictadura cívico-militar que derrocó al gobierno del Presidente Allende fue cerrar las escuelas que albergaban a las ciencias sociales, con el objetivo de hacer desaparecer las instituciones desde donde nacía el pensamiento que, según ellos, había envenenado al pueblo de Chile.
Luego, se criminalizó la protesta social, la participación política y lo distinto. Se uniformó a toda una sociedad, incluyendo a algunos partidos de izquierda, en torno al neoliberalismo.
También comenzó el derroche en las zonas privilegiadas, mientras en el resto del territorio, solo había la escasez. En las clínicas privadas, la salud; para los pobres, la enfermedad y un sistema que agonizaría entre la desinversión y la falta de financiamiento. Donde vive la clase dominante, el ocio; para el resto, la superexplotación. Las anchas avenidas, iluminadas y con frondosas áreas verdes para los dueños de Chile: y los insufribles pasajes de las poblaciones populares rodeados de tierra para todos los demás.
De ahí en adelante los ricos vivirían con los ricos, las capas medias con sus pares y los pobres con los pobres, en una sociedad completamente segregada y fragmentada hasta más no poder y como si esto fuera poco, las poblaciones serian inundadas con drogas como política de infiltración y destrucción de la resistencia y del tejido social que pudiera haber sobrevivido al exterminio.
Por eso, es que a 50 años del golpe de Estado que derrocó al Presidente Allende es tan necesario abrir espacios de reflexión para el pensamiento crítico y transformador con el objetivo de ponerlo nuevamente a disposición del pueblo. Para apostar de nuevo a que se convierta en mínimo común denominador del pensamiento contemporáneo. Para apostar a que reemplace al refugio que muchos encuentran en los vicios y adicciones que este el hipercapitalismo promueve. Es lo que pretendemos con esta Feria Internacional del Libro y las Ciencias Sociales en Recoleta.
Han pasado 50 años y acá en Recoleta creemos de verdad que ha llegado el momento de volver a soñar y de construir una sociedad cada vez más consciente, creemos que llegó la hora de ponernos de pie y volver a luchar.
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