¿Fue primero el huevo partidario o la gallina presidencial?

Cuando el país afronta una crisis de gran magnitud, quien se concentra en temas secundarios está cometiendo un grave error. Cuando se está quemando nuestra casa, no quiere decir que las deudas familiares hayan dejado de ser importantes, significa que no es el momento de hacer cuentas, sino de apagar el incendio.

Dedicarse a temas secundarios es contraproducente, tal como lo ha descubierto Piñera al hacer una convocatoria fallida para evaluar la constitucionalidad de las iniciativas parlamentarias. Genera una dinámica que aleja a los involucrados del foco de atención principal.

El Presidente no tiene problemas porque nuestro sistema le prive de atribuciones, lo que ocurre es que no las ejerce a cabalidad y da un rodeo para evitar mayores costos, con lo que consigue ir coleccionándolos por el camino. Esta es una constante, no una excepción.

Lo que está en cuestión en la derecha, ahora que hay elecciones en RN, es saber si las divisiones existen porque son alentadas o si la unidad existe a pesar de las diferencias. En el primer caso, la directiva está fallando y de poder cambiarla todo sería para mejor; en el segundo caso, la directiva estaría dando conducción y cambiarla sería un error.

Puede que no le falte razón a Ivan Krastev cuando dice en su libro que las epidemias “puede que saquen lo mejor de las personas, pero también saca lo peor de los gobiernos”. A lo menos, estimo, dejan en evidencia sus mayores falencias.

Andrés Chadwick dice que este gobierno pasará a ser recordado por cómo enfrente al coronavirus. Si es así va a salir reprobado. Cuando se evalúe la actuación en estos meses se verá, tras los anticipados preparativos iniciales, medidas adaptadas con retraso y debate políticos asumidos en las coyunturas menos oportunas.

La indisciplina parlamentaria en la derecha no se da porque sean unos irresponsables que no sepan que su deber es apoyar al gobierno. La actuación del Ejecutivo es de tal naturaleza que seguirlo implica perder electorado en vez de asegurarlo.

Los gobiernos con apoyo electoral muy exiguo no pueden exigir disciplina, nadie tendría problemas en dar respaldo a una administración que prueba tener conexión ciudadana. Cuando al gobierno le restan menos de dos años, los que tienen que medirse en elecciones se ven tensionados entre dos fidelidades (con su gobierno y con sus electores) y, a medida que pase el tiempo, más optarán por los segundos. Cobrar a los partidos cuentas de gobierno no tiene sentido.

Lo que sucede con los partidos y los parlamentarios oficialistas responde a una falta de conducción. La disciplina del primer año de gestión no se ha podido recuperar porque el manejo de las crisis que se ha venido sumando no permite otra cosa.

En la derecha el tema de fondo no es la lealtad, más bien lo que queda demostrado es que no hay espacio suficiente para hacer críticas, ser escuchados y enmendar en vista de errores evidentes.

Un gobierno que no representa sino a una fracción de su voto duro es porque tiene más caídas que aciertos. No hay otra explicación posible.

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