¿Grandeza y fraternidad en la DC?

Me ha parecido insólito y sorprendente dentro de los desagradables e inéditos avatares que está viviendo la Democracia Cristiana desde hace unas décadas y que al parecer , derivan inevitablemente hacia su disolución sin pena ni gloria, el hecho que en el seno de esta cloaca irreversible, aparezca de repente el aleteo vibrante y fraterno del espíritu verdadero de la Falange, revestido de la sencillez de una notable mujer, de aquellas que han conocido el dolor, maestro inevitable y necesario de cualquier humanidad.

Me refiero sin duda, a Miriam Verdugo, a quien no conozco, sino por sus declaraciones públicas, llenas de comprensión y afecto fraternal por los militantes que se van y los que amenazan irse, pensando y tal vez, en solitario, que este partido que fue grande, masivo y sin embargo, curiosamente afectuoso y personalizado, todavía tiene un destino, junto al corazón del pueblo.

¿Ingenuidad tal vez, como diría con sarcasmo el Rector Magnífico, Sr. Peña?

Sin embargo, también los niños son ingenuos, pero intensamente, verdaderos.

¿Quién como ella, en este temporal de odios, resentimientos, insultos y amarguras que se prodigan generosamente entre sí los supuestos humanistas cristianos, ha sido capaz de pedir un instante de reflexión, más bien de compasión por el PDC, en una mística de lo imposible, de un amor definitivo por una causa, tal vez irreversiblemente perdida?

No he querido consultar a los Googles, a las Wikipedia y a todos esos manuales que en forma uniforme, yo diría militar, estudian los periodistas mateos de este país, para sus crónicas de lo obvio, para conocer mejor a Miriam Verdugo.

Porque, en primer lugar, no soy periodista.

Luego porque no me interesan los estereotipos del tipo Decano, generalmente pos mortem que tienden a condolernos sensibleramente ante un hombre o mujer representativos. “Todos los muertos son buenos “. O debieran serlo.

Porque Miriam Verdugo, sin duda que no ha muerto. Con su aspecto chileno, sencillo, pero elegante y yo diría imponente, con su mirada frontal y su elocuencia natural ha sido la única persona, en el sentido de Emanuel Mounier, en este partido, de sacar la cara por el antiguo e inmortal sentimiento de la Falange Nacional, en el cual la atmósfera comunitaria y fraternal nos inundaba del espíritu del Galileo, de aquel que aún no ha muerto.

Tal vez este no sea el momento, ni el lugar de rendir un homenaje a Miriam Verdugo.

Pero, como yo no soy políticamente correcto, se lo rindo igual.

Siento su digna soledad y su fuerza.

Su tremenda dignidad del deber cumplido a todo evento.

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