Hasta que Chile cambie

Johanna Otte
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Tengo la sensación que va ganando la calle.

Siempre pensé que el modo argentino era alocado, es decir, a los trasandinos les avisan que les van a subir los pasajes del tren o les dan un mal servicio y primero queman la estación para después conversar con la autoridad, no puede ser que esa sea la forma que se escuche a los ciudadanos.

Los chilenos en cambio actuamos como sobreadaptados, a fines de los 90 se produjo una crisis eléctrica producto de una grave sequía y la falla de una termoeléctrica. Se impuso entonces un racionamiento residencial y del alumbrado público de 3 horas por día, ningún reclamo visible los 81 días que duró la medida; al contrario, contó con la colaboración y buena disposición de nosotros los usuarios, que reorganizamos nuestras actividades al horario que nos tocó el corte de luz.

No se produjo ninguna rebaja en las cuentas, ni a modo de reparación ni compensación, más bien la tarifa siguió el camino de reajustes y alzas al que estamos acostumbrados.

De esto hace 20 años, eramos apáticos, resignados, desesperanzados, acostumbrados a sobreponernos a cada desastre natural, reconstruir desde la base cada cierto tiempo, normalizar tragedias e inequidades, pero cuando inventan un sistema legal para el alza de la movilización definiendo un comité de expertos sin responsabilidad política ni social quiénes como si fueran la “matrix”  determinan cuándo y en cuánto hay que subir los pasajes y anuncian el alza, incluso a contrapelo de la ministra, ahí todo cambió. Porque una cosa es que seamos invisibles, pero otra mucho peor es que desaparezca nuestro interlocutor.

No hubo a quién reclamarle el alza, ni al ministerio competente, ni al presidente, y nosotros que estábamos durmiendo, murmurando y trabajando horas extras para pagarlo, observamos a nuestros estudiantes saltar los torniquetes y con ellos saltamos a otro Chile, y de repente nos convertimos en personas que marchan.

Y marchamos paso tras paso para dejar bien establecido cuál es el límite para el abuso, para dejar de ser vulnerables frente a los instruidos de siempre que aplican el concepto neoliberal de la libertad económica versus el sentido común de la convivencia.

Los que no marchan se tomaron todo el tiempo que ya no teníamos, y luego de cuatro reuniones urgentes concertadas por WhatsApp emitieron el primer comunicado concediendo lo primariamente exigido. Ese día sí que trabajaron en la Moneda y utilizando palabras como humildad y unidad lograron también imponer la primera noche controlada con toque de queda.

Durante el mes de movilizaciones que llevamos, y mientras desde la presidencia se evaluaba la participación de “mano extranjera” y la destrucción de cámaras de seguridad ciudadana en las calles, se anunciaron acuerdos de madrugada entre el Senado y el gobierno que instalaron la promesa de una nueva Constitución, el aumento de las pensiones y se estableció el dress code (código de vestuario) para participar en una marcha y no ser detenido por ello, abriéndose infinidad de discusiones pendientes de las últimas tres décadas, poniendo en carpeta el accionar de carabineros y fuerzas especiales, protocolos, encapuchados, pérdidas humanas y mutilaciones, hasta la participación de los “narcos” que, según la autoridad, están enfocados principalmente en el saqueo y la destrucción de luminarias para su propio provecho.

Para los nuevos chilenos la amenaza de un nuevo Estado de Excepción y la represión ejercida son argumentos suficientes para seguir en la calle, y en caso que la autoridad recule en sus dichos, salga algún creativo que revierta lo ganado y haga una cuchufleta real, seguirán estableciendo el límite de la dignidad con su presencia.

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