Hace algunos días, un grupo de 500 militantes del Partido Socialista (a esta altura ya casi 600) suscribimos una declaración pública expresando nuestro rechazo a la iniciativa de crear la llamada “convergencia progresista” entre nuestro partido, el PPD y el PR.
Los hicimos por razones de forma y fondo. De forma, porque se trató de una decisión inconsulta y contradictoria con las definiciones hechas por los órganos regulares del Partido, los que han definido que la pretensión del PS es impulsar una amplia alianza que vaya desde la DC hasta el Frente Amplio.
En efecto, se equivocan o faltan a la verdad quienes afirman que el tema fue abordado en el último Pleno del Comité Central (CC), realizado apenas unos días antes del mentado anuncio, o en la Comisión Política (CP) o la Mesa Directiva del PS, como lo ratifica el hecho de que la carta cuenta con la firma de miembros de la Mesa, la CP y el CC a quienes nos consta que jamás fue objeto de deliberación institucional.
¡Cuánto le cuesta a quienes controlan la Mesa directiva asimilar que los tiempos han cambiado y que ya no es posible tomar decisiones de este tipo entre cuatro paredes! Pareciera que la cultura del militante-ficha, que es sólo un número para las elecciones y no un par, sujeto de derechos, de participación real e incidencia en las decisiones colectivas, ha llegado hasta niveles insospechados como para pasar por alto toda consideración o respeto institucional.
Sin duda que cualquier esfuerzo de coordinación con el PPD y el PR ayuda y es valorable pero la institucionalización de este espacio aparece excluyente y poco convocante para quiénes no lo integran. De ahí que sus gestores hayan tenido que explicarse una y otra vez para dar cuenta del propósito buscado.
Pero más allá de lo formal, en lo sustantivo la idea de partir por una alianza de esta naturaleza supone una definición de identidad. Porque podemos entender que lograr un acuerdo de toda la oposición es un objetivo difícil de alcanzar en el corto plazo y que por algún punto tenemos que partir. Y ésta es, precisamente, la divergencia política de fondo.
Nosotros creemos que el PS tiene que partir desde su domicilio político: la izquierda, que hoy es muy diversa, pero donde podemos identificar preguntas y propósitos comunes. Y desde ese lugar, promover y construir la unidad más amplia de todo el progresismo, sin exclusiones, desde la DC al Frente Amplio.
Se trata de un tema complejo y crucial para nuestro partido, y es evidente que podemos tener posiciones disímiles, y lo responsable es debatir esta materia entre todos.
Por ello, parece es aún más torpe la decisión de definir unilateral y extra-institucionalmente un prolegómeno de política de alianzas, justo en momentos en que iniciamos como partido un Congreso General, con un debate en todo el país que deberá hacerse cargo de la derrota que sufrimos en las pasadas elecciones; de reconectar al PS con el Chile de este tiempo; de democratizar y modernizar al Partido.
Y en base a un conjunto de orientaciones programáticas claras, definir nuestro marco de alianzas para enfrentar los futuros desafíos electorales, pero, por sobre todo, para construir colectivamente un proyecto de país alternativo al neoliberalismo imperante.
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