El Presidente Boric y los mandatarios democráticos respetuosos de la soberanía popular se distinguen y diferencian en América Latina y otros continentes por el respeto a la voluntad ciudadana, como a la institucionalidad en que ésta se ejerce. El poder tiene límites y los líderes democráticos deben respetarlos.
Hay otros gobernantes que se preocupan solo de sí mismos, de su ubicación personal, de atacar y descalificar, se divierten fomentando la confrontación en sus países y fuera de ellos, es una opción por la confrontación y la beligerancia que daña profundamente el régimen democrático. Se trata de un individualismo exacerbado que no reside, exclusivamente, en un bloque o coalición determinada, se registra en el conjunto del sistema político.
En efecto, en Argentina se impuso un extremista neoliberal, un agitador de ultraderecha que en pocos meses demostró que su gran preocupación es la autoadoración, lucirse y recibir el aplauso insensato de sus incondicionales. Su más mediática intervención fue en España, en una cita con la ultraderecha europea, donde obtuvo la ovación eufórica de sus oyentes al atacar artera y agresivamente al presidente de España, Pedro Sánchez.
Luego, ha subido y bajado reiteradamente por las escalinatas del avión del Estado -aquel que tanto rechazo le causa- que lo lleva a sus diferentes destinos. Le juntan fanáticos y les complace: Despotrica iracundo contra las políticas públicas y recibe lo que busca, aplausos a sus destempladas alocuciones. Es una idolatría vergonzosa.
Eso en la ultraderecha. En la ultraizquierda está Maduro, un megalómano de ínfulas revolucionarias que imita burdamente el estilo de Fidel Castro, por cierto, sin su consistencia y amplio lenguaje. Su labor en el poder es su propia perpetuación, con ese fin reparte los recursos fiscales y amaña la institucionalidad, así también, interviene y aplasta a las fuerzas democráticas opositoras, incluido el Partido Comunista de Venezuela; después de hartarse de abusos y ofensas, exige el reconocimiento internacional a sus agresivos delirios.
No son únicos, pero, en el continente, estos son casos impactantes de megalomanía política. El uso autoritario del Estado para glorificarse a sí mismos. Las consecuencias se conocen: una pobreza galopante, la inmigración forzada de millones de personas, la destrucción del aparato productivo y una corrupción generalizada. Las penurias de la población no importan, les mueve el afán de alabarse a sí mismos. Se creen dueños de sus naciones.
Como muestra de su delirio de grandeza, Maduro acaba de señalar: "...el que se mete conmigo... se seca...", ese es el clímax de un egocentrismo desbocado e incontenible que alimenta el brutal autoritarismo con que ejerce el poder, un ejercicio anti democrático que tarde o temprano termina con la ruina de quien lo detenta.
En esta situación, ante el autoritarismo mesiánico se debe defender y preservar el interés de los pueblos y naciones como eje articulador de la acción política, con ese objetivo es decisivo reponer la potencia de la acción colectiva y la conducción conjunta de las fuerzas que bregan por la democracia y el cambio social. No hay caudillos ni liderazgos milagrosos. El que destruye la cohesión social y el trabajo conjunto, a la postre, socava pilares esenciales de la nación que oprime.
De modo que es altísima la responsabilidad política de las fuerzas que luchan por la consolidación de un Estado de derecho democrático, con el fin de otorgar garantías de pleno respeto a la dignidad del ser humano y al ejercicio de la soberanía popular y afianzar la institucionalidad que garantice esos principios y libertades. El uso del matonaje de patotas de incondicionales y/o encapuchados de los servicios represivos para secuestrar, torturar y aterrorizar a la población son prácticas que repugnan a la conciencia social, democrática y revolucionaria.
La política espectáculo, la ambición insensata, la confrontación inconducente y la intolerancia sectaria nutren a inescrupulosos de diversos tamaños que arremeten en países y regiones por fama y popularidad a cualquier precio. Por eso, no es puro e ingenuo romanticismo bregar porque la acción política se guíe y oriente por valores y principios que presidan y den coherencia a los proyectos de país que caractericen a las fuerzas y partidos políticos. Los apetitos a diferentes escalas, grandes o pequeñas, socavan la democracia.
Las figuras mesiánicas y autoritarias pueden atraer votantes, pero, en el poder, socavarán, a veces, irremediablemente, el Estado de Derecho, por eso, las formaciones políticas y sociales con perspectiva de futuro, deben promover liderazgos verificablemente comprometidos con el propósito que, en la conducción de los Estados, se encuentren quienes afiancen el régimen democrático y no lo socaven permanentemente para satisfacer apetitos inconfesables.
La brega histórica de la izquierda no puede supeditarse al dictado de regímenes que son un retroceso civilizacional. El patrimonio que heredamos de luchas heroicas no merece dilapidarse en el apoyo a tales regímenes aberrantes. Los partidos de izquierda no se pueden disolver ni auto destruir en causas estériles, muy lejos del patrimonio histórico que les identifica, hay que sacudirse de tiranos de mala clase y restablecer su contribución esencial a la gobernabilidad democrática de nuestros países.
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